De un tiempo a esta parte vengo escuchando comentarios que me suenan a algo ya oído antes, ese típico déja vu que nos acomete cuando menos lo esperamos y que nos deja pensativos o, como me decía un antiguo profesor, meditabundos. En esta ocasión, ese algo ya oído tiene relación con la juventud y sus hábitos de ocio, que muchos de mis contemporáneos califican de indigna, indecente e inapropiada, cuando no de desorbitada, caótica, lujuriosa o autodestructiva.
Aclaremos antes de nada que muchos de estos críticos apenas han alcanzado, a lo sumo, el cuarto de siglo, pero ya es cotidiano escucharles frases lapidarias del tipo “esas cosas en mi época no se hacían”, “nuestra generación sí que veía una televisión de calidad”, “cuando yo era joven (sic) jamás se me habría ocurrido vestirme así”, “yo jamás le habría hablado así a mis padres”, “yo bebía sólo de forma ocasional y controlando”, etc.
Digo que me asombra todo esto por varios motivos. Dejando a un lado ese afán de envejecernos cuando nos interesa (para poder pontificar, en este caso), me llama la atención lo absurdo de cada uno de estos dogmas de fe, que la barbilampiña madurez se dedica a proclamar como el que siembra. Seamos serios, ¿qué cosas no se hacían en “nuestra época”?
¿Acaso la televisión de nuestra infancia y adolescencia era el colmo de la intelectualidad infantil? ¿Eran realmente la Bola de cristal o Barrio sésamo un producto de calidad? (y eso por no mencionar las interminables bobadas futboleras de Oliver y Benji, o la violencia injustificable y desatada de Goku y compañía) Y yendo a la etapa más hormonal, ¿acaso no se bebía ya entonces de forma desmesurada y se salía hasta altas horas de la noche? (¿Es el botellón un invento del siglo XXI?) ¿Acaso no se ligaba todo lo que se podía (quien podía) y más? Y de las prendas, qué decir. ¿Acaso las vestimentas de la década pasada eran un dechado de recato y austeridad?
Parece que la respuesta a todas estas preguntas viene a ser la misma, es decir, que antes la juventud de España era otra cosa, plagada de paladines de la decencia, los valores y el respeto, no como ahora, donde todo se reduce a una interminable orgía bacanal que terminará con más de uno en urgencias.
Quizá sería recomendable hacer un verdadero ejercicio de memoria, y preguntarse dónde y haciendo qué estaba cada uno de esos pontífices baratos de la moralidad cuando estábamos todavía en época de estirones.
Pero claro, sin duda es más cómodo ponerse el hábito de inquisidor cuando se es consciente, y ahí está el verdadero problema, de que el trasfondo de esta nueva generación es el mismo que en la anterior, es decir, una sociedad permisiva que ha glorificado la juventud y le ha dado carta blanca para hacer lo que le dé la realísima gana. Y de ahí los vestires, los botellones y ese “vete a la mierda” que esgrimen ahora ellos como un canto no aprendido y que nosotros también entonamos entonces, por mucho que a algunos les cueste admitirlo.
2 comentarios:
Eso es.Deberíamos saber que la juventud de cualquier época tiene la doble misión de poner en evidencia a los padres y preparar el fracaso de los hijos.
Aún recuerdo el "eso en mis tiempos no pasaba" y me entra la risa.
paco page
Estoy de acuerdo. Yo aun soy jovencilla pero vamos, se ve claramente que en la sociedad los jóvenes del ahora no cargan con toda la culpa de sus acciones, ya que los padres llevan a muchos a hacer lo que hacen, lo cual demuestra que el comportamiento "de excesos juveniles" por así llamarlo se ha aprendido de lo que la sociedad ha ido forjando.
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