
Centrándonos ya en el juego, este análisis debería responder a varias cuestiones importantes y dejar a un lado emotividades y nostalgias, que en definitiva no van a ningún lado. Vamos con la primera duda que, por lo menos a mí, me asaltó nada más conocer la noticia. ¿Merece la pena comprar un juego, 13 años después de su lanzamiento, que ha sido reeditado y que se encuentra disponible a través de internet, parches en ordenadores y un larguísimo etcétera?





.Seguimos con las correcciones: yo por lo menos extrañaba luchar contra los jefes finales una vez vencidos, porque son los momentos más divertidos del juego. En la anterior versión sólo te podías enfrentar a ellos una vez, y si querías volver a hacerlo habías de empezar otra partida (y eso, en un juego de más de 50 horas de duración, es mucho decir). Bueno, pues dicho y hecho: ahora hay un modo “jefe”, donde puedes enfrentarte a ellos en serie o por separado. (Por cierto, yo el modo en serie del Master Quest todavía no lo he conseguido, porque tiene una dificultad extrema y te matan simplemente con tocarte una vez: nunca el dragón del templo del fuego había despertado tanto odio en mi interior...).

Cualquiera que se enfrente a este juego, ya por fin sin el lastre del prejuicio por el desfase técnico, y no sea capaz de disfrutarlo y de rendirse a sus pies, tiene un serio problema que consultar con su médico. Yo llevo todo el verano jugando y hasta hoy, que he completado ambos modos al 100%, no he podido parar. Y mira que me lo habré pasado veces (y las que me quedan)…
Zelda: Ocarina of Time 3D ha hecho algo que parecía imposible: mejorar una leyenda, hacer que parezca que siempre tuvo que ser de este modo, y no de otro. No se trata de una simple conversión, es LA conversión de un clásico antiguo en un clásico moderno porque va más allá del fabuloso apartado técnico, y mejora unas prestaciones de jugabilidad que ya en su momento parecían inigualables. No hay ahora mismo nada semejante en el mercado, y supone la consagración definitiva de un título que deja en paños menores (ahora sí) a todos sus sucesores, legítimos o no, que seguirán otros 13 años intentando emular una fórmula simplemente irrepetible.
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