domingo, 23 de junio de 2013

Cinefórum (29): Man of steel


Uno de los comentarios que más me llamó la atención de la última entrevista que le hicieron a Christopher Reeve antes de fallecer fue la explicación de una teoría de su propia cosecha sobre Superman, que había desarrollado con el paso de los años. Según esta hipótesis, el personaje que había interpretado con tanta fortuna en 1978 no era en realidad Reeve, como no lo había sido ninguno de los actores anteriores a él y ni siquiera lo era la imagen de cómic con la que saltó a la fama en 1938. "Superman", venía a decir Reeve con bastante lucidez, "es un personaje que nos pertenece a todos, que puede reencarnarse tantas veces como la gente lo desee y surgir en cualquier época y cualquier circunstancia para devolvernos la esperanza, sin importar cuándo o cómo lo hizo antes". 

Esta idea de un personaje célebre como patrimonio de la humanidad, una especie de antorcha metafórica que las generaciones se van pasando de una a otra de manera atemporal, me fascinó por lo acertada, precisa y justa al mito al que se refiere. Yo nunca leí los cómics del superhéroe, no vi la adaptación televisiva de los años 60 y, sin embargo, con cinco años toda mi ilusión era ponerme mi disfraz de Superman y saltar de sillón en sillón figurándome que era capaz de volar más allá incluso de mi propia imaginación. Esa imagen de la encarnación de Reeve surcando los cielos bajo la partitura de John Williams fue tan impactante en su momento como duradera en las décadas posteriores, a pesar de los intentos de los productores Salkind por dilapidar dicho logro con unas abominables secuelas de las que es mejor no acordarse. 

Esa imagen era tan poderosa que cuando Bryan Singer se atrevió en 2006 a reflotar la franquicia con una supuesta secuela espiritual, ya con nuevos actores, no funcionó. Singer, que venía de un monumental éxito con las dos primeras entregas de X-Men y parecía el candidato perfecto para el reto, cometió un error de cálculo gravísimo al tratar de revivir sin más el espíritu alegre, humorístico y desenfadado de aquellas cintas clásicas, sin darse cuenta de que eran otros tiempos, otras sensibilidades a las que había que conquistar con nuevos argumentos. Aquello de que sonara de nuevo el tema de Williams a toda mecha, de que Brandon Routh fuera una especie de clon deslucido de Reeve y que su paupérrima trama fuera un remedo de cabos sueltos de las dos primeras películas (de Kevin Spacey como Lex Luthor mejor no hablemos) no funcionaba por ningún lado. El resultado fue un fracaso tan sonoro que a punto estuvo de enterrar el mito para siempre.

Quizá por todo ello, cuando unos años después Warner Bros planteó a Christopher Nolan la posibilidad de reemplazar al hombre murciélago por el de acero para una nueva mega-franquicia, este tuvo claro desde el principio tres cosas: que él no la dirigiría, harto ya de lidiar con fans de cómics y puristas de mitos a la vuelta de cada esquina, que habría que contar con un reparto de más garantías que el de la última intentona y, en tercer lugar, que esta nueva versión daría carpetazo a las películas de Reeve y su legado de una vez por todas para empezar algo nuevo. Como era de esperar del genio británico, aquellas tres piedras de toque fueron un completo acierto.

Zack Snyder, al que algunos tenemos bastante respeto por las adaptaciones que ha hecho de cómics tan complicados como Watchmen (2009) y, sobre todo, 300 (2007), fue el encargado de llevar adelante el proyecto desde la silla de director. Hay que decir que cuando llegó Snyder, el guión de David S. Goyer ya estaba terminado, por lo que el margen del director fue muy reducido en este apartado. No obstante, a la hora de llevar a imágenes aquel texto Snyder recibió plenos poderes de Nolan, que ejercería de productor en las sombras, y entre todos se lanzaron a reimaginar un mito al que quería añadir su toque personal. Para empezar, se desechó aquella versión nívea y pura de Krypton, ese planeta que en la visión de Richard Donner parecía un inmaculado anuncio de detergente y que ahora ha revivido como una cultura decadente, espectacular y oscura, una fusión de tecnología y conexión con la naturaleza tan fascinante como efectiva. Metrópolis ya no es, por otro lado, ese lugar amable de gentes entrañables, sino una megaurbe monumental del siglo XXI, sucia y amenazante como es la Nueva York en la que siempre estuvo inspirada. Y en cuanto a la fortaleza de la soledad, el guión resuelve la papeleta de un modo bastante acertado, reemplazando aquel palacete cristalero por una nave colonizadora enterrada en el hielo. Sobra decir que todo el vestuario fue rediseñado, desde los amenazadores kriptonianos y su tecnología punta a un traje de Superman que, al fin, ya no parece un pijama.

Lo más importante fue, sin embargo, dar el tono adecuado a una historia que se alejaría del tono alegre y dicharachero de siempre para profundizar en un personaje atormentado por sus dudas, que debería cruzar su particular travesía del desierto hasta aceptar finalmente su destino. Goyer y Nolan no querían incurrir en el error de Donner con la primera cinta, donde había que esperar casi una hora para ver al héroe en acción (por culpa del largo prólogo de Krypton y toda la infancia y juventud del héroe, contada por orden cronológico). Así, la nueva versión desordenó la narración con un sistema de flashbacks que funciona fenomenalmente a lo largo de todo el metraje, abarcando diferentes épocas y destacando solo aquellos detalles esenciales que el espectador necesita para entrar de lleno en la historia, centrada en la evolución de Kar-El por encima de todo como Batman Begins estuvo centrada en la de Bruce Wayne.

Sentadas estas bases y con un presupuesto más que generoso, los productores se lanzaron a la caza y captura del reparto. El elenco secundario es imponente, con Kevin Costner y Diane Lane como los padres adoptivos del héroe, así como Laurence Fishburne en el rol del director del Daily Planet. Sin embargo, el que se lleva la palma es Russell Crowe como Jor-El, en un papel mucho más agradecido que el de Marlon Brando en su momento. La idea de traspasar la conciencia de Jor-El en un dispositivo kriptoniano da una versatilidad a las escenas de Crowe que Brando y sus estáticas grabaciones jamás tuvieron, y permiten lucirse más a un actor y a un personaje esencial en la mitología de Superman. Todos los secundarios, con Russell Crowe a la cabeza, permiten al trío protagonista, más desconocido, sustentar sus actuaciones en unos cimientos más que firmes. El resto de elementos de la producción, con los efectos de Weta Digital y la partitura de un Hans Zimmer en plena forma, no hace sino consolidar aún más los méritos de una cinta destinada a ser punto de partida de una nueva época en la historia del personaje.

El resultado de todo ello habla por sí solo: Man of Steel ha arrasado en su estreno, doblando en taquilla la inversión del presupuesto en apenas un fin de semana. A pesar de recibir críticas mixtas, está siendo un fenomenal éxito en todo el mundo, aprovechándose además del vacío en las carteleras actuales y la llegada del verano, y con toda seguridad se convertirá en uno de los títulos más exitosos de 2013.

Al margen de detalles menores, la película cumple con todas las expectativas que cualquier fan del personaje tenga depositadas en una adaptación cinematográfica, no digamos ya del público en general: es una historia entretenida y directa, que combina secuencias de acción espectaculares desde el primer minuto con momentos de diálogo que al fin no chirría y con un humor sabiamente dosificado. Los personajes son tan planos como cabía esperar, a excepción de un Kar-El que Henry Cavill interpreta con una sorprendente soltura y naturalidad, y que a mí al menos me ha convencido plenamente. Al margen de los ya mencionados Crowe y Costner, perfectos como padres biológico y adoptivo, Michael Shannon en su papel del maléfico Zod aporta un punto de agresividad y garra que deja en pañales la elegancia insulsa de aquel que en su momento interpretó Terence Stamp, y quizá la única mancha sea una Amy Adams que apenas puede sacarle brillo a una Lois Lane que, la verdad, parece tener el don de la ubicuidad y está quizá en más escenas de las que le correspondería.

A mí me encantó, ya en un terreno más personal, ver al fin los poderes de Superman en plenitud de facultades. La súper fuerza o los rayos oculares jamás me habían parecido tan temibles como aquí, y la potencia destructiva de los kriptonianos, Superman incluido, hace que todas sus intervenciones resulten apabullantes. El trabajo de Weta Digital es soberbio, con una Metrópolis que se tambalea de una manera creíble y espectacular, y todo ello se apoya en una banda sonora potente y épica, con un Hans Zimmer muy consciente del material con el que trabaja. Por su parte, Snyder se deja de cámaras lentas para mover a sus personajes con frenesí y violencia, sin cortarse ni un pelo en el retrato de una invasión alienígena en toda regla con más de un guiño al universo friki (ay, esos ecos de Matrix y Mass Effect, que bien traídos), de modo que cuando finaliza la película uno tiene la sensación de que está hecho trizas, en mitad de las ruinas de Metrópolis tras la batalla. 

Esto, que a mucha gente le habrá aturdido o hecho perder interés en la cinta y que tanto ha sido criticado, a mí me ha parecido una de sus grandes virtudes: Man of Steel proporciona una visión del personaje que jamás se ha ofrecido hasta ahora en la gran pantalla, épica y demoledora. Es verdad que hay dos escenas de acción que podían haberse reducido, como la batalla en Smallvile o la de los tentáculos de la nave alienígena, que no añaden nada especial a la historia, pero para mí no es algo que condene la película, ni mucho menos. Y es que, por encima de todo, esta cinta tiene más luces que sombras y una secuencia de vuelo que a mí me sirvió para recuperar el sabor perdido de la infancia, con toda la espectacularidad y perfección de los efectos visuales de los nuevos tiempos (casi me pongo a llorar de pura emoción, no les digo más). Sólo por ver la imagen de Superman volando en órbita alrededor de la tierra ya merecería la pena ver esta cinta, pero es que al margen de eso Man of Steel nos ha dado todo lo que siempre quisimos ver y nunca pudimos de un superhéroe al que, al fin, el séptimo arte ha hecho justicia después de tantas decepciones.

La antorcha, que dijo aquel otro mito, está ahora en buenas manos. Y que sea por mucho tiempo.


No hay comentarios: