lunes, 21 de abril de 2014

La serie del mes (14): Vikings


Aun a riesgo de ponerse en evidencia frente a producciones mucho más caras y con más tirón popular, el History Channel dio hace un par de años luz verde a un proyecto de aventuras épicas con sabor arcaico, ambientado en el universo de los vikingos. Michael Hirst fue el encargado de llevar toda la producción de la serie, en torno a 10 capítulos por temporada y con el casi desconocido Travis Fimmel como protagonista. A pesar de las dificultades, Hirst se encargó de escribir los guiones y supo dotar al asunto de mayor empaque gracias a la colaboración de todo un equipo de productores que ayudaron a financiar el vestuario y decorados. Con la fotografía de John Bartley, responsable de la imagen de series con tanto relumbrón como Expediente X o Perdidos, Trevor Morris en la banda sonora y con todo un primera espada como Gabriel Byrne en un  jugoso papel secundario, Vikings se reveló como una de las sorpresas de la temporada pasada.

El éxito de la serie fue más que notable, teniendo en cuenta las limitaciones de la producción. Una media de 4,5 millones de espectadores bendecían cada semana las aventuras de Ragnar Lohtbrok, un vikingo rebelde y con ciertos problemas para asumir la autoridad que se lanzaba en una particular odisea para descubrir las tierras inglesas. Frente a él, Byrne interpretaba con fuerza y convicción al conde Haraldson, un hombre corrompido y ambicioso con el único objetivo de hacerle la vida imposible al protagonista. El duelo verbal y físico entre ambos capitalizó el éxito de los seis primeros capítulos, con un crescendo narrativo notable que alcanzó una cima muy intensa. Lástima que el último tercio perdiera algo de fuelle, ya con Ragnar convertido en el nuevo conde de la región escandinava, por mucho que el capítulo final tratara de compensarlo con un final abierto a una merecida y no menos digna segunda temporada, que se está emitiendo actualmente y terminará el 1 de mayo.

Lo primero que me llamó la atención fue la conseguida ambientación de la serie. Tanto a nivel de interiores como de localizaciones externas, Vikings traslada al espectador con bastante fidelidad a una época de la que, por desgracia, no se sabe demasiado. Ha habido bastante polémica entre los historiadores acerca de la traslación de costumbres, tradiciones y rituales nórdicos, así como del vestuario escogido para determinados personajes clave, como los nobles de más alto rango o los sacerdotes. No obstante, la falta de evidencias más claras ayuda a que la serie no se resienta de posibles licencias en este aspecto.


Las localizaciones de Irlanda ayudan a situar la trama en un contexto natural soberbio. Cada vez que los personajes deben salir, ya sea por mar o por tierra a la conquista de lugares desconocidos, la serie se alza en calidad visual gracias a los imponentes riscos y acantilados. Es cierto que el presupuesto queda en evidencia en las grandes secuencias de acción, donde especialmente en la primera temporada se nota la falta de extras, y que los efectos visuales se resienten, en especial al recrear ciudades, castillos o templos vikingos en los bosques, pero aun así resulta un punto esencial junto a los excelentes decorados, como el de la villa del condado con su muelle y sus calles.


Lógicamente, la serie no se sostendría sin un buen guión, y aquí el trabajo de Hirst es encomiable. Él solo ha sido capaz de levantar una trama épica con tintes dramáticos, llena de personajes carismáticos, como el tarado de Floki o el monje cristiano Athlestan, un papel que George Blagden borda en empatía, nobleza y vínculo con el espectador. La evolución de este personaje en particular me resultó fascinante, desde su captura en un monasterio cristiano de la costa a su constante acercamiento a una cultura, unos ritos bárbaros y una religión que a pesar de no compartir, el personaje va interiorizando hasta hacer suyas, a su propia y piadosa manera. El modo en que Athlestan se convierte en consejero de Ragnar, guía de sus hijos y amigo de todos es sencillamente conmovedor. Más discutible, en cambio, es el desarrollo dado a personajes como Lagertha o el hermano de Ragnar, Rollo. Ambos dan bastantes bandazos en busca de un sentido concreto, y en especial todo lo relacionado con Rollo no hace sino ralentizar las tramas principales sin que uno tenga muy claro por qué hace lo que hace, más allá de una envidia totalmente infantil e injustificada que se traduce en traiciones y lamentos bastante caprichosos.

Punto y aparte merece Travis Fimmel en el papel que le ha dado fama internacional. Su Ragnar es un guerrero y líder que escapa a muchos de los tópicos que albergaba en mis temores previos a la serie. Es astuto y hábil, capaz de plantear enigmas a sus oponentes y estrategias que despiertan tanta admiración como respeto en rivales y aliados. La mirada de zorro que tiene en prácticamente todas sus escenas lo hace un héroe de acción atípico, dejando los músculos y la testosterona más para el resto de un reparto plagado de creíbles soldados del norte. Por lo demás, su trama romántica con Lagertha está bien resuelta y es creíble en el contexto en que se plantea, con esa mezcla de amor y lucha permanente donde los celos, las promesas y la tensión sexual planean en cada una de sus muchas y buenas escenas juntos. Y en todas ellas Fimmel da la talla y se convierte en el perfecto estandarte de una serie que siempre que cuenta con él en escena, crece y gana interés.

Del resto de secundarios únicamente merece la pena destacar a Bjorn, el hijo mayor de Ragnar y claro heredero en muchos sentidos de las tramas de su padre. Con un papel que crece a medida que avanza la serie y que cobra un protagonismo más que merecido en la segunda, con el inevitable salto temporal incluido, su personaje garantiza un ascenso en el interés del drama familiar apoyado en las excelentes actuaciones de los dos actores que le dan vida en su etapa infantil y adulta. Resulta llamativo (y acertado) el modo en que Bjorn actúa como contrapeso moral a su padre, aleccionándolo en la paciencia o en la virtud hacia su familia muy por encima del ímpetu y los defectos de un líder imperfecto. (Por cierto, lo de su corte de pelo, y por muy riguroso a nivel histórico que sea, me sigue pareciendo un crimen).

Es de agradecer que Vikings no haga especial hincapié en elementos demasiado morbosos y fáciles, como sí hace Juego de Tronos con la violencia, el sexo o la charcutería de guerra. Se nota que hay una mayor mesura (no confundir con censura, ojo), algo que yo particularmente aprecio porque creo que el interés de los guiones se centra más en el desarrollo de las tramas y personajes. Evidentemente, la producción de HBO cuenta con eso y mucho más, pero sí es cierto que en ocasiones tiende al muestrario gratuito de órganos vivos y muertos, algo que Vikings hace de manera mucho más sutil, como muestran sus escenas de acción o el ritual de sacrificios del penúltimo capítulo de la primera temporada, en un montaje bastante poético y alejado del mal gusto al que escenas como esta podrían haber dado pie con mayor facilidad y peor fortuna.

Por lo demás, la distinción entre temporadas de esta serie resulta bastante artificial, especialmente con un final y un principio claramente enlazados. Cada episodio procura alejarse de estructuras procedimentales y sirve a un propósito mayor, si bien cuenta con arcos argumentales secundarios que van cerrándose con habilidad y sentido del ritmo. Vikings no es una serie perfecta, algunos de sus personajes presentan notables aristas y tiene una producción mejorable en muchos sentidos, pero si el beneplácito del público sigue apoyándola es posible que su tercera temporada logre un nivel de calidad más que notable en todos sus apartados, apoyada en las muchas y buenas virtudes con que ya cuenta. Desde luego, su magnífica ambientación y contexto mitológico la dotan de un particular interés en el panorama de las series de televisión del momento.




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