lunes, 21 de octubre de 2013

El país de los pícaros



Cuando hace unas semanas el Comité Olímpico Internacional descartó a las primeras de cambio la candidatura de Madrid para ser sede de los Juegos Olímpicos de 2020 (es la tercera vez consecutiva que Madrid pierde esta candidatura, tras los fiascos de 2012 y 2016, que fueron a parar a Londres y Río de Janeiro, respectivamente), toda nuestra ilustre caterva política salió a escena para barruntar en un lenguaje absolutamente incomprensible máximas del calibre de "hemos perdido, pero nunca nos derrotarán". Dijeron, además, que la candidatura era perfecta, que el proyecto era aún más perfecto todavía, y que no había ciudad más deportiva que Madrid ni país más olímpico que España.

Puede que buena parte de las críticas al proyecto español se las haya llevado cierta alcaldesa y su lamentable spanglish, pero a mí lo que me da auténtica pena, auténtica vergüenza, es que no se sostiene la afirmación de que este país es deportivo, limpio y competitivo, de que es merecedor de celebrar juegos olímpicos ni nada parecido. El asunto del dopaje, que otros países se toman tan en serio que llegan a desposeer a sus medallistas olímpicos de títulos y premios, como pasó en Estados Unidos con Marion Jones o Lance Armstrong, aquí en España se trata con una ligereza absoluta. La operación Puerto se saldó con una sentencia totalmente surrealista, plagada de absoluciones y destrucción de pruebas; el pasaporte sanguíneo de Marta Domínguez, campeona del mundo de atletismo en 2009, está pasando de mano en mano por todos los organismos nacionales competentes para juzgar si esta buena señora cometió o no dopaje, y al final parece que terminará en manos de algún tribunal internacional; la unión ciclista española fue incapaz de condenar a Alberto Contador por su positivo por clembuterol y tuvo que actuar la UCI de oficio para que cumpliera su sanción de dos años, al tiempo que lo desposeía de los títulos afectados por el positivo.

Pero no es solo eso. No es solo que este país mire a otro lado de forma descarada en temas de dopaje patrio, sino que se comporta de una manera totalmente desvergonzada en cuanto tiene ocasión para ello. Resulta que en el año 2000 nuestra selección paralímpica de baloncesto ganó una medalla de oro absolutamente fraudulenta: 10 de los 11 jugadores del equipo no tenían ningún tipo de minusvalía o discapacidad, se tenían que controlar para no ganar por paliza a sus rivales y, en el colmo de los colmos, ahora su única defensa es decir que en realidad todas las demás selecciones hacían lo mismo y que allí el único discapacitado era porque se habría colado en el "casting". Bueno, pues resulta que esto se ha sabido porque uno de los jugadores del equipo era un periodista que quería destaparlo todo desde dentro, lo hizo y el Comité Paralímpico ha tardado la friolera de 13 años (¡13 años!) en lograr que la Audiencia Provincial de Madrid haga algo al respecto. ¿Saben lo que ha ocurrido? Pues que 19 personas, entre ellas todos y cada uno de los falsos discapacitados, han sido absueltos, y la única sanción se la ha llevado el presidente de la federación de entonces: la sanción mínima que contempla la ley para estos casos, de apenas 5.400 euros.

Todo esto debería llevarnos a algún tipo de reflexión. Yo no creo que todos los deportistas españoles sean unos tramposos en cualquier sentido, ni mucho menos. Es más, estoy convencido de que la gran mayoría tratan de entrenarse a diario, competir y ganar con la mayor honradez profesional posible. Sin embargo, hay un porcentaje significativo de deportistas, gestores en diferentes áreas y médicos cómplices que van en la dirección contraria, y de un tiempo a esta parte están aniquilando la imagen de nuestro deporte fuera de nuestras fronteras. 

Aquí la prensa tiene un papel fundamental, que a base de casos bochornosos como los que estamos viviendo parece que va tomando una posición algo más crítica. No siempre fue así. Recuerdo perfectamente que en 2011, cuando Contador ganó el Giro de Italia de aquel año, la prensa española (no solo la deportiva, ojo) se congratulaba diciendo que el día anterior al comienzo de la carrera Contador estaba en la playa con su novia, tomándose unas merecidas vacaciones desde hacía no sé cuántos días. Su entrenador lo llamó y le dijo que al día siguiente tenía que comenzar a pedalear porque les había fallado otro corredor, y así, sin ningún tipo de preparación, fue, vio y venció, como el César. Cuando estalló el caso de Contador, me vino inmediatamente a la memoria aquella bravuconada mediática, y muchas piezas me encajaron, pero me chocó la defensa a ultranza de prácticamente todos los medios, que aseguraban de forma machacona, una y otra vez, la inocencia de un deportista que, por más que se quiera pretender lo contrario, fue condenado a cumplir sentencia por haber dado positivo de una sustancia prohibida.

Lo que más me indignó anoche, mientras escuchaba a dos jugadores de aquella fraudulenta selección paralímpica de baloncesto (que por supuesto no se atrevieron a dar sus nombres), fue cómo todos derivaron el debate desde la inmoralidad de todos los implicados en el evento, que es donde debería haberse mantenido, a las acusaciones sin pruebas de ninguna clase acerca de que "todas las demás selecciones hacían lo mismo". Esa estúpida, infantil e inmadura postura del "y tú más", que tanto nos indigna en política, hizo que aquí todo el mundo se fuera a la cama pensando que en el fondo qué más da, si los rusos, los alemanes, los turcos y todos son más tramposos, y tonto el último. Lo mismo dijeron los miembros de la delegación de Madrid, insinuando que Turquía y Japón también tenían casos de dopaje, y el desmedido apoyo incondicional en torno a los casos de Contador, Marta Domínguez y tantos otros, que se ven en la obligación de acusar a todo el mundo para que los suyos, los nuestros, parezcan los más buenos del patio, o al menos tan malos como los demás, pero no peores. Es una auténtica vergüenza que nos hace indignos, bajo cualquier óptica moral, deportiva o como se quiera, de albergar nada más trascendental que un torneo de chapas. Y seguro que hasta ahí nos las apañábamos para saltarnos las reglas.

En suma, mientras siga sin existir una cultura del esfuerzo, trabajo y honradez en buena parte de nuestros deportistas, mientras nuestros organismos y federaciones no sigan una política de tolerancia cero contra el fraude y el dopaje, mientras nuestras instituciones judiciales no actúen de manera contundente con sanciones ejemplares hasta en el más pequeño de los casos demostrados, seguiremos siendo a ojos de todo el mundo un país de pícaros, de tramposos y de chapuceros con el mayor de los merecimientos, y lo de menos será quién se tome o deje de tomar la dichosa relaxing cup de café con leche...

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