domingo, 29 de julio de 2012

Altius, citius, fortius (made in Spain)




Imagino que como muchos de mi generación, los primeros recuerdos olímpicos que guardo en mi memoria corresponden a los de 1992 en Barcelona. Patrioterismos al margen (porque no hago más que escuchar estos días que aquellos fueron los mejores juegos de la historia, dogma repetido una y otra vez por los medios de comunicación como si fuera una verdad irrefutable), sí recuerdo una especial alegría con las victorias de Fermín Cacho o las de la selección de fútbol (ante la todopoderosa Polonia, no lo olvidemos), y aquellas 22 medallas quedaron ahí, como un récord que ya veinte años después sigue a la espera de ser cuando menos igualado.

En estos veinte años, hemos pasado por unas cuantas olimpiadas ya como para que alguien se dé cuenta de que el modelo de financiación de los deportistas en este país (con las famosas becas del programa ADO a la cabeza) está desfasado y necesita urgentemente una revisión. Y esta consideración la hago al margen de las medallas, que parece que aquí al personal es lo único que le importa (recordemos: 17 en Atlanta, con el genial Induráin a la cabeza; 11 en Sidney, 19 en Atenas y las 18 de Pekín 2008, con Nadal a lo grande, como siempre). Es cierto que hay quien pueda decir que es un número importante, pero ahí va un dato: frente a las 13 medallas de oro de Barcelona, todas las demás olimpiadas juntas posteriores superan esta cifra por poco. En casos como Sidney o Atenas solo logramos 3 de oro en cada una, lo cual es una cifra muy baja para un país que envía de media unos 270 deportistas a los juegos.

Hay más datos relevantes. En las últimas olimpiadas, por ejemplo, un porcentaje mayoritario de nuestros deportistas apenas se clasificaron para las rondas finales y, lo que es peor, apenas un 10% igualó o superó sus registros personales. Es como si, por alguna extraña razón que no termino de entender, a muchos les bastara con clasificarse para la olimpiada y, a partir de ahí, ya todo les diera más o menos igual. Precisamente cuando los deportistas tienen que enfrentarse al mayor reto de sus carreras (en ocasiones una ocasión única, ya que los juegos son cada cuatro años y la edad no perdona en este ámbito), vamos los españoles y, con honrosas excepciones, pensamos que ya es bastante con haber llegado ahí.

Me resulta muy curioso todas las argumentaciones que se dan para justificar estos resultados mejorables. Está, por ejemplo, el de que hay razas genéticamente superiores que nos barren en disciplinas como las carreras de fondo o de pista, o de que países como Estados Unidos o Rusia cuentan con infraestructuras infinitamente superiores a las que tenemos aquí, y sus respectivos gobiernos no tienen problemas en dar alegres subvenciones y primas para que sus muchachos lleguen dispuestos a comerse el mundo. Imagino que algo de eso será cierto, pero sigo pensando que si este país hiciera las cosas como debe en este terreno (como en tantos otros) no necesitaríamos acudir al victimismo para justificar una posición mediocre en el deporte internacional. 

Se me dirá que esto es una aberración, y que el deporte en España está ahora en su mejor momento de la historia, con gente como el propio Nadal, Gasol, Alonso y toda la selección de fútbol a la cabeza. Ya, pero es que me estoy refiriendo a un porcentaje algo más amplio, el deporte en un sentido general que incluye TODAS las demás disciplinas (que parece que aquí todo se reduce al fútbol, baloncesto, la fórmula uno y el tenis). Gente como el citado Fermín Cacho o aquel nadador, López Zubero, son verdaderos marcianos en un país que no da pie con bola en el 90% de las disciplinas olímpicas. No sé a los lectores, pero yo ya estoy acostumbrado a ver que en muy pocas finales hay representantes españoles (y los que podría haber este año, ya sea por lesión como Nadal o por las sospechas de dopaje, como Contador, no están donde deberían). 

He escuchado también, y creo que por aquí pueden ir los tiros del deporte patrio, que este amplio porcentaje de deportistas españoles tienen que salir adelante "a pesar" de las condiciones que se dan en sus respectivos ámbitos laborales. Y aquí me refiero, aunque no solo, al tema económico. Las becas ADO se otorgan en función de unos resultados, de unas determinadas marcas e hitos que el deportista tiene que ir logrando en campeonatos nacionales e internacionales, como por ejemplo su clasificación para los mundiales o los juegos olímpicos. Se pueden imaginar ustedes que ni todas las becas son de la misma categoría ni permiten, en su mayoría, que estos profesionales puedan dedicarse única y exclusivamente al entrenamiento y práctica del deporte, de modo que muchos de ellos deben alternar esta labor con segundos y terceros trabajos. Eso explicaría que mucha gente se "conformase" con alcanzar los objetivos mínimos que les garantice la beca, porque literalmente llegar a esos objetivos los deja con la lengua fuera como para encima andarse con medallas. Y así no hay manera.

Insisto, para mí este es un problema relativo al modelo de cómo se crea, fomenta y da alas al deporte en España. Falta de medios, falta de recursos... sí, todo eso está muy bien, pero yo me pregunto si realmente tenemos una mentalidad adecuada para el fomento de la práctica profesional de esta actividad. Porque si tanto los responsables de los distintos organismos del deporte, como la prensa y la nación entera se limita a reducir el asunto al vil metal medallero y solo nos acordamos de que en este país existen gimnastas o lanzadores de peso una vez cada cuatro años, (y encima esta pobre gente tiene que sobrevivir como puede a base de becas y limosnas varias, sin un sueldo digno de verdad), así nos seguirá yendo siempre en estas y en todas las olimpiadas habidas y por haber.


1 comentario:

learn spanish in spain dijo...

Genial artículo. ¡Gracias!