Debo reconocer que me tomé la decisión de Nintendo de relanzar su célebre Zelda: Ocarina of Time para la (por entonces) flamante 3DS con cierto escepticismo. Para empezar, no me gusta nada cómo se ha gestionado la saga desde entonces (con unos más que discutibles dos títulos grandes, Wind Waker (2003) y Twilight Princess (2006), acompañados de media docena de títulos menores), porque todos estos juegos beben de un modo descarado de los aciertos de su progenitor, y estiran hasta lo insoportable las tramas y situaciones, tremendamente repetitivas, en un follón espacio-temporal donde las precuelas y secuelas se suceden sin ton ni son pero eso sí, siempre tomando OOT como punto de referencia.
Vaya por delante que soy muy consciente de que Ocarina of Time no es, ni mucho menos, el primero de los Zeldas. Cuando se estrenó, allá por 1998, ya antes se habían lanzado nada menos que tres juegos para las plataformas grandes (Zelda 1 y 2 para NES, y Zelda: A Link to the Past, para la Super Nes), más otro para la ya extinta consola portátil Gameboy. Digo esto porque, después de haberlos jugado, me llevé una soberana decepción al ver que no pocas situaciones, razas aliadas, enemigos, melodías y hasta efectos de sonido se repetían en Ocarina of Time de un modo muy similar a sus predecesores.
.En cualquier caso, las sensaciones al jugar los juegos de 8 y 16 bits, en comparación con el de 64, son muy diferentes: sencillamente no hay color. Ocarina of Time representó un abismo de tales dimensiones con todo lo visto (pero sobre todo jugado) hasta entonces que el cotejo da risa. No ocurre así con las hermanas de 128 y 256 bits, que aunque en teoría deberían representar toda una revolución respecto de su hermana pequeña, a mí al menos me han transmitido en todo momento las mismas sensaciones en cuanto a diversión y jugabilidad, pero con la diferencia de que tenía la impresión, molesta y persistente, de que estaba jugando al mismo juego con diferente envoltorio. Si a eso se le suma que, en mi opinión, estamos hablando de juegos muy inferiores en historia, desarrollo e innovación, el resultado es ciertamente peor.
Con estos antecedentes, es necesario hacer referencia a Wind Waker. En otro gesto más de sumisión a la obra maestra, Nintendo vendió aquel juego con un disco extra que contenía Ocarina of Time, igualito que en 64 bits, y una versión alterada llamada Master Quest. Tengo la suerte de tener una de esas copias, pero debo admitir que fui incapaz, allá en 2003, de completar una sola mazmorra. El dolor de ojos ante el desfase técnico era inaguantable, y hay que reconocer que las versiones posteriores de Zelda mejoraron la cámara y ciertos efectos que hacen mucho más suave el control, algo que se nota, y mucho, jugando al juego que muchos consideran el mejor de la historia.
Ahí estaba precisamente mi mayor miedo. Lo que fue un bombazo en 1998 no tenía por qué serlo en 2011. King Kong (1933) cambió para siempre los efectos especiales, pero si lo vemos ahora nos parece una broma o un mal chiste. Como éste hay mil ejemplos, pero a mí me habría dolido especialmente que algo así ocurriera con un juego que, al margen de ránkings históricos y demás tonterías, dejó un sabor de boca inmejorable en jugadores de todo el mundo. ¿Y si, en el fondo, era lo mismo que la edición especial que acompañaba a Wind Waker o incluso peor?
No hay que olvidar que Nintendo, de un modo bastante incomprensible, ha fiado todas sus bazas iniciales del éxito de su nueva portátil a un juego que cuenta ya con 13 primaveras a sus espaldas y eso, dentro de un mundo tan cambiante y vertiginoso como el de los videojuegos, equivale a decir que procede del pleistoceno. Su consola salió (y lleva) desde marzo sin prácticamente ningún juego relevante, desde luego no de la propia compañía, y de momento (y salvo que las Navidades digan lo contrario), su catálogo se hundirá en una mediocridad que sólo ciertos remakes como el de Zelda o el de Starfox 64, otra joyita de la corona, parecen en (cuestionables) condiciones de evitar.
Terminaremos este primer apartado de previos señalando algo que es de justicia: cada nueva noticia, imagen o novedad en forma de vídeo que Nintendo iba dejando caer a mí, por lo menos, me ponía los dientes largos, y una parte de mí me animaba a presagiar algo realmente grande. En cualquier caso, mis temores estaban más que fundados, y sólo se resolvieron al comprar finalmente el cartucho y darle al botón de “on”.
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