lunes, 29 de octubre de 2012

Buenos tiempos para la lírica


Imagino que en el ámbito de la música a muchos nos suele ocurrir que atravesamos una época inicial, de formación de gustos, en la que se establecen no pocos de esos artistas o grupos que nos marcarán de un modo profundo. A mí me ocurrió con Oasis, U2 y tantos otros, como antes les ocurriría a otros con los Beatles, los Rolling o Queen, por poner solo algunos ejemplos. Es cierto que luego seguimos atentos a las novedades, a esas nuevas canciones que suenan más o menos en la radio (o donde sea que se escuchen ahora mismo, dada la afluencia de dispositivos destinados a tal fin), pero de algún modo nuestros gustos ya están formados y tendemos a aferrarnos a ellos. Al cabo de un tiempo, y salvo honrosas excepciones, nos volvemos casi impermeables musicalmente, como si tuviéramos una especie de capa de elefante que nos hiciera ajenos a todo lo que no sea "lo nuestro", que es básicamente nuestra vara de medir para todo lo demás en cuanto a calidad, transmisión de emociones, etc.

Menos mal que, de cuando en cuando, aparece alguien dispuesto a llevarnos la contraria y a obligarnos a replantearnos nuestro particular panteón. Hace poco escuché una canción que me cautivó como hacía tiempo que no me ocurría. Por un momento pensé que The Police se había reunido de nuevo, porque la voz me recordaba en su falsete a Sting y la música tenía ese aire reggae tranquilo y ameno de sus primeros éxitos. Sin embargo, nada de eso: Sting sigue vendiendo el mismo disco de grandes éxitos que lleva reeditando desde hace décadas, y el artista en cuestión se llama Gotye, y el tema Somebody that I used to know, perteneciente a su disco Making Mirrors.

Dejando a un lado los parecidos (vocales) razonables, la canción me llamó la atención por el enorme contraste entre el fondo (una ruptura traumática detallada de un modo crudo y descarnado) y la forma, que ya digo evoca melodías de otro tiempo, suaves y relajantes. Es un tema que se toma su tiempo, al margen de modas y sintetizadores, que tarda más de un minuto y medio en entrar en el estribillo y que, cuando lo hace, solo lo suelta para introducir la estupenda voz de Kimbra, la vocalista que comparte dueto con Wally de Backer. 

Making mirrors es, por suerte, mucho más que ese tema. Lejos de esa molesta tendencia de acumular canciones de relleno en torno a uno o dos grandes sencillos, se trata de un disco con una gran coherencia, que suma enteros conforme avanza y que, al margen de sus canciones emblema (Eyes wide open suena fenomenal, con garra y ritmo pegadizo), contiene joyas como I feel better, en una onda sesentera de lo más fluido, o In your light, la gran tapada del disco, que tiene en su controlada anarquía y su contagiosa alegría el secreto de su éxito. Todo un descubrimiento.

En otro ámbito muy distinto al ofrecido por Gotye, me ha sorprendido muy gratamente la irrupción de Emeli Sandé. Después de haber colaborado con artistas como Alicia Keys en calidad de compositora, su disco Our version of events se destapa casi como una colección de grandes éxitos, amparados en una voz poderosa que se sobrepone a una producción cuidada e inteligente. Ya desde su tema inicial, Heaven, Sandé deja bien claro que su intención es arrollar sin complejos de ninguna clase, apoyada en bases sólidas y estribillos muy apropiados para un estudiado y nada arrogante lucimiento. Puede que la balada My kind of love se alce con el clímax del disco por la calidez con que Sandé se emplea, pero temas como Mountains, Daddy, Next to me o, muy especialmente el tema que cierra el disco, Read all about it, seguro que son capaces por sí solos de aportar suficientes razones como para justificar la compra del disco.

A pesar de las múltiples diferencias de enfoque y tratamiento, tanto Gotye como Sandé tienen en común algo poco habitual en el mercado contemporáneo, que no tiene que ver con una imagen cuidada, vídeos rompedores o una estrafalaria vestimenta que atraiga nichos de mercado minoritarios: se trata de algo tan sencillo como hacer hincapié en la música, en cuidar cada detalle de cada letra, cada tono de cada canción o incluso el acabado del disco en sí (atención a la edición especial de Making mirrors, que no tiene desperdicio). Quizá por eso me parezcan dos auténticas rarezas, en estos tiempos de grandes ausencias y de falta de referentes musicales de verdad, que a mi juicio sí había en pasadas décadas. (O igual es que, como decía al principio, me estoy haciendo ya mayor para esto y la piel de elefante no me deja ver más allá de la trompa: se admiten sugerencias).



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