Hace poco se celebró en los Ángeles el E3, la feria de los
videojuegos por excelencia. Coincidiendo con el auge de este sector del
entretenimiento, esta feria ha ido ganando una notoriedad antes reservada a los
eventos que se realizaban en Japón, antigua cuna de la industria. Fue en el E3
de 1995 donde se pudo ver por primera vez en funcionamiento las primeras grandes
máquinas en 3D, como la Playstation o la Nintendo 64, o donde se anticiparon
juegos claves en la historia de los videojuegos, como Zelda 64, Metal Gear Solid
o Final Fantasy VII. Fue también ahí,
en 2004, cuando apareció una consola llamada Wii que al principio provocó tanto
estupor como escepticismo.
Más de ocho años después de aquello, la victoria de Nintendo
no puede sino calificarse de apabullante. No es solo que su máquina haya sido
la más vendida de la séptima generación (suma más que sus dos competidoras
juntas), tanto en la variante de sobremesa como en la portátil, sino que ha
abierto el sector a públicos como el femenino, el adulto e incluso la tercera
edad, algo que parecía imposible. Su propuesta de juego, basada en la detección
de movimiento, fue tan innovadora que poco les costó a Microsoft y,
especialmente, a Sony, copiarla descaradamente con sus fallidos sistemas Kinect
y Move.
El elemento fundamental que explica el éxito de Wii y DS es
que ampliaron el abanico de posibilidades como nunca antes había hecho un
sistema de videojuegos. Por supuesto, aportaron actualizaciones de juegos
clásicos que son auténticas obras de arte, como Super Mario Galaxy, New Super Mario Bros DS o Zelda: Skyward Sword, pero además añadieron juegos tan renovadores
para el sector como Wii Sports, Brain Trainning o Wii Fit, iniciativas que eran impensables en anteriores
generaciones y que justifican por sí solos la compra de la consola.
Pues bien, el año pasado Nintendo ya dio pistas de por dónde
iría su siguiente paso evolutivo, y aquello no pudo ser más decepcionante.
Resulta que, lejos de reinventarse con una máquina que vuelva a revolucionar el
sector, la gente de Nintendo ha decidido sacar una Wii 2.0 (su nombre, Wii U,
lo dice todo), que consiste básicamente en una actualización de 2012 de su
sistema, con más potencia gráfica y una especie de IPad que funciona como mando
(con su pantalla táctil y todo), siendo compatible con los mandos de control y
todo el catálogo de juegos de Wii.
Digo que todo esto me parece decepcionante porque supone, en
la práctica, que vamos a estar jugando a lo mismo y de la misma forma durante
los próximos cinco o seis años, que es lo que dura más o menos la vida de una
consola. Evidentemente se agradece la mejora en la potencia y la inclusión de
la alta definición, uno de los pocos fallos de una Wii que iba siempre por
detrás de Play3 y Xbox-360, y que explica la ausencia de las grandes franquicia
multiplataforma, como Assassin’s Creed,
Mass Effect o GTA. No obstante,
hay un detalle que es preciso recordar y que afecta seriamente a la visión de
futuro de Nintendo: por mucho que ahora presuman de potencia (que en el
fondo no es para tanto), cuando Sony y Microsoft den a conocer sus sistemas de
octava generación (casi con toda seguridad en el próximo E3) ocurrirá que Wii U
volverá a estar varios abismos técnicos por detrás, porque este sistema es
comparable técnicamente con una consola de séptima generación. Es decir, volveremos
a vivir la misma situación que Wii sufrió desde su lanzamiento.
Y por si todo esto fuera poco, Nintendo ha decidido cometer el
mismo error de 3DS, es decir, una línea de lanzamientos paupérrima. No puede
ser que un nuevo sistema de sobremesa se estrene con un New Super Mario Bros (un plataformas 2-D de toda la vida, calcado a
su versión de Wii, y que es un Mario
menor se mire por donde se mire), y que la gran esperanza sea Pikmin 3, secuela de uno de los más
sonoros fracasos de Gamecube que, para colmo, ni siquiera está previsto que
salga hasta dos o tres meses después del sistema. Ni rastro de Zeldas, Marios o Metroids.
Respecto a las third-parties, sí, es verdad que también aparecen Batman: Arkham City, Mass Effect 3 o Assassin’s Creed III, pero los dos primeros llevan ya 12 y 9 meses en el mercado (y los juegos de Wii U son versiones idénticas a las de PS3 y Xbox-360), y el tercero llevará 3 meses en el mercado para cuando salga en Wii U. No hay, por tanto, ningún argumento convincente para comprar la consola porque ofrezca algo distinto al resto, o ni tan siquiera algo innovador, algo doloroso viniendo de una compañía que se precia de ser la "Apple" de los videojuegos.
Respecto a las third-parties, sí, es verdad que también aparecen Batman: Arkham City, Mass Effect 3 o Assassin’s Creed III, pero los dos primeros llevan ya 12 y 9 meses en el mercado (y los juegos de Wii U son versiones idénticas a las de PS3 y Xbox-360), y el tercero llevará 3 meses en el mercado para cuando salga en Wii U. No hay, por tanto, ningún argumento convincente para comprar la consola porque ofrezca algo distinto al resto, o ni tan siquiera algo innovador, algo doloroso viniendo de una compañía que se precia de ser la "Apple" de los videojuegos.
Pero si lo de Nintendo es para echarse a llorar, más pena aún
da Microsoft. Al margen de no haber dado novedad alguna sobre su nueva consola,
su oferta para el próximo curso es básicamente dar más de lo mismo: Halo 4,
Gear of Wars Judgement, el enésimo FIFA y pare usted de contar. Al menos Sony
ofrece algún que otro aliciente, como los más que prometedores The Last of Us
(del equipo responsable de la saga Uncharted) y Beyond Two Souls (de los creadores de
Heavy Rain), nuevas franquicias que aportan novedad y frescura a un catálogo
saturado, en general, de infinitas secuelas que poco o nada tienen que aportar
al original.
Definitivamente, la séptima generación está en las últimas, y lo peor es que la situación económica general ha vuelto al sector aún más conservador de lo que ya es, en todos los sentidos. Una lástima, teniendo en cuenta que esta industria antes se movía impulsada por grandes ideas y ahora únicamente se impulsa por grandes intereses económicos. Y ese no es el tesoro auténtico, señores desarrolladores. Ese no es.
Definitivamente, la séptima generación está en las últimas, y lo peor es que la situación económica general ha vuelto al sector aún más conservador de lo que ya es, en todos los sentidos. Una lástima, teniendo en cuenta que esta industria antes se movía impulsada por grandes ideas y ahora únicamente se impulsa por grandes intereses económicos. Y ese no es el tesoro auténtico, señores desarrolladores. Ese no es.
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