miércoles, 13 de febrero de 2013

Cinefórum (25): Django Desencadenado


Antes de nada, una necesaria confesión dada la magnitud del personaje tras las cámaras de este invento: no soy fan acérrimo de Tarantino, pero tampoco lo detesto. Me gustan, pero no me entusiasman, Pulp Fiction y la segunda parte de Kill Bill. Punto final. Del resto de sus películas (las he visto todas), hay alguna que otra escena que me divierte, que me entretiene o que me parece meritoria, pero son solo eso, escenas sueltas y no películas como conjunto. Sirva de ejemplo ilustrativo Malditos bastardos, que tiene una escena primera que me parece genial pero que después se desploma de la manera más increíble para mantener únicamente mi interés en las apariciones del gran Christoph Waltz. 

El problema que tengo con Tarantino es de escritura, puro y duro. Creo que es un hábil escritor de diálogos con demasiada tendencia al exceso, quizá, pero en cualquier caso me parece un pésimo narrador de historias. Esa manía suya de dilatar la acción hasta lo inenarrable, que muchos ven como una inconfundible marca de estilo, eso que precisamente adoran de él a mí en general y salvo casos contadísimos me irrita bastante. En cualquier caso, siempre que haya un buen diálogo de por medio el asunto se puede salvar, como ocurría en el final de Kill Bill (vol. 2, aclaro). El problema es que las historias que cuenta no me las creo, no me interesan o me parecen puro exceso, puro frenesí del más gratuito que puede llegar a estragar. Sencillamente hay muchos elementos que jamás llego a comprender qué demonios pintan allí, ya sean personajes, puntos de giro o situaciones excesivamente alargadas. Y todo ello no quita para me parezca un buen director de actores, un tipo hábil tras la cámara y alguien que, evidentemente, sabe rodearse de un buen equipo y, en especial, seleccionar canciones pegadizas para sus películas.

Por todo ello, acudí a ver Django desencadenado con las reservas habituales ante la marca Tarantino (porque este señor es una marca, como todos los grandes directores que se precien de serlo). Y lo cierto es que me lo pasé bien, realmente bien. Me reí a carcajada limpia con muchas de las situaciones que plantea, disfruté (una vez más) con el buen hacer de Waltz como el cortés y ceremonioso mercenario a sueldo y me gustó el modo en que Jamie Foxx afronta un papel de contención continua y poco agradecido para ser protagonista. Creo que tienen química juntos, y eso hace que la película funcione fenomenalmente durante el primer tramo de la cinta. El momento culminante de esta gran primera parte es el episodio con Don Johnson y las capuchas del Ku Klux Klan: hacía tiempo que no me reía tanto en el cine con un gag tan bueno, y  solo por eso y por cómo se resuelve dicho episodio ya merece la pena ver la película.

Más problemas tuve con Leonardo DiCaprio y con Samuel L. Jackson, actores que generalmente me entusiasman pero que aquí me parecían un matrimonio de histéricos con tendencia a la exaltación gratuita. Desde que aparecen en escena la película pega un giro espantoso, no solo porque relegan a Foxx y a Waltz a meras comparsas de su inacabable, infinita y tediosa cháchara a dúo, sino porque no terminan de ganar el peso que se les supone dentro de la trama, su maldad o su ruindad o lo que demonios sea que Tarantino quería expresar a través de ellos. Cuánto eché de menos al nazi de Malditos Bastardos o al Bill de David Carradine, cuya sola presencia bastaba para asustar al más pintado. Y por cierto, lo del tema de la esclavitud me parece una polémica gratuita (la que se ha montado alrededor del filme, me refiero; no creo que nadie en su sano juicio se pueda sentir ofendido por nada de lo que allí se muestra, o pensar que Tarantino se regodee en ello, pero en fin...)

En cualquier caso, ya digo que la primera parte de la película me pareció estupenda, el segundo tramo más "tarantiniano", y la última media hora sencillamente me sobró. Retrasar el desenlace media hora de una forma tan absolutamente gratuita, para que aparezca el propio director en un absurdo cameo donde, para mayor inri, parece que es el de Muchachada Nui disfrazado de sí mismo, es una tomadura de pelo de muy señor mío. Si uno se fija bien en cómo termina la película, da la sensación de que ese tramo se prolonga solo para que pueda aparecer Julián Reyes imitando a un Tarantino entrado en carnes y maquillaje, no porque la historia lo pida o lo necesite. 

Es el típico error de este señor, que comete una y otra, y otra vez, pero que parece que nadie ve o nadie quiere ver. A esta película le sobra tranquilamente entre media hora y tres cuartos, y aligerando esa carga habría quedado un homenaje simpático al spaguetti western (qué bueno el cameo de Franco Nero, por cierto), una película de palomitas divertida y curiosa y ya está. Pero no. Tenía que aparecer la dichosa marca del director, por si acaso algún despistado no se había enterado de quién es la sombra que planea por todas partes como una especie de dios omnipresente con adicción a los focos (y a los aplausos, por ende). Una lástima, en definitiva, pero ni menos ni más que tantas otras de sus obras, que llevan el careto impreso de este señor en cada instante como aquellas marcas que se les hace al ganado. Quizá por eso no deja indiferente a nadie, y sea tan complicado mantener ese equilibrio tan duro entre adorarlo y elevarlo a los altares del séptimo arte o despacharse a gusto a costa de su supuesto "genio creador". Razones no creo que falten ni para una cosa ni para la otra, la verdad.

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