Corre en los últimos tiempos un tópico
que me resulta de lo más curioso, una especie de mantra que los medios
de comunicación repiten hasta la saciedad desde todos los enfoques
ideológicos (conservador o más conservador, ustedes eligen) y que viene a
decir más o menos lo siguiente: por mucho que la gente muestre una
comprensible desafección hacia los políticos en estos tiempos inciertos
en que vivimos, la política es necesaria, la política es buena y sana,
porque esta España nuestra está plagada de políticos honestos,
preparados y buenos que se desviven por la sociedad, gente que se
sacrifica día a día por nuestro bienestar y que hacen todo lo que está
en su mano para cumplir las promesas de la democracia.
Digo
que me resulta llamativo todo esto porque por más que los periódicos,
la radio o la televisión hagan hincapié en estas máximas, lo cierto es
que la realidad que expresan esos mismos medios de comunicación va justo
la dirección opuesta: estamos cansados de ver, leer y escuchar que tal o
cual conejal, parlamentario o ilustre alto cargo es imputado,
condenado, encarcelado por toda clase de fechorías que suelen tener la
apropiación indebida de dinero como telón de fondo. Y los que no entran
en esa categoría demuestran con sus palabras desafortunadas, sus salidas
de tono, su completa incompetencia y su cara dura al tratar temas que
deberían afectarles (siquiera un poquito) que no están a la altura de lo
que esta sociedad necesita, que desde luego está bien lejos de ese
estéril debate del "y tú más" que parece no tener fin.
El
caso de Jordi Pujol es, por desgracia, solo el último de tantos que
jalonan nuestra triste historia pero, al mismo tiempo, no es un caso
más. Por mucho que haya quien diga que no se debe condenar toda una vida
dedicada a la política por un "desliz" como este, estamos hablando de
un político de primer nivel en la historia reciente del país, uno que
protagonizó la Transición en primera línea de batalla desde uno de los
frentes más complejos, el catalán, y que mientras tanto iba acumulando
una inmensa fortuna en connivencia con todos los poderes fácticos del
gobierno de Cataluña. Ahora todo el mundo se dedica a proclamar su
honradez y transparencia (entre ellos el propio Pujol, paradójicamente),
pero yo no me puedo creer que alguien sea capaz de hacer algo semejante
sin que nadie más lo sepa, sin que nadie más participe de tan suculento
pastel, sin que nadie haya sacado una tajada más que provechosa
mientras el "molt honorable" se forraba a costa del erario público.
Lo
más triste de todo esto es que a mí no me sorprendió enterarme de la
fortuna sospechosa de este señor, como tampoco lo haría si mañana fuera
tal o cual líder de tal o cual partido el protagonista de un incidente similar. No estoy diciendo de que mi
clarividencia me hiciera presentir tamaña riqueza suiza o las que están
por venir, sino que por desgracia yo ya espero de los políticos lo peor
por principio, un prejuicio injusto, sin duda, pero alimentado por años y
años de Jaumes Matas, Franciscos Camps, Luises Bárcenas y Pujoles padres e hijos. Da igual el
frente, da igual el bando, a fin de cuentas tengo la impresión de que los honrados no son mayoría, de que los altruistas y desinteresados no pudieron impedir el aeropuerto de Castellón, las financiaciones B, los eres andaluces y un largo y aburrido etcétera. Durante los gobiernos de Aznar, Zapatero y Rajoy se han producido nada menos que 266 indultos por corrupción, 25 por prevaricación, 107 por malversación y 16 por cohecho; en esta última legislatura se ha hecho una ley que favorece al estafador a gran escala, pero ni por esas parece que la gente se da por aludida (de tan honrados y honorables que deben ser, sin duda).
Yo lamento haberme apolitizado hasta el punto de ver con más indiferencia que otra cosa el ascenso de Podemos como nueva fuerza parlamentaria. Por más que Pablo Iglesias y compañía hablen hasta la saciedad del fin de la casta política, mucho me temo que no bien se instalen en esa misma esfera terminarán cogiendo vicios y virtudes de tantos a quienes critican, y si no, al tiempo. No tengo fe en un cambio sustancial de la política de este país, por más significativo que sea ese ataque desmedido a todo lo que huela a la nueva formación política, a la que se ha tachado absolutamente de todo (y lo que les queda por aguantar). No, señores míos del mantra, a mí esa sarta de tópicos de la política saludable no me coincide con mis coordenadas de realidad. Si es verdad que este país está lleno de gente honrada que dedica su vida a la política, si de verdad la mayoría es la que nos interesa a todos, si de verdad eso es así entonces me pregunto por qué demonios dejan que sea esa miserable minoría la que maneje todos y cada uno de los dichosos hilos que nos tienen a todos enfangados y sin esperanza en el futuro. Me pregunto, y lo digo sin sarcasmos, dónde están los políticos de verdad, y no encuentro más respuesta que más granos en la montaña de arena de la desconfianza.
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