Todo el mundo parece coincidir en que Darren Aronofsky es un director de culto, con títulos a sus espaldas como Pi (1998), Réquiem por un sueño (2000) o la perturbadora Cisne Negro (2011), quizá su película de mayor éxito crítico hasta la fecha. Su arriesgada puesta en escena visual y su particular enfoque como director le han valido una consideración especial entre la crítica y cierta parte de un público que considera sus filmes como algo selecto, ajeno a la mediocridad imperante e incluso, hasta cierto punto, metafísico, como demostró sobradamente en La fuente de la vida (2006). Por todo ello, no pocos se quedaron perplejos con su siguiente elección, la historia del arca de Noé, que venía con todo el bombo de las superproducciones y con estrellas rutilantes como Russell Crowe, Anthony Hopkins o Emma Watson.
La perplejidad vino por varias razones. En primer lugar, nunca pareció que la historia de Noé tuviera potencial para una película de estas características. Sencillamente, no encajaba en el perfil de narración épica, más allá del momento concreto del diluvio y de alguna escena que implicase miles de animales haciendo algo especial al unísono, como así ha sido. Pero es que, además, es tan poco lo que las escrituras ofrecen de Noé, que había miedo de que el 99% de lo visto en pantalla fuera de la total invención de este buen hombre, que dice haberse documentado ampliamente con sesudos teólogos y expertos religiosos, pero que a la hora de la verdad ha demostrado una alegría para la invención que dejará a más de un seguidor católico indignado. Lo peor, no obstante, es la total y absoluta planicie narrativa y un gusto por la autocomplacencia que tiran por tierra cualquier intento de la película por mantener el barco a flote.
Noé tiene una estructura muy clara en prólogo, tres actos y epílogo, con saltos temporales y el conveniente cambio de look de Russel Crowe para que todos tengamos claros que el tiempo pasa. El problema es que hay tan poco que contar, tan poco argumento real, que la película se limita a desarrollar su "trama" a tirones de imágenes supuestamente arrebatadoras, que arrebatan muy poco más allá de la belleza de los parajes naturales de Islandia. Para tratarse de una superproducción, el diseño es un completo desastre, desde el paupérrimo vestuario y caracterización de los actores a un arca que parece una caja de zapatos (tal cual), sin olvidarnos de un mundo industrializado y apocalíptico que más bien nos retrotrae en el primer acto a Mad Max (¿?) que a un relato propiamente bíblico.
Pero donde la cinta naufraga es, precisamente, justo donde no debía: nunca, en ningún momento, uno tiene la sensación de estar viendo una película con un estilo o identidad propia. La historia avanza con un ritmo tedioso y agotador, los personajes son tan planos que uno podría hacer un picnic sobre ellos (atención especial a una familia, y a unos hijos, que era para echarlos por la borda con la primera ola). Y, por si fuera poco, los efectos especiales son un auténtico despropósito. El CGI con que están animadas las criaturas salvajes es muy evidente, lo que tira por tierra la credibilidad visual del relato. Pero es que el asunto no mejora en absoluto cuando entran en escena unas criaturas llamadas vigilantes, que a su lamentable diseño aúnan un acabado gráfico digno de una Game Boy. El arca en movimiento por los océanos, por desgracia, mantiene el mismo "nivel", lo que hace que ni siquiera el aspecto audiovisual de la cinta salve el asunto del naufragio.
Mención especial me gustaría hacer para esos montajes, tan innecesarios como pretenciosos, donde Aronofsky da rienda suelta a su "creatividad". Me refiero a las escenas en que el río avanza por la tierra o Noé relata el origen del mundo a sus queridos retoños, que está hecho a saltos bruscos de montaje con unos petardazos en la iluminación que me obligaron a retirar la vista de la pantalla en prácticamente todo el tiempo que duraron. Ya no es solo que me guste más o menos el invento, que me gusta poco: es que si un sector del público tiene que desviar la mirada de la pantalla hay una única explicación para que eso ocurra, y no se trata precisamente de hipersensibilidad ocular.
Al margen de la pobreza de la producción en líneas generales, lo más duro de asumir de la cinta es que Noé es un desastre a nivel narrativo, se mire por donde se mire. Todo en la película ocurre porque sí, porque al guionista le viene en gana ir acumulando casualidades y personajes que hablan más de la cuenta. Sus motivaciones y reflexiones sobre el sentido de la vida, el modo en que se tratan las aspiraciones de formar una familia, la infertilidad, la posición dominante del hombre en la estructura social y familiar o el empleo justificado de la violencia son sencillamente indignantes. El trabajo de guión es desastroso, y eso hace que la sala entera se venga abajo casi más en las escenas íntimas que en las desastrosas, torpes y mal rodadas escenas de acción.
Y es que sí, además de drama religioso, Noé también es una película de acción. Y mala, para ser exactos. Si la cinta de Mel Gibson antes mencionada está plagiada a más no poder en el primer acto, qué decir del segundo acto y El Señor de los Anillos: el diseño de los vigilantes y de las armaduras de los soldados enemigos hacen que la escena del asalto al barco parezca una versión chapucera de la batalla del abismo de Helm de Las dos torres, con los Ents y los Uruk Hai haciendo de las suyas. Y en medio de todos está Noé-Aragorn, repartiendo estopa a hachazo limpio y dejando bien claro que se reserva, y de qué manera, el derecho de admisión en la barca divina. De traca.
Pero si resulta tan triste ver a Noé segar vidas al final del segundo acto, lo del tercero ya es para colgarse con hilo dental. Aquí le toca el turno a El resplandor, con un Russell Crowe desatado que a cada escena que pasa se parece más a Jack Nicholson en la inmortal cinta de Kubrick. Toda la trama relativa al fin del mundo y al infanticidio-porque-sí es absolutamente lamentable, no solo por todo lo que implica, sino por la completa torpeza con que está planteada, narrada y, especialmente, resuelta. Para cuando llega el epílogo-videoclip, mi paciencia estaba del todo agotada y únicamente deseaba que pasara cuanto antes el mal trago.
Noé es, con diferencia, una de las peores películas que he visto en mucho tiempo, y no hay palabras que hagan justicia a lo mucho que merece que se recomiende no verla. Es lenta, aburrida y está muy mal contada, y no hay nada en su producción ni en su supuesto mensaje que alcance un nivel mínimamente digno. Ni su excelente fotografía o el carisma de sus actores hace que el asunto se eleve de esa mediocridad de la que Aronofsky parecía, hasta la fecha, a salvo gracias a su estatus de director de culto. Yo lo siento, pero con esta ya he tenido bastante culto para el resto de mis días.
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