Tan de moda en esta última década gracias al boom de los juegos ambientados en la segunda guerra mundial, los shoot’em up surgieron con el jurásico Wolfenstein 3-D, en 1992 (curiosamente, ya con malvados nazis en el papel de villanos). Posteriormente llegarían versiones bastante más encarnizadas, como Doom o Duke Nukem, que repetían con sustanciales mejoras un desarrollo en primera persona y un sistema gráfico de mareantes sprites en 2-D en un entorno tridimensional.
En 1997, el equipo de programación Rare desarrolló un juego para la Nintendo 64 que, sencillamente, aniquiló las referencias previas y sentó las bases actuales del género. Basado en la película del mismo título, Goldeneye 007 se convirtió desde su estreno en un auténtico bombazo, dejando boquiabierto a propios y extraños con un sistema de control absolutamente perfecto, gráficos en auténticas 3-D, sistema de captura de imágenes para representar a los actores y decenas de armas disponibles, así como un aluvión de novedades que ahora damos por sentadas: sistema de recarga, golpeo con la culata del rifle, modo francotirador con un zoom de vértigo, sistema de detección automática de enemigos, diferencias de daño según la parte del cuerpo afectada y un larguísimo etcétera. A eso se le sumaba un apartado gráfico asombroso, con logradísimos efectos de explosiones, posibilidad de interactuar con un entorno cambiante, impactos de sangre en los enemigos, texturas y definición casi perfectas y, para colmo, una duración soberbia, (24 niveles, con homenajes incluidos a películas y personajes previos del agente Bond), tres niveles de dificultad y, por si fuera poco, un adictivo sistema multijugador para 2, 3 o 4 jugadores que fue la guinda del pastel.
El desarrollo del juego seguía, de forma más o menos fiel, el argumento de la película que relanzó la franquicia de 007 en 1995, y sirvió para familiarizar a toda una generación de jugones con los diferentes gadgets del célebre agente secreto. En uno más de sus muchos alardes técnicos, el juego permitía utilizar rayos láser desde el reloj de Bond, que también servía de menú durante las partidas. La dificultad e inteligencia artificial de los enemigos era aplastante, ya que corrían en busca de refuerzos, se agachaban u ocultaban de tus disparos y siempre te ponían las cosas muy, muy difíciles, lo que no hacía sino redundar en la calidad de un juego plagado de detalles y con una variedad de localizaciones apabullante (selvas, presas, instalaciones, ciudades, bases militares, parajes nevados, etc…)
Nombrado mejor juego del año 1997 por una crítica entregada y un público devoto, este juego se ha convertido en un clásico. Rare nunca volvió a programar nada parecido, aunque repitió fórmula y éxito con Perfect Dark, también en N64 y posteriormente en X-Box, y todos los Medal of Honor, Call of Duty y demás sucedáneos post-salvar al soldado Ryan beben más de las fuentes de Goldeneye que de la película de Spielberg, copiando prácticamente todas sus virtudes. Con diferencia, uno de los mejores videojuegos de la historia, y quizá uno de los rarísimos casos en que la adaptación de un videojuego no sólo está a la altura de la película, sino que la supera. Una obra de arte.
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