miércoles, 3 de agosto de 2011

Todos los recuerdos fueron buenos (parte II)







Apenas dos semanas después de la despedida de Akela, me tocó a mí el turno de hacer lo propio con el que durante los últimos siete años ha sido algo así como un segundo hogar y una familia para mí, el grupo Scout Antártida 621 de Colmenar Viejo.

Era una tarde calurosa de finales de julio, con todo el mundo dispuesto para empezar la ceremonia de pases. Suele ser el momento más especial del campamento, ya que muchos chavales cambian de sección y están tan nerviosos como apenados por aquellos amigos, a veces hermanos, que dejan atrás. Eso hace que todos tengan las emociones a flor de piel, y que más de uno y más de dos dejen escapar alguna que otra lágrima, fruto de todas esas sensaciones a las que se suma el hecho de se trata de la última formación antes del final del campamento de verano, algo que apena ya de por sí a todos.

Viendo el comienzo de la formación, recordaba la primera que vi, años atrás, en las montañas de Griébal. Por aquel entonces el grupo estaba en una fase inicial, de consolidación y búsqueda de identidad, pero qué alegría desbordaba por sus cuatro costados, qué cantidad de ilusión había en aquellos niños y monitores dispuestos, por encima de todo, a pasárselo en grande y a llevarse mil tesoros en forma de anécdotas y recuerdos.


Años después, ahí estaban repetidas las mismas palabras por distintas personas, y ahí fue donde noté más el cambio, en la gente que da forma ahora a este proyecto. Sólo otra monitora y yo permanecíamos en aquella formación desde entonces, y en cuanto a los chavales sólo quedaban algunos de las secciones mayores, que por aquel entonces eran plenos benjamines del grupo, ya que todo lo demás habían sido incorporaciones muy posteriores.

Le había pedido a mi Akela de aquí, a Yolanda, que leyera una carta de despedida en mi nombre. No quería que se me quebrara la voz como a la otra Akela, y con la promesa de que no habría más lágrimas, comenzó a decirles lo siguiente:

“Hola a todos:

Hace unos años que vengo observando que estos pingüinos del Antártida están como revolucionados. Cada día que pasa los veo a todos mucho mayores, mucho más altos y más guapos. A cada momento que me descuido, veo que su casa de los hielos es más grande y tiene sitio para más y más hermanos, y no hay día que pase que no disfruten de una nueva aventura que se suma a los millones que venimos acumulando desde hace tantas rondas.

Lo que tiene ser un pingüino vejete como yo es que te acuerdas de algunos pingüinillos que ya no están porque se fueron hace mucho, mucho tiempo. Y recuerdas al pingüinillo DPV, que se dejaba su ropa por todas partes y cumplía años siempre en el campa de verano, o al pingüinillo Romero, el niño más guapo del mundo entero; también te acuerdas de dos pingüinillas gemelas a las que llamaban Chip y Chop, y que eran la salsa del grupo cada vez que hablaban y un tormento cada vez que había verdura en el plato. Y cómo olvidar a aquel otro por el que todas las chicas suspiraban por besar sus mejillas, y que jugaba al tenis como todo un campeón.


Ojo que también me llega la memoria para otros pingüinos más grandotes, no os vayáis a pensar. Recuerdo a uno que más que pingüino era un oso dichoso, el más divertido que he conocido nunca y del que aprendí muchas cosas buenas. Recuerdo a otro al que llamaban pompimpompas, que era tan redondo como el sol y tan sonriente como la luna, y también a otro aún mayor que el arco iris, alto como un roble y que siempre custodiaba un arcón lleno de coca cola.

Todos ellos se fueron del Antártida en busca de otros lugares que conquistar. Sintieron que su tiempo aquí había terminado, por unas razones o por otras, y que querían buscar nuevas aventuras. Algo así me pasa a mí hoy, al final de esta ronda que se suma a muchas otras en las que he compartido momentos mágicos con cada uno de vosotros, y que llevaré conmigo siempre.

Desde hace unos años, primero en manada y luego en el clan, vengo observando que vosotros sois nuestro mayor orgullo, nuestro mayor tesoro y aquello por lo que tenemos que luchar más los monitores. Gracias a vosotros esta máquina funciona a las mil maravillas, y así seguirá mientras conservéis la sonrisa y la ilusión en cada nueva formación que hacéis. Los monitores que hay aquí a mi lado se van a encargar, como han hecho hasta ahora fenomenalmente, de que todo siga igual en el Antártida: un lugar lleno de pingüinos felices a los que hay que enseñar a caminar, y de los que se aprende también muchas cosas, y por encima de todas ellas, a sonreír de verdad.

Gracias por todo lo que me habéis dado y hasta siempre,
Nacho.

S.L.P.S.”

Viéndolos ahí mientras escuchaban la carta, pensaba en lo duro que estaba siendo aquello para todos, no sólo para mí. A fin de cuentas esta experiencia me había cambiado profundamente, dándome la suficiente confianza y seguridad en mí mismo para afrontar todos los retos que vinieron después, en el trabajo y en la vida, e imagino que de algún modo a ellos también les habría cambiado en algo. No sé si aquel grupo se daba cuenta de lo mucho que había significado para mí formar parte de él, pero yo sí, y por eso, cuando en la entrega de diplomas uno de mis antiguos niños, ya casi un hombre, se me abrazó hecho un mar de lágrimas me vine abajo como me había prometido que no haría, porque de pronto se me nubló la vista con las miles de historias que habíamos vivido juntos, y porque a lo largo de todas aquellas salidas, acampadas y reuniones había visto crecer a aquel renacuajo hasta la persona que era Joaquín ahora mismo.






Entonces alcé la vista y vi a muchos de ellos igual o más afectados de lo que lo estaba yo mismo. Vi a los pequeños a los que conté historias, a los mayores junto a los que aprendimos a subir las montañas más duras, las de dentro de uno mismo, y supe que iba a extrañar aquello más de lo que quería reconocer. Era como si me estuvieran arrancando algo de lo más profundo de mi ser, y era un dolor atenuado únicamente por el aprecio que sentía en aquel abrazo y en aquellas miradas cómplices.

Apenas recuerdo mucho más de la formación, porque entre abrazos y lágrimas se me pasó en un suspiro. Recuerdo que Akela me puso las hachas en forma de despedida y que, antes de irme, les pedí a todos los scouts que saludaran a la bandera. Luego me fundí en otro abrazo con aquella vieja amiga, casi una hermana, y lo último que recuerdo fue que, horas después, estaba mirando el cielo y acordándome de las estrellas de Griébal, las mismas que en aquel valle de León me daban un adiós brillante y cariñoso.

Ahora sé lo que sintió Akela, y sé cómo es ese carrusel de emociones, de cariño y nostalgia, de pena y alegría al mismo tiempo, en el que aquellos a los que tanto quieres te dan las gracias y la despedida con la conciencia, clara y limpia, de que todos los recuerdos, todos y cada uno de ellos, fueron buenos.




4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nacho. Eres. Muy. Grande

Yékov dijo...

Siempre en nosotros. Ojalá nuestros caminos nunca se separen del todo.

Anónimo dijo...

Espero que de mi tambien te acuerdes! (hector)

Anónimo dijo...

Nacho espero que tambien te acuerdes de mi!! (hector)