viernes, 16 de agosto de 2013

Long live the King's Men



- ¡Los temores reales son menos horribles que los que inspira la imaginación! ¡Mi pensamiento, donde el asesinato no es aún más que vana sombra, conmueve hasta tal punto el pobre reino de mi alma, que toda facultad de obrar se ahoga en inquietudes, y nada existe para mí sino lo que no existe todavía!

Dina se reclinó en su banco, sin terminar de encontrar aún la postura adecuada. A su edad no esperaba tener ya la agilidad que antaño la caracterizó, pero aquello de las lumbares era algo para lo que nadie nunca la había preparado. Y todavía estaban en el primer tercio del acto I.

- Si el destino ha decretado que sea rey, ¡bien! Que se me corone, sin que tenga yo parte en ello.

Aquel actor tenía buena presencia física, de eso no cabía ninguna duda, pero Dina tenía serias dudas acerca del tono de su dicción, del modo en que daba vida a las palabras de aquel aspirante a monarca atormentado. Su forma de deambular por el escenario le resultaba algo excesiva, quizá también por ese lenguaje corporal tan marcado, con esos ojos que abrían como si fueran a salírsele de las órbitas en cualquier momento. Y el banco, mientras tanto, se reafirmaba en su dureza.

- ¡Venid a mis senos maternales y convertid mi leche en hiel, vosotros, genios del crimen, de allí de donde presidáis bajo invisibles formas a la hora de hacer el mal! ¡Baja, horrenda noche, y envuelve tu palio en la espesa humareda del infierno! ¡Que mi agudo puñal oculte la herida que va a abrir y que el cielo, espiándome a través de la cobertura de las tinieblas, no pueda gritarme: "¡Basta, basta!"

Ella, en cambio, resultaba bastante más creíble. Su desgarro interior, sus temores, sus dudas... Todo en ella era reflejo de una técnica depurada, de una forma de recitar como Dina no había escuchado en mucho tiempo. Con razón se decía que un gran estudio americano estaba detrás de ella, con no sé qué estúpido papel de joven atolondrada en busca de otro idiota con el que tener un final feliz. Qué desgracia para la escena si tal cosa llegase a suceder.

- Para engañar al mundo, pareced como el mundo. Llevad la bienvenida en los ojos, en la lengua, en las manos, y presentaos como una flor de inocencia; pero sed la serpiente que se esconde bajo esa flor...

Dina se estremeció de puro gozo. Podía sentir el veneno corriendo por las palabras de aquel prodigio, que hacía aún más pequeño al maromo de su consorte. Por encima de ambos, los espectadores del balcón de los notables parecían más interesados en lucir palmito que en la representación. Dina sonrió para sí misma. Qué poco habían cambiado ciertas costumbres. Cuatro siglos atrás, ahí se sentaban todos aquellos nobles, damas y señores, que querían ser alguien en la escena social de la época isabelina. La propia reina Isabel ocupaba uno de esos balcones, acompañada siempre de su séquito de aduladores, y disfrutaba como la que más con las representaciones. Fue una época gloriosa, que se despidió con el ruido de los cañones, como no podía ser menos.

- ¿Qué bestia, entonces, os impulsó a revelarme este proyecto? Cuando os atrevíais a ello, entonces erais un hombre; y más que hombre seríais, si a más os atrevieseis. Ni ocasión ni lugar se presentaban; y sin embargo, una y otro queríais crear. ¡Ahora son ellos mismos los que se crean, y vuestra buena voluntad os abate!

Una luna cómplice y tranquila asistía a los miles de ojos que contemplaban, en completo silencio, las cavilaciones de los conspiradores. No fue así aquella infausta noche de 1613, con Enrique VIII en pleno monólogo, cuando aquel cañón incendió el teatro y cientos de personas perecieron bajo el fuego. El Globe quedó reducido a cenizas, y así permanecería durante largos siglos, hasta que en 1970 un director y productor americano, tan idealista como adinerado, decidió que ya era tiempo de revivir aquella gloria perdida. El único problema era que no había constancia de los planos originales del teatro, de modo que Wanamaker, que así se llamaba el actor, dedicó todo su empeño en una reconstrucción lo más fiel posible a partir de los pocos retazos de imágenes, textos y testimonios que pudo recabar.

- Cuando, saturados de bebida, caigan en un sueño de puercos, semejante a la muerte, ¿qué no podremos llevar a cabo vos y yo con el indefenso Duncan? ¿Qué no imputaremos a sus esponjosos oficiales? ¿Y quién cargará con la culpa de este gran asesinato?

A pesar de los antecedentes, Wanamaker no cedió un ápice en su intención de hacer una reconstrucción lo más fiel posible, techo de paja incluido. Con los mínimos cambios, impuestos por las modernas normas de seguridad, el teatro fue levantado a base de madera y esfuerzo, con notables retrasos. Casi tres décadas fueron necesarias para que el Globe volviera a arriar su bandera, aunque por desgracia Wanamaker ya había fallecido la noche del primer estreno, en 1997.

- ¡Silencio! Es el búho que chilla, fatídico centinela que da las siniestras buenas noches. Debe de haberlo hecho... Las puertas están abiertas y los chambelanes, hartos de vino, roncan, burlándose de sus deberes. He mezclado en su poción una droga tan activa, que la vida y la muerte luchan a quién vencerá.

El éxito del teatro fue desproporcionado. Turistas de todo el mundo llenaban cada estreno, ya fuera clásico o moderno, durante toda la temporada regular, que iba de mayo a octubre para aprovechar el buen tiempo, como en la época de Shakespeare. Desde cualquier rincón del teatro, ya fuera el patio de infantes o el último balcón, la resonancia era sencillamente fabulosa, de tal modo que un actor de voz poderosa podía hacerse fácilmente con la audiencia y otro de voz renqueante quedaría en evidencia desde el primer minuto. El Globe era un coloso devorador de talento, como colosos eran los dramas y tragedias que allí se representaba noche tras noche a la luz de las estrellas.

- Ya están mis manos del color de las vuestras; pero me avergonzaría de tener un corazón tan blanco...

Aquel era el verso favorito de Dina, ese momento inigualable de toda tragedia en la que el tiempo se detenía en los ojos y en los labios de aquellos actores, y en especial de aquella actriz que estaba erigiendo un monumento a la tragedia cada vez que recitaba un nuevo verso. El silencio en el teatro era atronador, en justa correspondencia con lo terrible del significado de aquellas palabras, de imágenes de pureza y corrupción que se mezclaban en aquel diálogo impregnado del veneno del crimen.

- La destrucción acaba de consumar su obra maestra! ¡El asesino más sacrílego ha profanado el templo del ungido del Señor y robado la vida del Santuario!

Y ahora venía otro momento especial, aquel en el que él aparecería para, con total falsedad, mesarse los cabellos ante la muerte del rey. Dina ya no tenía lumbago ni dolores ni bancos de madera, era ella misma quien vestida de blanco se lanzaba a escena para desmayarse, mientras el otro exclamaba, sin un ápice de culpa en su mirada ni en su voz:

- ¡He debido morir una hora antes de este suceso, y hubiera terminado una vida dichosa!... Mas desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete, gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la vida se ha esparcido, y en la bodega solo quedan las heces!...

Michael sí era un actor de raza, alguien capaz de hacer temblar al espectador más exigente con apenas cuatro versos. Cada vez que mencionaba al destino Dina sentía que su desmayo era menos fingido, del mismo modo que cuando se acercaba a él con sus manos manchadas de sangre podía sentir su excitación ante el hecho consumado, como si ya no fueran Dina y Michael, sino aquel infausto matrimonio condenado a la desgracia.

- Dimos un corte a la serpiente, pero no la hemos matado; cerrará y volverá a ser la misma, amenazando nuestra mísera maldad con su diente venenoso. Pero ¡desbarátese la máquina del universo, desquíciense ambos mundos, antes que seguir comiendo con temor y dormir en la aflicción de esos terribles sueños que nos agitan de noche!

Cuando Dina ingresó en la compañía, Michael todavía no era el cabeza de cartel, sino un meritorio joven y lleno de entusiasmo. Aún tardaría en notar la admiración de Dina por él, como ella tardaría en entender que bajo aquella aparente timidez se escondía un gran amante, tan intenso con su mirada en una noche cualquiera como lo era encima de aquel escenario que parecía una ventana a un mundo mejor cuando era él quien declamaba.

- Antes que el murciélago haya cumplido su vuelo claustral; antes que al llamamiento de la negra Hécate los élitros del escarabajo den con su zumbido soporífero la señal de los bostezos de la noche, se habrá cumplido aquí una acción de siniestra memoria. 

En los meses siguientes, sus encuentros fueron alcanzando la misma intensidad que sus actuaciones, celebradas hasta un punto que ninguno de ellos pensó alcanzar jamás. Fueron meses que Dina jamás olvidaría, plenos de vitalidad, de emociones, de teatro, de estrenos en Birmingham, Liverpool y, finalmente, Londres. Fue aquella noche la última vez que actuaron juntos, la más exitosa de todas, la más feliz y al mismo tiempo, la más desdichada, la noche en que se separaron tras descubrir ella que su corazón no era tan blanco como creía.

- ¡Las bellezas del día desfallecen, mientras los negros agentes de la noche se abalanzan sobre su presa!... ¡Te asombran mis palabras!... Calla... Es que las obras del mal solo se afianzan con el mal. ¡Ven, ven conmigo!

Dina abandonó el mundo del teatro a la mañana siguiente. Michael aún continuó en la compañía un tiempo, hasta que finalmente lo convencieron para emprender la aventura americana y allí fue, a desperdiciar su talento en películas de bajo presupuesto, haciendo siempre de villano con acento afectado y postura rígida. Dina siempre se reprochó ir a ver aquellos bodrios, de los que evidentemente solo le interesaban las escasas intervenciones de un Michael cada año más envejecido y consumido por sus propios demonios. Poco a poco, sus actuaciones fueron haciéndose más y más esporádicas hasta que un buen día desapareció. Y así pasaron veinticinco años.

- He ido tan lejos en el lago de la sangre que, si no avanzara más, el retroceder sería tan difícil como el ganar la otra orilla. Siento en la cabeza extrañas cosas que quieren pasar a mi mano y que hay que cumplir antes que se mediten.

Una mañana de hacía solo unos meses, una Dina ya más pendiente de sus nietas y su lumbago que de los sueños de otros tiempos, leyó en la sección de necrológicas que Michael B. Townsend había sido hallado muerto en  un apartamento de Los Ángeles. Dina no llegó a leer la causa de la muerte porque el periódico se cayó al suelo y ya no tuvo fuerzas para alzarlo de nuevo, como no las tuvo tampoco para derramar una sola lágrima, a pesar de la inmensa, infinita tristeza que se abatió sobre ella.

- "No temas nada, hasta que el bosque de Birnam venga a Dunsinane"... 

Dicen los que conocen a Dina que de un tiempo a esta parte algo ha cambiado en ella. Dicen que sonríe más a menudo, en especial desde que entró a trabajar como guía turística en el Globe, el mismo escenario donde ya nadie recuerda que actuó por última vez. Dicen, y esto lo sé de buena fe porque yo mismo la he visto, que ha recuperado con esta labor su amor por el teatro, que cada vez que lleva a un grupo de aquí allá, que lo conduce por balcones y escenarios, va siempre con la sonrisa por delante, poniendo especial énfasis en que cada palabra sea entendida por todos, como la gran actriz que fue en plena representación. Lo que nadie dice es que cuando explica las partes del escenario, y detalla en qué consiste el cielo y el infierno, o esas columnas que parecen de mármol y en realidad son de madera, revive cada instante que pasó sobre esas tablas y sus ojos se humedecen.

- Esto, y todo lo demás que sea preciso y nos incumba, por la gracia de la Gracia, lo cumpliremos en su medida, tiempo y espacio. Gracias a todos y a cada uno de vosotros, y sed bienvenidos a nuestra coronación en Seoane.

Lo que nadie dice, porque nadie salvo ella lo sabe, es que cada noche que representan Macbeth es la primera en la taquilla, que silabea cada verso en voz baja y que ningún actor protagonista es jamás de su agrado. Pero sus ojos sí lo dicen, como lo hacen también sus manos aplaudiendo emocionada al final de cada función y hasta una memoria que tiene conciencia, clara y limpia, de que una pizca de esa gloria, de esa emoción que solo el teatro es capaz de transmitir, también les corresponde a ella y a él, dondequiera que esté.





No hay comentarios: