miércoles, 5 de junio de 2013

De monstruos, ministros y maestros.


Tuve el otro día un más que interesante debate con unos antiguos alumnos acerca de una serie de temas que, dadas las fechas en las que estamos, con la selectividad y en estos tiempos de cambios y recortes, les tienen bastante preocupados. Todo surgió a raíz de una pregunta acerca de la nueva -enésima- reforma educativa, y de las consecuencias directas que puede llegar a tener sobre ellos.

Imagino que esperaban de mí una reacción furibunda en contra de la ley, y si bien es cierto que hay muchos temas que creo que han sido planteados de una forma garrafal en el texto que ha sido presentado al congreso, quizá demasiados, lo cierto es que sobre este tema prefiero ser cauto. En primer lugar, y sin dejarme llevar por soflamas políticas que no llevan a ningún lado, tengo una clara conciencia de que ha habido hasta ahora siete reformas educativas de gran calado en los últimos 25 años, y los resultados de todas y cada una de ellas -con gobiernos de distintas orientaciones, que conste- han sido a mi parecer desastrosas. Todas y cada una de ellas, y esta última no es una excepción.

Ahora bien, tampoco me parece justo meter a todas las reformas en un mismo saco, porque no todas se hicieron con el mismo espíritu. Tengo para mí, y lo vengo defendiendo con bastante frecuencia en este blog, que España es un país que arrastra una serie de problemas derivados de la falta de valentía de ciertos dirigentes para, en su momento, tomar medidas que realmente necesitábamos -y seguimos necesitando-. Con todo el debido respeto a la religión católica, que no es ni mayor ni menor que el que puedo tener hacia cualquier otra manifestación religiosa, siempre he creído que la escuela pública no es, ni debe ser, "un lugar de evangelización", como se ha sostenido desde la Conferencia Episcopal. Me parece muy respetable que desde cualquier religión se desee difundir sus creencias, pero ese espacio debe estar en las parroquias, en las mezquitas o en los lugares que corresponda de acuerdo con las infraestructuras que cada cual posea. La escuela pública no es, ni debe ser, el cortijo privado de ninguna confesión, en virtud precisamente de un carácter laico y aconfesional que debería haber tenido y no tiene, por esa falta de valor de determinados dirigentes que debieron haber terminado con esa idea hace décadas. De aquellos polvos vinieron estos lodos.

Por lo demás, otro de los aspectos más polémicos de esta reforma, como casi todos los anuncios que vienen del gobierno, es esa espectacular, evidente e indisimulada manera de retorcer el lenguaje hasta darle la vuelta a su propia realidad. Decir que la mal llamada "Ley de la reforma de la calidad de la enseñanza" está pensada precisamente para "combatir el adoctrinamiento ideológico" resulta una osadía de proporciones colosales, toda vez que defenestra la asignatura de educación para la ciudadanía, donde se ofrecían modelos de familia diferentes al tradicional como existentes en nuestra realidad actual y que tan poco gustan a las posiciones conservadoras que defiende el actual gobierno, mientras que otorga a la asignatura de religión católica un peso equiparable al de matemáticas o biología, en virtud de un concepto de la religión como "saber científico", en palabras de Rouco Varela, que no sé quién es capaz de defender a estas alturas del siglo XXI con un mínimo de raciocinio. Puede que esté viendo el asunto con más inquietud de la debida, es posible, pero a mí me parece que lo último que le interesa a esta ley es combatir adoctrinamiento alguno (otra cosa muy diferente es qué tipo de adoctrinamiento), y desde luego lo de menos es la supuesta calidad de una enseñanza que a nadie parece importar ya.

Asuntos menores, aunque también relevantes, me parecen las nuevas reválidas que se quieren implantar al terminar determinados cursos. Es una política de filtración y derivación que ya existía hace 60 años, que es donde parece que a Wert y a sus ministerio les gustaría volver, como recordarán de aquella absurda declaración en defensa de una disposición de la UNESCO de 1962 acerca de la conveniencia de la educación segregada por género, y que este individuo todavía considera vigente. Los sangrantes recortes en educación de los últimos tiempos, siempre en contra de un tipo de educación y a favor de otro, y las barrabasadas de un personaje absolutamente incapacitado para su cargo han provocado que Wert sea el ministro peor considerado de toda la etapa democrática en este país, con desplantes tan evidentes como el de los rectores hace unos meses, el de su propio hermano, profesor universitario, hace unas semanas o el de los alumnos premiados de fin de carrera hace solo unos días, que se negaron a saludarlo en su entrega de premios ante las cámaras de todo el país. Es posible que de todo ello se derive su prisa por sacar adelante una ley educativa que ha conocido reacciones realmente negativas en la práctica totalidad de la comunidad educativa, la de las familias cristianas incluidas, y en comunidades autónomas como Cataluña, donde todavía se están frotando los ojos para creer que será cierto eso de que cualquier persona que quiera inscribir a sus hijos en un colegio concertado podrá hacerlo para garantizar que a su hijo se le educa en español (nótese que no digo castellano), porque será la Generalitat la que tenga que correr con los gastos de matrícula. Inaudito.

El asunto es complejo, y no se puede resolver simplemente con un cúmulo de descalificaciones. El texto de la reforma de la enseñanza saldrá adelante sí o sí, con esa mayoría absoluta que le dieron 11 millones de votantes al partido de Wert, y poco o nada de lo que aquí digamos cambiará eso. Nos queda, eso sí, la certeza de que quizá un cambio de gobierno conlleve la octava -y enésima- reforma educativa, que reorientará el rumbo ideológico en función de sus propios intereses. Qué lástima, pensé mientras me despedía de mis antiguos alumnos el otro día, que los padres fundacionales de la Transición o todos los que vinieron después no tuvieran la feliz idea, como ocurre en países realmente avanzados, de dejar el tema de la educación fuera de toda discusión ideológica, de hacer un pacto por encima de partidos, elecciones y gobiernos, que cuente con profesionales de la educación en la elaboración de leyes y reformas relativas a ello y que tenga como único y verdadero objetivo formar de la mejor manera posible a los futuros ciudadanos de un país que, por desgracia para todos, se nos está yendo por el sumidero de la manera más miserable. 

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