Uno de
los comentarios que más me llamó la atención de la última entrevista que le
hicieron a Christopher Reeve antes de fallecer fue la explicación de una teoría
de su propia cosecha sobre Superman, que había desarrollado con el paso de los
años. Según esta hipótesis, el personaje que había interpretado con tanta
fortuna en 1978 no era en realidad Reeve, como no lo había sido ninguno de los
actores anteriores a él y ni siquiera lo era la imagen de cómic con la que
saltó a la fama en 1938. "Superman", venía a decir Reeve con bastante
lucidez, "es un personaje que nos pertenece a todos, que puede
reencarnarse tantas veces como la gente lo desee y surgir en cualquier época y
cualquier circunstancia para devolvernos la esperanza, sin importar cuándo o cómo
lo hizo antes".
Esta idea
de un personaje célebre como patrimonio de la humanidad, una especie de
antorcha metafórica que las generaciones se van pasando de una a otra de manera
atemporal, me fascinó por lo acertada, precisa y justa al mito al que se
refiere. Yo nunca leí los cómics del superhéroe, no vi la adaptación televisiva
de los años 60 y, sin embargo, con cinco años toda mi ilusión era ponerme mi
disfraz de Superman y saltar de sillón en sillón figurándome que era capaz de
volar más allá incluso de mi propia imaginación. Esa imagen de la encarnación
de Reeve surcando los cielos bajo la partitura de John Williams fue tan
impactante en su momento como duradera en las décadas posteriores, a pesar de
los intentos de los productores Salkind por dilapidar dicho logro con unas
abominables secuelas de las que es mejor no acordarse.
Esa
imagen era tan poderosa que cuando Bryan Singer se atrevió en 2006 a reflotar
la franquicia con una supuesta secuela espiritual, ya con nuevos actores, no
funcionó. Singer, que venía de un monumental éxito con las dos primeras
entregas de X-Men y parecía el candidato perfecto para el reto, cometió
un error de cálculo gravísimo al tratar de revivir sin más el espíritu alegre,
humorístico y desenfadado de aquellas cintas clásicas, sin darse cuenta de que
eran otros tiempos, otras sensibilidades a las que había que conquistar con
nuevos argumentos. Aquello de que sonara de nuevo el tema de Williams a toda
mecha, de que Brandon Routh fuera una especie de clon deslucido de Reeve y que
su paupérrima trama fuera un remedo de cabos sueltos de las dos primeras
películas (de Kevin Spacey como Lex Luthor mejor no hablemos) no funcionaba por
ningún lado. El resultado fue un fracaso tan sonoro que a punto estuvo de
enterrar el mito para siempre.
Quizá por
todo ello, cuando unos años después Warner Bros planteó a Christopher Nolan la
posibilidad de reemplazar al hombre murciélago por el de acero para una nueva
mega-franquicia, este tuvo claro desde el principio tres cosas: que él no la
dirigiría, harto ya de lidiar con fans de cómics y puristas de mitos a la
vuelta de cada esquina, que habría que contar con un reparto de más garantías
que el de la última intentona y, en tercer lugar, que esta nueva versión daría
carpetazo a las películas de Reeve y su legado de una vez por todas para
empezar algo nuevo. Como era de esperar del genio británico, aquellas tres
piedras de toque fueron un completo acierto.
Zack
Snyder, al que algunos tenemos bastante respeto por las adaptaciones que ha
hecho de cómics tan complicados como Watchmen (2009) y, sobre todo,
300 (2007), fue el encargado de llevar adelante el proyecto desde
la silla de director. Hay que decir que cuando llegó Snyder, el guión de David S. Goyer ya estaba terminado, por lo que el margen del director fue muy reducido en este apartado. No obstante, a la hora de llevar a imágenes aquel texto Snyder recibió plenos poderes de Nolan, que ejercería de
productor en las sombras, y entre todos se lanzaron a reimaginar un mito al que quería añadir
su toque personal. Para empezar, se desechó aquella versión nívea y pura de
Krypton, ese planeta que en la visión de Richard Donner parecía
un inmaculado anuncio de detergente y que ahora ha revivido como una
cultura decadente, espectacular y oscura, una fusión de tecnología y conexión
con la naturaleza tan fascinante como efectiva. Metrópolis ya no es, por otro
lado, ese lugar amable de gentes entrañables, sino una megaurbe monumental del
siglo XXI, sucia y amenazante como es la Nueva York en la que siempre estuvo
inspirada. Y en cuanto a la fortaleza de la soledad, el guión resuelve la
papeleta de un modo bastante acertado, reemplazando aquel palacete
cristalero por una nave colonizadora enterrada en el hielo. Sobra decir
que todo el vestuario fue rediseñado, desde los amenazadores kriptonianos y su
tecnología punta a un traje de Superman que, al fin, ya no parece un pijama.
Lo más
importante fue, sin embargo, dar el tono adecuado a una historia que se
alejaría del tono alegre y dicharachero de siempre para profundizar en un
personaje atormentado por sus dudas, que debería cruzar su particular travesía
del desierto hasta aceptar finalmente su destino. Goyer y Nolan no querían incurrir en
el error de Donner con la primera cinta, donde había que esperar casi una hora
para ver al héroe en acción (por culpa del largo prólogo de Krypton y toda la
infancia y juventud del héroe, contada por orden cronológico). Así, la nueva versión desordenó la narración con un sistema de flashbacks que funciona
fenomenalmente a lo largo de todo el metraje, abarcando diferentes épocas y
destacando solo aquellos detalles esenciales que el espectador necesita para
entrar de lleno en la historia, centrada en la evolución de Kar-El por encima
de todo como Batman Begins estuvo
centrada en la de Bruce Wayne.
Sentadas
estas bases y con un presupuesto más que generoso, los productores se
lanzaron a la caza y captura del reparto. El elenco secundario es imponente, con
Kevin Costner y Diane Lane como los padres adoptivos del héroe, así como
Laurence Fishburne en el rol del director del Daily Planet. Sin embargo, el que
se lleva la palma es Russell Crowe como Jor-El, en un papel mucho más agradecido
que el de Marlon Brando en su momento. La idea de traspasar la conciencia de Jor-El en un dispositivo kriptoniano da
una versatilidad a las escenas de Crowe que Brando y sus estáticas grabaciones
jamás tuvieron, y permiten lucirse más a un actor y a un personaje esencial en la mitología de Superman. Todos los secundarios, con Russell Crowe a la cabeza, permiten al
trío protagonista, más desconocido, sustentar sus actuaciones en unos cimientos
más que firmes. El resto de elementos de la producción, con los efectos de Weta
Digital y la partitura de un Hans Zimmer en plena forma, no hace sino
consolidar aún más los méritos de una cinta destinada a ser punto de partida de
una nueva época en la historia del personaje.
El
resultado de todo ello habla por sí solo: Man
of Steel ha arrasado en su estreno, doblando en taquilla la inversión del
presupuesto en apenas un fin de semana. A pesar de recibir críticas mixtas,
está siendo un fenomenal éxito en todo el mundo, aprovechándose además del
vacío en las carteleras actuales y la llegada del verano, y con toda seguridad
se convertirá en uno de los títulos más exitosos de 2013.
Al margen
de detalles menores, la película cumple con todas las expectativas que
cualquier fan del personaje tenga depositadas en una adaptación
cinematográfica, no digamos ya del público en general: es una historia
entretenida y directa, que combina secuencias de acción espectaculares desde el
primer minuto con momentos de diálogo que al fin no chirría y con un humor
sabiamente dosificado. Los personajes son tan planos como cabía esperar, a
excepción de un Kar-El que Henry Cavill interpreta con una sorprendente soltura
y naturalidad, y que a mí al menos me ha convencido plenamente. Al margen de los
ya mencionados Crowe y Costner, perfectos como padres biológico y adoptivo, Michael
Shannon en su papel del maléfico Zod aporta un punto de agresividad y garra que
deja en pañales la elegancia insulsa de aquel que en su momento interpretó Terence
Stamp, y quizá la única mancha sea una Amy Adams que apenas puede sacarle
brillo a una Lois Lane que, la verdad, parece tener el don de la ubicuidad y está quizá en más escenas de las que le correspondería.
A mí me
encantó, ya en un terreno más personal, ver al fin los poderes de Superman en
plenitud de facultades. La súper fuerza o los rayos oculares jamás me habían parecido tan
temibles como aquí, y la potencia destructiva de los kriptonianos, Superman
incluido, hace que todas sus intervenciones resulten apabullantes. El trabajo
de Weta Digital es soberbio, con una Metrópolis que se tambalea de una manera
creíble y espectacular, y todo ello se apoya en una banda sonora potente y
épica, con un Hans Zimmer muy consciente del material con el que trabaja. Por su parte, Snyder se deja de cámaras lentas para mover a sus personajes con frenesí y
violencia, sin cortarse ni un pelo en el retrato de una invasión alienígena en
toda regla con más de un guiño al universo friki (ay, esos ecos de Matrix y Mass Effect, que bien traídos), de modo que cuando finaliza la
película uno tiene la sensación de que está hecho trizas, en mitad de las ruinas de
Metrópolis tras la batalla.
Esto, que a mucha gente le habrá aturdido o hecho perder interés en la cinta y que tanto ha sido criticado, a mí me ha parecido una de sus
grandes virtudes: Man of Steel
proporciona una visión del personaje que jamás se ha ofrecido hasta ahora en la
gran pantalla, épica y demoledora. Es verdad que hay dos escenas de acción que podían haberse reducido, como la batalla en Smallvile o la de los tentáculos de la nave alienígena, que no añaden nada especial a la historia, pero para mí no es algo que condene la película, ni mucho menos. Y es que, por encima de todo, esta cinta tiene más luces que sombras y una secuencia de vuelo que a mí me sirvió
para recuperar el sabor perdido de la infancia, con toda la espectacularidad y
perfección de los efectos visuales de los nuevos tiempos (casi me pongo a llorar de pura emoción, no les digo más). Sólo por ver la
imagen de Superman volando en órbita alrededor de la tierra ya merecería la
pena ver esta cinta, pero es que al margen de eso Man of Steel nos ha dado todo lo que siempre quisimos ver y nunca pudimos de un superhéroe al que, al fin, el séptimo arte ha hecho justicia después de tantas decepciones.
La antorcha, que dijo aquel otro mito, está ahora en buenas manos. Y que sea por mucho tiempo.
La antorcha, que dijo aquel otro mito, está ahora en buenas manos. Y que sea por mucho tiempo.
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