Estos días se está celebrando la selectividad en un buen número de universidades españolas. Es frecuente ver por ellas o en la televisión a estudiantes estresados, casi histéricos, con el miedo en el cuerpo frente a un examen que juzgan decisivo en sus vidas y por ello tan temido como, en el fondo, inofensivo. Más del 93% de los alumnos evaluados el curso pasado aprobaron dicho examen (otra cosa es que sacaran la nota deseada para tal o cual grado), lo que relativiza bastante el impacto de esta prueba.
Resulta reconfortante, en cualquier caso, escuchar las palabras de muchos de estos jóvenes acerca de la importancia de su futuro, especialmente la de un chico que deseaba hacer medicina y que afirmaba que, en los tiempos que corren, cualquier nota es poca y cualquier esfuerzo resulta pequeño, por lo que tanto en ese examen como en los que seguro le esperan debía dar el 120% de sí mismo si quería salir adelante, como era su deseo y el de todos.
Digo esto porque tengo comprobado, y no solo en el centro donde trabajo, que está cundiendo entre los alumnos y no pocos padres la idea de que en el fondo estudiar no sirve para nada y que, con la crisis que tenemos encima, da igual estudiar mucho o poco porque gente con dos carreras y un master se está muriendo de hambre.
Espero, por el bien de todos los afectados, que este virus pase pronto y recuperen la cordura. De la población juvenil en paro, que en este momento alcanza cotas dramáticas en nuestro país, no hay más afectados precisamente que aquellos que menos estudios tienen. Más de un 60%, según las encuestas de población activa, se corresponde con jóvenes que no tienen estudios universitarios ni de formación profesional. Evidentemente que hacer un grado o un curso de FP no garantiza el trabajo (ahora mismo ni siquiera gente con 20 años de experiencia laboral lo tiene), pero sería muy peligroso que se extendiera esa idea, mezcla de indiferencia y derrotismo agónico, porque los mayores perjudicados van a ser precisamente esos que escogen el camino de no hacer nada porque no hay nada que hacer.
Como muy bien señalaba el alumno entrevistado antes de su examen de selectividad, es ahora más que nunca cuando la formación resulta esencial. Destacar en un mercado laboral competitivo y en crisis va a exigir a las siguientes generaciones un esfuerzo extra que bajo ningún concepto puede quedar sepultado por el peso de la ignorancia y la resignación. Mal está que las autoridades, con el nefasto Wert a la cabeza, hagan lo indecible por defenestrar nuestro sistema educativo; ahora bien, que de ahí pasemos a que sean las propias familias las que anulen el valor de la educación de sus hijos, eso es algo que no debemos, que no podemos permitir. Estamos jugando con fuego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario