sábado, 3 de noviembre de 2012

Cinefórum (22): Skyfall



Cinco décadas en el negocio del entretenimiento dan para mucho; a veces, para demasiado. Que se lo digan si no al agente secreto menos anónimo de todos los tiempos, que estrena su entrega número 23 (y las que quedan) y con ella plantea más que interesantes cuestiones acerca de la validez de su modelo frente a la pujanza de otras franquicias nacidas al amparo de su incontestable éxito (como Misión: Imposible y la saga de Bourne, entre otros ilustres ejemplos). 

No hay que olvidar que Skyfall llega precedido del enorme varapalo que se llevó Quantum of Solace (2008), que tuvo que lidiar no solo con la huelga de guionistas de 2007 sino con el inicio de una crisis económica que casi se lleva a MGM por delante. Por fortuna, la familia Broccoli logró salir de aquel fenomenal embrollo y dieron luz verde a un nuevo proyecto en el que tanto ellos como el cuestionado Daniel Craig se lo jugaban todo a una carta. Por mucho que Casino Royale (2006) hubiera funcionado muy bien y revitalizado una franquicia moribunda, lo cierto es que las muchas precauciones que se han tomado por hacer de Skyfall un producto de primer nivel saltan a la vista desde el primer minuto: dirige Sam Mendes, el genio detrás de American Beauty y Camino a la perdición; Judi Dench tiene más papel que nunca, algo que es de agradecer; Daniel Craig se deja de filosofías morales baratas y absurdos enamoramientos para hacer lo que se espera de él: repartir estopa y mancharse lo justo; Javier Bardem, por su parte, aporta glamour y clase a un villano que parece hecho a su medida, y las localizaciones son tan variadas como espectaculares sus secuencias de acción, y hasta se permiten el lujo de llevarnos hasta la mismísima mansión de la familia Bond, todo un hito en la saga. La guinda a tan suculento pastel la pone la nueva estrella británica, Adele, con un tema principal que deja en pañales a los de las últimas décadas, con permiso de Tina Turner.

Hasta aquí, todo parece indicar que nos encontramos ante un espectáculo de primer orden, y en parte así es. Skyfall es entretenida y en líneas generales cumple con lo que todo espectador de la saga espera encontrar en ella: coches brillantes, mujeres de escote generoso y tiroteos varios con una trama que no remueve demasiadas neuronas. Ahora bien, mientras la veía tuve tres reparos que fueron creciendo conforme avanzaba la proyección, y que a mi juicio lastran lo que podía haber sido un bombazo en toda regla: el puñetazo encima de la mesa que James Bond necesitaba para situarse de nuevo en la cabeza de carrera de los espías de cine.

En primer lugar, y sintiendo mucho contravenir el sentimiento general de los fans de la saga, a mí Daniel Craig me sigue sin parecer un actor adecuado para dar vida a James Bond. Sé que es un gran actor y que hace lo indecible por superar los prejuicios contra él, pero para mí Bond es Sean Connery o, en una escala muy menor, Pierce Brosnan. Alguien con clase, con estilo, que no parezca que acaba de salir de Alcatraz por violaciones múltiples. Cada vez que Craig nos obsequia con un primer plano de su extrañísima fisonomía resulta casi doloroso, y me hace preguntarme qué demonios vieron los Broccoli en este maromo de inquietantes ojos azules para darle un papel que, insisto, en mi opinión le sienta tan rematadamente mal como los trajes.

El segundo de ellos tiene que ver con la configuración del guión de esta película en particular. (Atención, spoiler). Los saltos de la trama se van dando a tumbos, sin que el hilo narrativo llegue a hacerlos del todo fluidos y justificados. Tan pronto estamos en Estambul como en Sanghai, pasando por las catacumbas londinenses, con unas excusas algo traídas por los pelos y una trama demasiado vaga que solo al aparecer Bardem en escena cobra algo de solidez (y para eso hay que esperar más de una hora, ojo). Prácticamente todas las decisiones que toma el personaje de Daniel Craig son cuestionables, y parecen obedecer más a impulsos irracionales, primarios o instintivos que a una fría lógica de un asesino a sueldo con licencia estatal. El mejor y más claro ejemplo es el momento en el que se salta a la torera toda la jerarquía de su propia empresa para utilizar al personaje de Judi Dench como cebo para cazar al terrorista, en un escenario final en el que está claramente a merced de sus rivales, en inferioridad numérica y de armamento, y sin más apoyo que el de un anciano jardinero. Sencillamente no tiene ningún sentido (más cuando esto se produce en Inglaterra, no en la típica base militar ultrasecreta de turno), y mucho menos sentido encuentro en que el resto de personajes se preste al jueguecito o haga la vista gorda ante la escena de la mansión Bond (que, por cierto, apesta a Batman por todas partes y no solo por el mayordomo: es que no le falta ni su particular batcueva). Y digo esto porque tiene consecuencias determinantes en la trama, por lo que me extraña mucho que no se haya tenido más perspectiva que la del más difícil todavía.

El tercer y último de mis reparos es de calado moral, si se quiere. Sé que la saga de Bond ha sido tradicionalmente machista, pero la presencia de Judi Dench como M desde Goldeneye (1995) había sido todo un soplo de aire nuevo a la franquicia. Ahora no solo Dench termina defenestrada y sustituida por todo un macho alfa como Ralph Fiennes (que, sinceramente, parece que pasaba por ahí), sino que encima el personaje de Eve, una agente secreta 00 que parece tratar de igual a igual a Bond, termina revelando en la última escena que no está hecha para ser agente (no hace más que fastidiarla en toda la película, igual que el personaje de Dench, por cierto), y ni corta ni perezosa va y ocupa la silla de secretaria de Fiennes, mientras revela con coquetería que en realidad se apellida Monnypenny (la secretaria-objeto clásica de la saga), y nos hace entender mejor esa surrealista escena del afeitado nocturno, todo un homenaje de la servil mujer al hombre dominante. Y tan anchos que nos quedamos. 

Para colmo de males de todas las minorías, el personaje de Bardem tiene un toque homosexual completamente gratuito e innecesario, que encuentra en la secuencia en la que trata de seducir a Bond uno de los momentos más horripilantes que recuerdo haber visto jamás. El penoso estereotipo del homosexual-criminal fruto de traumas y torturas no procede en una película de 2012, cuando tanto se ha conseguido avanzar en este terreno. Pero lo peor de todo es mi decepción a nivel personal con Javier Bardem: este es un rol que sinceramente no consigo entender cómo ha podido aceptar de tan aparente buen gusto, dado su compromiso demostrado una y otra vez con esta y tantas otras causas sociales, y que en Antes que anochezca (2000) llevaba con su respetuosa interpretación de Reynaldo Arenas al polo opuesto de este villano tan patético en su concepción como rancio en su puesta en escena. Si el Bond del siglo XXI suma la homofobia al machismo (y al alcoholismo) a su larga lista de "virtudes" entonces posiblemente estemos ante uno de los peores referentes culturales del cine de todos los tiempos, y eso es decir mucho. 

Parece mentira que después de los evidentes logros mostrados por Jason Bourne, su némesis en la gran pantalla, los responsables de James Bond metan la pata de semejante manera. Tanto los errores de construcción de la trama, donde todo pasa de un modo bastante injustificado y poco verosímil (como la irrupción a punta de pistola en la cámara donde está toda la plana mayor del gobierno, por ejemplo, o el descarrilamiento del metro, tan de pirotecnia de feria como irrelevante), como estos otros errores de concepción de personajes y que tanto reflejan acerca de la cosmovisión de sus guionistas, hacen que Skyfall caiga tan bajo o más que Quantum of Solace, al menos en mi escala personal. La película ha recibido buenas críticas y está arrasando en taquilla, pero yo solo veo una película mal escrita que, para colmo de males, refleja una ideología llena de amoralidad, sexismo y falta de valores. Y por mucho tren que explote y mucho coche lujoso que derrape justo delante de la cámara, no puedo evitar sentir una profunda repugnancia por el hecho de que productos tan ínfimos en aspectos tan importantes obtengan un beneplácito tan mayoritario. Sencillamente no logro entenderlo.

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