(La madre de David Moreira, mostrando una foto de su hijo).
Leo con preocupación los sucesos de violencia reciente en Argentina, donde varios jóvenes ladrones están siendo apaleados hasta la muerte por vecinos que conocen de primera mano a los autores de las fechorías y, en estas últimas semanas, han decidido protagonizar una oleada de palizas con ánimo justiciero que terminan con el linchado en el hospital o el cementerio, según los casos.
El más grave de todos es el de David Moreira, un chico de 18 años que fue brutalmente golpeado por gente que sabía que había participado junto a otro joven en el robo de un bolso a una madre que iba de la mano de su hijo. David y su cómplice iban en motocicletas, que emplearon para escapar a toda velocidad. No contaban, sin embargo, con que fueron reconocidos y, posteriormente, identificados y golpeados hasta provocar la muerte de uno de ellos. En una escalofriante entrevista, la madre de David se pregunta, desolada, por qué motivo no se limitaron los vecinos a denunciar el robo a la policía y decidieron pasar de denunciantes a justicieros, y de ahí a asesinos. Porque ése, y no otro, es el término que cabe emplear en el caso de David, "asesinos".
Ante la situación, la oleada política tenía que venir, como siempre, a enmarañarlo todo. La oposición argentina acusa al gobierno de no mantener una posición de fortaleza capaz de impedir semejantes situaciones. Kirchner acusa a los gobiernos regionales de hacer otro tanto de lo mismo, incapaz de poner orden en su propio cortijo. Menos mal que mientras unos y otros se tiran los platos a la cabeza para no tomar decisión alguna, uno de los deportes favoritos de todo buen político, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, ha ordenado el envío de 2.000 policías a Rosario para combatir las drogas en las áreas más desfavorecidas. Algo es algo.
El hecho de que la inseguridad sea uno de los problemas que más preocupan ahora mismo en el país, por encima incluso de la economía, no es casualidad. Existe la sensación de que falta la autoridad competente y necesaria capaz de poner el orden necesario para que la vida pueda desarrollarse con normalidad. Y esto no es algo exclusivo de Argentina, o de Sudamérica, que parece que siempre que sale este asunto todo tiene que derivar en el supuesto salvajismo de los países allende el Ecuador, argumentario tan pobre como plagado de racismo.
El problema que está padeciendo ahora mismo Argentina lo sufren cientos de países en todo el mundo. La cuestión es cómo el estado de derecho (de aquellos países donde lo haya, claro), es capaz de ofrecer mecanismos eficaces para atajar este tipo de situaciones. No es ya únicamente una cuestión de plagar las calles de policías hasta en los tejados para controlar que nadie mate a nadie. Ese tipo de reacciones son propias de un simplismo que va mucho más allá de la complejidad real del problema, que radica en cómo es posible que ciudadanos de a pie decidan, un buen día, convertirse en delator, juez y verdugo de quien sea por el motivo que sea.
La gravedad de la muerte de Moreira y de las palizas que han recibido los llamados motochorros (allí llaman "chorro" a los ladrones, lo del prefijo "moto-" era cuestión de tiempo) empieza por situaciones de pobreza que incitan al latrocinio, pero que continúa con ese espectáculo lamentable de masas con la creencia de que tienen la potestad para hacer juicios públicos. Cuando eso sucede están fallando todas y cada una de las instituciones y la fe que deben inspirar en los ciudadanos: los poderes económicos, los poderes políticos, los judiciales, las fuerzas de seguridad, todos sin excepción están fracasando en su intento por crear un estado de cosas sostenible en el que todos puedan participar sin sentirse excluidos, siempre desde el civismo, el sentido común y el respeto por los derechos fundamentales de cualquier persona.
Sin embargo, y no me tengo precisamente por adivino pero quizá sí por agorero, mucho me temo que nadie va a indagar en la raíz última de nada. Seguirá el desfile de platos en las alturas y de escarceos con destino trágico en los barrios desfavorecidos, y salvo que intervenga la fuerza de turno para aplacar algunos ánimos, aquí paz y después gloria. Y si no, al tiempo: a ver cuántos responden ante la justicia, esa misma que tantos están desacreditando con sus falsos ideales de potestad popular, y cumplen la condena que merecen.
P.d: Créditos de imagen: The Argentina Independent
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