Hace algún tiempo tuve ocasión de probar un juego de mesa donde el objetivo no era destruir, aniquilar o arrasar al rival de las formas más horribles imaginables, como suele ser muy del gusto yanqui. Tampoco se trataba, como esos otros juegos también muy famosos, de amasar grandes fortunas a costa de sablear al resto de jugadores, ya sea haciéndoles dormir en nuestros hoteles o cárceles. Al contrario, aquí el comercio, la negociación y el cultivo son las claves de un juego de origen germano que lleva ya un tiempo (desde 1995, ni más ni menos) haciendo las delicias de muchos y quizá, ya solo por su original propuesta merecería un aplauso, aunque solo sea por buscar una mínima innovación en un terreno tan manido como este que nos ocupa.
"Los colonos de Catán" trata de la conquista pacífica de una serie de territorios, donde el jugador debe ocuparse de cultivar una serie de materias primas que, combinadas, dan lugar a la construcción de una serie de infraestructuras tales como ciudades, carreteras o aldeas. El tablero del juego está formado por una serie de piezas hexagonales, de distinta disposición en cada partida, que representan diferentes territorios donde se cultivan una serie de materias primas (las montañas dan rocas, los trigales trigo, las praderas ovejas, etc...) El objetivo del juego es acumular 10 puntos en función del número de poblaciones pequeñas y grandes construidas, o puntuaciones extra, y para ello hace falta una estrategia de partida. Aquí entran en funcionamiento unos números, colocados encima de cada territorio, que hacen que los dados nos den la posibilidad de cultivar o no dichas materias, y que son de diferente tamaño o color en función de la posibilidad de que salgan (así, el 6 o el 8 son más frecuentes que el 2, por ejemplo). Una buena colocación en territorios clave o con buen número, así como la posesión de puertos para comerciar y, claro está, una pizca de suerte con los dados, son los factores fundamentales para llevar a buen término la empresa vencedora.
Debo decir que aquella primera partida fue bastante entretenida ya que, aunque al principio uno tiene la sensación de que no se entera de nada con tanta norma y tanta excepción, lo cierto es que al cabo de un rato uno ya se ha convertido en un experto comerciante. La posibilidad de negociar con otros jugadores o la banca y los piques por el ladrón (una pieza especial que se mueve al sacar un 7 y que impide cultivar allí donde se encuentre) son dos alicientes fenomenales para un juego que, eso sí, obliga a los jugadores a sacar casi tanto tiempo como en una partida de monopoly (y si a los 4 jugadores de inicio se le añaden ampliaciones para 5 o 6, ya ni les cuento). Tal fue el pique, en mi caso, que no dudé en hacerme con una copia del juego y su correspondiente ampliación, y que juego en cuanto tengo ocasión (sé que esto que acabo de escribir parece la típica frase sacada de un anuncio de teletienda: ya solo falta que diga que ha mejorado mi vida una barbaridad).
En cualquier caso, "Los colonos de Catán" resulta una experiencia de juego muy divertida y recomendable, tanto para estos ocios veraniegos de agosto como para una tarde de lluvia. Eso sí, si pierden amigos por culpa de este juego, no digan que no se lo advertí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario