domingo, 12 de febrero de 2012

El fantasma contraataca (parte II) / Cinefórum 17: La Amenaza Fantasma


Una de las creencias habituales cuando se valoran películas consideradas de aventuras infantiles o juveniles es que, tratándose como se trata de cine supuestamente menor, el nivel de exigencia debe ser, en consecuencia, más bajo de lo que se les puede pedir a los grandes dramas, esos que suelen competir en la carrera de los Oscar. Las películas de ese primer grupo, las de palomitas de toda la vida, parece que juegan en una liga diferente y pueden, por tanto, permitirse lujos y excesos que los grandes dramas deben tratar de sortear con habilidad, equilibrio y calidad.


Pues bien, yo no puedo estar más en desacuerdo con semejante creencia. A mí me da igual el género, clase o liga en el que supuestamente juegue cualquier película. Sea del tipo que sea, esperaré de ella una serie de criterios mínimos de calidad, y especialmente cuando se trata de la continuación de una de las sagas de aventuras más famosas, y con justicia, de la historia del cine, el nivel de exigencia puede, y debe, ser acorde con la calidad mostrada por las predecesoras.


Sirva este largo preámbulo para poner de manifiesto mi total rechazo ante aquellos que se rasgan las vestiduras cuando se hace la más mínima crítica al Episodio I: La Amenaza Fantasma, y dicen que es una barbaridad pasar por la plantilla crítica a una película “de niños”, “sin pretensiones” y que lo único que pretende es sencillamente “entretener”.


Semejantes juicios no pueden estar más desviados de la realidad de una cinta que contó, en su momento, con más de 115 millones de dólares de presupuesto, que recaudó 924 millones en todo el mundo, que fue candidata a tres Oscars (en aspectos técnicos, obviamente), y por la cual miles de trabajadores dejaron el 19 de mayo de 1999 de acudir a sus puestos de trabajo; una película cuyo desarrollo y dosis de información se seguían con febril entusiasmo a través de Internet como no había sucedido nunca hasta entonces, y que llevó a proclamar a no pocos medios de comunicación que nos encontrábamos ante la película más esperada de la historia del cine. ¿Y todavía se atreve alguien a decir que aquí no había pretensiones?


Es posible que la gigantesca expectación fuera realmente difícil de satisfacer, pero visto con la perspectiva que da más de una década desde aquel estreno, lo cierto es que el Episodio I tenía muchos defectos, demasiados como para que pasaran desapercibidos hasta para el más acérrimo (y por tanto, ciego) de los fans.


Y el mayor problema de esta película no es, como muchos claman, sus absurdos personajes o sus más que mejorables diálogos, y ni siquiera el abuso de unos efectos visuales que, en la batalla final, llegan a estragar. Todo eso es cierto, pero sería casi un detalle menor si no fuera porque la historia que cuenta es aburrida y de una imbecilidad suprema, que carece por completo de sentido en sus muchos e innecesarios giros, y porque para cuando pretende remontar el vuelo con alguna que otra secuencia meritoria, es demasiado tarde: el daño ya es irreversible.


Las decisiones argumentales básicas de Lucas fueron, cuando menos, cuestionables. Es cuestionable la elección de un Anakin niño como personaje clave, y sobre todo del modo en que aquí está plasmado. Puede que funcione de cara al público infantil que se pretende conquistar, pero desde luego lastra el desarrollo de la trama, crea una confusión notable con su futura amante, que parece su madre o cuando menos su hermana mayor, y encima viene acompañada por una personalidad ñoña e insoportable que para nada, y por mucho que el poster promocional así nos lo indique, nos hace pensar ni de lejos en Darth Vader.


Al margen de eso, la trama va dando bandazos notables de aquí para allá sin que nada tenga el menor sentido, acumulando casualidades una detrás de otra (ay, esa avería que nos obliga a parar en Tatooine...), y al final uno tiene la sensación de que Lucas y sus diseñadores tenían demasiada prisa por mostrarnos los muchos planetas que aparecen en la película, con sus diferentes mundos y submundos, para que alucinemos con lo bonitos que son, y lo que menos importa es si realmente era necesario tanto traqueteo. Star Wars IV (la primera de todas, para entendernos), sólo tenía dos escenarios básicos, el desierto y la Estrella de la Muerte, y no hacía falta nada más para tenernos agarrados a la silla toda la película. Pero claro, ahí la intención sí era hacer pasar un buen rato.


Además, en La Amenaza Fantasma hay situaciones a todas luces innecesarias, como todas las que protagoniza la raza de los Gun Gan (¿recuerdan la escena aquella de los peces que se quieren comer el submarino? ¿qué aportaba eso a la trama?), y otras que, de tan forzadas, ya uno ni se las plantea (todas las decisiones de Qui Gon Jinn, especialmente con el tema de las apuestas de la carrera de vainas). Pero lo peor de todo es la resolución de la trama, esa batalla final con una estrategia nula que se resuelve con otra magnífica casualidad (ay, ese núcleo central al lado del hangar donde cae, ay, el niño insoportable con su ¿nave?). En definitiva, que no hay por donde cogerlo.


Y mira que esta película, a diferencia del Episodio IV, sí estuvo bendecida en todos sus aspectos: tanto a nivel presupuestario como de tiempos de rodaje y estreno Lucas pudo gozar de total libertad; tuvo un casting fantástico, compuesto por un trío principal de actores como Liam Neeson, Natalie Portman y Ewan McGregor, ahí es nada; tuvo excelentes diseñadores (el trabajo de Doug Chiang es tremendo), y contó con el siempre eficaz Ben Burtt para los efectos de sonido y con el maestro Williams para crear un temazo como el Duel of Fates. Esta vez Lucas sí disponía de la tecnología digital para recrear a su antojo cuanto quisiera, como demuestra la magnífica secuencia de la carrera de vainas, e incluso contó con un coreógrafo para el duelo de espadas láser, que le brindó la mejor pelea de toda la saga, con una diferencia abismal con todas las demás. Y por si fuera poco, tenía a Darth Maul, que es un villano con un diseño de aúpa y capaz de hacer unas virguerías físicas envidiables.


Pues bien, todas esas bondades quedaron más que eclipsadas por los defectos ya mencionados. La amenaza fantasma tenía todas las papeletas para haberse convertido en un referente del cine moderno de aventuras, pero no lo fue porque Lucas no supo estar a la altura del reto y nos ofreció una propuesta aburrida y cargante. Además, se encontró con la única casualidad que no estaba escrita en su “guión”: el estreno, casi simultáneo, de una peliculilla llamada Matrix. El resto (4 Oscars técnicos para la película de los hermanos Wachowski, reconocimiento universal, impacto cultural astronómico, herencia innegable en el cine posterior...) es historia, y ahí, casi tanto como en la billetera, es donde más le duele a Lucas.


Y eso que todavía faltaban por llegar Frodo y compañía para hacer aún más innecesarios e intrascendentes los estrenos del Episodio II y III, que arrastrarían no pocos defectos heredados de esta primera parte que ahora se reestrena a bombo y platillo. Qué pena, en definitiva, que tanto potencial, tantos medios y tanto despliegue quedara en tan poca cosa.



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