miércoles, 15 de febrero de 2012

Los mejores/peores juegos de la historia (1): Metal Gear Solid 1-3






Allá por 2001, y con la sana intención de cambiar la óptica desde la que hasta entonces había vivido el mundo de los videojuegos (Sega y Nintendo, básicamente), me decidí a comprar una Playstation 2, de Sony. El juego que incluía aquel pack especial era Metal Gear Solid 2: Sons of Liberty, que venía abalado por un enorme éxito de crítica y público.


Aquellas dos semanas que tardé en completarlo fueron, al mismo tiempo, espectaculares y frustrantes. Fueron espectaculares porque, francamente, nunca había jugado a un videojuego tan virtuoso en todos sus aspectos técnicos. Gráficamente era apabullante, con un tratamiento de texturas, personajes y espacios abiertos que me dejaba impresionado a cada paso que daba. A nivel de música y sonido, la banda sonora de Harry Gregson Williams y las voces de todos los actores me hicieron sentir (a ratos) como en una película de espías, y la enorme cantidad de detalles en armamento, inteligencia artificial de los enemigos y espectaculares secuencias cinemáticas no hicieron sino aturdirme. Para cuando hube terminado el juego me sentí como si acabara de salir, literalmente, de un ciclón.

No obstante, mi entusiasmo fue en todo momento paralelo a la frustración porque hubo otros muchos aspectos que me dejaron boquiabierto, pero para mal. No entendí cómo era posible que un juego de apenas diez horas dedicase más del 50% de dicho tiempo a las secuencias y conversaciones entre personajes, en las que el jugador no intervenía para nada. Y si bien las primeras eran algo más llevaderas, a pesar de su enorme duración, las conversaciones a través de una especie de radio llamada Codec me parecieron aburridísimas. Estas charlas aparecían cada dos por tres para soltar unas parrafadas inmensas que iban desde aspectos supuestamente relacionados con la trama a otras reflexiones, de una filosofía barata y deplorable, acerca del sentido de la vida. El final me resultó absurdo y desquiciante porque, además de no resolver nada esencial, parece que no va a terminar nunca y uno termina ya hastiado de tanta cháchara que no va a ningún lado, una molesta sensación que llevaba arrastrando desde la primera escena del juego.

Aquel fue el primero de los mejores-peores juegos que he tenido el placer de disfrutar en mi vida, pero no el único. Con esto de mejores-peores me refiero a aquellos títulos que combinan en uno solo virtudes extraordinarias con defectos colosales, casi tan importantes o más que sus muchos aciertos. Estos juegos, en realidad sagas famosísimas como Grand Theft Auto, God of War, Call of Duty: Modern Warfare, el propio Metal Gear Solid o el mismísimo FIFA son solo ejemplos de franquicias exitosas que se prolongan indefinidamente con epígonos que poco o muy poco tienen que añadir a sus primeras versiones, pero que cuentan con unos equipos de desarrollo fabulosos que otorgan a estos títulos apartados técnicos bestialmente poderosos. Algo que, no obstante, no es suficiente para ocultar que en el fondo hay muy poco juego detrás de tan linda carcasa.


El caso de Metal Gear Solid es, muy por encima de los demás, paradigmático. No hay otra franquicia que ofrezca menos juego por más dinero, lastrada como está por unos argumentos sencillamente bochornosos sobre espionaje y armas nucleares, donde su supuesta madurez narrativa y rollo adulto y realista se va al traste al combinarse, (con bastante torpeza, por cierto), con criaturas entre lo fantástico y lo hortera que corren sobre el agua, vuelan o sueltan rayos a su antojo.

Entiendo que estoy hablando de una saga que tiene millones de admiradores, y soy el primero que destaca el esfuerzo de su creador, Hideo Kojima, por sacar al público de los ya agotadores peluches saltarines o zombies malolientes. Ya digo que todos los juegos de esta saga son fabulosos técnicamente, y que ofrecen una experiencia diferente y a ratos intensa, pero eso no quita que tengan fallos, que los tienen, y muy gordos.

Después de jugar a MGS2 esperé varios años hasta probar el siguiente, la cuarta entrega, que apareció en 2008 para Playstation 3. Y al igual que su predecesor, me pareció un juego salvaje a nivel técnico, que superaba a los anteriores juegos en cuanto al control del personaje y las armas, pero volvía a incurrir en no pocas rutinas aburridas y agotadoras. Me ocuparé de él en la siguiente entrada, pero ya adelanto que su mayor defecto es su herencia de sus predecesores: las secuencias cinemáticas se me hicieron insoportables (eso de dejar el mando en la mesa y sentarme, de brazos cruzados, mientras los personajes se baten el cobre no termino de entenderlo, por mucho que me hablen de conceptos postmodernos del videojuego).

Lo siento mucho, pero para mí la gracia de un juego es su posibilidad de interacción entre el jugador y el mundo de ficción, y eso se echa a perder si tal cosa te la escamotean para deleitarte con charlas infinitas, saltitos y patochadas excesivamente orientalizantes (por mucho que la saga tenga pretensiones occidentales, es más manga que Goku). Los argumentos de MGS son, en general, de una estulticia aplastante; resulta anacrónico con tanto insistir en la amenaza nuclear y las teorías conspiratorias, y encima está lleno de contradicciones y absurdos: son tantas las ocasiones en que los malos tienen la posibilidad de matarte y en lugar de eso se lanzan alegremente a soltarte otro rollazo más que ya no sé si realmente a quien quieren aniquilar es al jugador, de puro aburrimiento, o al pobre Snake, a quien yo no sé quién le ve carisma más allá de su careto estirado y sus penosos modales de macho alfa acomplejado.


Poco después de terminar MGS4 cayeron en mis manos las copias del primer Metal Gear Solid, en la versión para GameCube de 2004 que incluía notables mejoras, y la de Metal Gear Solid 3 para PS2 y lamento decir que, aunque son buenos juegos, tienen exactamente los mismos fallos que MGS2. A pesar de su intensidad MGS1 es cortísimo, apenas cinco horas de juego en total, y su final es espantoso. Por su parte, MGS3 tiene alguno de los mejores momentos de la saga: para empezar es considerablemente más largo, está ambientado en los 60, que ahí lo de la guerra nuclear encaja mejor, y la idea de la supervivencia en general y en especial el combate contra el francotirador en la selva son una maravilla. Sin embargo, esta entrega está plagada, como las demás, de situaciones bochornosas y dudas metafísicas que nadie ha sabido resolverme (¿por qué en ninguno de los 3 primeros MGS se puede correr y disparar a la vez, o por qué la cámara es tan horrible en todos ellos, y el control tan brusco? ¿por qué en MGS3 todas las mujeres van enseñando escotazo si están en Rusia a menos no sé cuántos grados? ¿Por qué cuando matas a un animal se convierte en una lata de comida? ¿Por qué hay un tío que controla a las AVISPAS?).

En el fondo, me dolió comprobar que todos los Metal Gear son, en esencia, el mismo juego: un escenario 100% pasillero por “explorar”, una inflitración forzada que más se parece al escondite que otra cosa (ay, esas cajas de cartón...), un armamento que va in crescendo hasta llegar al inevitable lanzacohetes para el tanque nuclear de turno, soldados algo idiotas repartidos por todas partes, un grupo selecto de malvadísimos secuaces del malo que te vas cargando de uno en uno y que tienen más que ver con súper héroes de pacotilla que con soldados de verdad (ay, ese vampiro correoso; ay, esa mujer a la que le rebotan las balas; ay, ese astronauta lanzafuegos en espacios cerrados...), y un malo final que, salvo The Boss en MGS3, suele ser tan soso como arquetípico (y en el caso del malo reencarnado en el brazo de otro, el tal Liquid Ocelot, eso ya es surrealismo del más vergonzante). De todas formas, lo peor de estos juegos es esa paradójica mezcla de disfrute y decepción a cada momento. Por cada buen detalle ofrecen algo que chirría hasta el extremo, e incluso el mejor de la trilogía, MGS3, desespera con sus varios finales seguidos y mete con calzador al personaje de Ocelot, un memo que no para de decir bobadas y de hacer el idiota con sus pistolitas.


La saga de Metal Gear sorprende, además, por su declarada autocomplacencia y pretenciosidad, como si cada uno de sus capítulos se considerase a sí mismo el culmen de la industria, cuando en realidad están bien lejos de serlo. Como ya digo, son cualquier cosa antes que un juego de verdad, en el sentido de que el jugador no participa realmente de la historia, sino que más bien es un espectador con momentos aislados de intervención. Y, tomadas como pseudo-películas, los horrendos diálogos y su sentido del clímax no tienen desperdicio (en todos ellos, siempre antes del duelo final, el malo de turno se suelta una parrafada de por lo menos 10 o 15 minutos porque, y aquí cito literalmente, “es mejor saber antes de morir”: eso es tensión narrativa y lo demás son tonterías).

Es posible que Hideo Kojima imprima a sus juegos un carácter atractivo para los jugadores, no lo dudo, y se agradece una propuesta de juego que no se limite a entrar a lo Rambo en las bases militares de turno. No obstante, lleva haciendo el mismo juego 25 años (antes de la saga Solid ya hubo dos juegos anteriores para MSX con idéntico argumento, en 1987 y 1990), y yo creo que ya va siendo hora de que alguien le diga a este hombre que no sabe escribir historias, ni diálogos, ni nada de nada. Sus personajes son todos de cartón piedra, acumulan clichés uno tras otro y es muy difícil empatizar con ellos, algo fastidioso cuando pasamos tantas horas de vídeo a su lado. Una lástima, porque los recursos que Konami le da a Kojima (parece un trabalenguas, lo sé) son tan ilimitados como llenos de potencial, y se merecerían mejores resultados.

A todo esto, y como no podía ser menos, Kojima y su equipo amenazan en 2014 con sacar MGS5: el (enésimo) retorno de Solid Snake. Por desgracia, solo tienen dos caminos. O siguen haciendo la guerra por su cuenta, con todas sus manías y defectos, o continúan la senda de MGS4 y lo mejoran, algo que se puede hacer, y mucho. Yo, personalmente, prefiero esta segunda opción, porque de lo contrario me temo que voy a perder el poco interés que me queda por esta saga.

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