sábado, 16 de agosto de 2014

Leyenda del sol en la distancia



Cuenta la leyenda que una vez el astro rey se enamoró de un campo lleno de unas plantas cuyo nombre nadie conocía. Eran altas, delgadas y hermosas, con una piel verde y fina que terminaba en un rostro de una inocencia que traspasaba como los propios rayos del sol.

El astro, enamorado como si nunca hubiera conocido ese sentimiento, se había acostumbrado a encontrarse con aquel campo durante una breve fracción de cada día. Tras alcanzar valles y montañas lejanas, terminaba siempre pasando por encima de aquella mina de incalculable belleza, que parecía aguardar tímida su llegada. Entonces, como si recibiera una inyección de vida que hacía que su núcleo refulgiera como nuevo, el sol se ponía sus mejores galas y lanzaba sus mejores sonrisas en forma de rayos. Sin quererlo ni proponérselo, daba a aquel campo justo el calor que necesitaba para crecer sano y fuerte, la luz que solo él podía ofrecer a todos aquellos sumidos en la oscuridad.

Pero pasado el tiempo, aquel breve momento no fue suficiente para el sol, que hacía su órbita por encima del campo más pausada. Pensaba así el astro que el campo terminaría por enamorarse ciegamente de él como él lo estaba de aquella zona tan pequeña de la Tierra, que se rendiría a sus encantos y terminaría declarándole el mismo amor que él sentía con ardor en lo más profundo de su corazón de helio. Y entonces, casi sin darse ambos cuenta, el campo comenzó a secarse. Ese lapso extra de tiempo que el sol pasaba encima del campo era suficiente para derretir el terreno más resistente, y con el paso de los días y las semanas, una a una, todas aquellas plantas fueron cayendo presa de la enfermedad y la muerte. 

Desesperado, el astro se torturaba durante su órbita entre encuentro y encuentro, tan absorto en sus pensamientos que poco a poco el resto del mundo se fue enfriando por la ausencia de sus rayos y de su alegría. Cientos de millones de campos de cultivo, de flores, de personas, se quedaron cada vez más sin aquella ración de vida y energía que les daba ver aparecer al astro rey en su rutina diaria, y también ellos se fueron apagando poco a poco.

Cuenta la leyenda que un día el astro rey pasó por encima de aquel campo yermo que en otro tiempo fue hermoso e inocente. Cuentan que arrepentido por su actitud y con más dolor del que nunca nadie jamás había conocido hasta entonces se elevó en los cielos hasta una altura insuperable, y clamó a su hermana luna y a sus primas las mareas, invocó el poder del rey de los cetros marinos de antaño y convocó a un ejército de nubes que pudieron alcanzar esa zona toda vez que el astro rey se sentó en su trono de los cielos.

Y entonces comenzó a llover, y así sucedió durante tres días con sus noches. Y por cada lágrima del cielo el sol la acompañaba de un suspiro de fuego de dolor, de sincero y profundo pesar por el daño que su amor descontrolado había causado al campo de las flores sin nombre.

Dicen que de cada lágrima que cayó al suelo, de cada suspiro de fuego nació una nueva planta que se unió a aquella última que aún quedaba sobre la tierra. Cuentan que con el paso de los meses volvió a crecer sano y hermoso, y que la siguiente vez que el astro rey sobrevoló la zona pudo contemplar un milagro aún mayor que el que él mismo había provocado tiempo atrás a raíz de su pérdida. 

Y es que las plantas hicieron algo que nadie nunca había hecho jamás en el reino vegetal: siguieron con la mirada la trayectoria de aquel a quien habían llegado a amar, en la distancia y a su manera, desde que se dibujaron las primeras líneas de sus rayos en el horizonte hasta que estos desaparecían. Y así fue cada día de cada semana de cada mes durante los siglos que siguieron, siempre atentos el uno del otro, siempre cuidándose, siempre manteniendo la distancia que les hacía poder amarse de aquella manera tan especial, sincera y sentida, uno sobrevolando en la distancia, atento y sereno, el otro siguiendo su magisterio de calor y de vida con atención, con respeto, hasta el punto de inclinar la frente al caer la tarde en señal de tristeza.

Y fue entonces, y solo entonces, cuando a un niño que contemplaba la escena se le ocurrió el nombre de aquella planta, el más lógico y el único que cabía ante la belleza de aquella relación. Y así ha sido hasta entonces.



No hay comentarios: