Acabo de ver el tráiler del que se prevé como uno de los lanzamientos más potentes de 2012, El Hobbit: un viaje inesperado, que además de levantar una gigantesca expectativa acerca de la película (tiene una pinta fabulosa), me ha traído recuerdos memorables de la trilogía de El Señor de los Anillos, que hasta hoy tenía algo olvidada.
Ya en su momento, cuando tuve la suerte de poder ver los estrenos en cine, comentaba a mis menos entusiastas amigos que aquello lo recordaríamos muchos años después como el primer gran evento cinematográfico de nuestras vidas, algo así como lo que dicen los forofos del fútbol respecto al Barcelona de estos últimos años, que será recordado por los siglos de los siglos como referente de calidad.
Al margen de la aclamación popular o los premios que cosechara en su tiempo (17 oscars en 3 años, entre otras baratijas), la importancia de estas películas en el género de las aventuras y la fantasía es, a mi juicio, capital. Jamás se había hecho un cine de tanta calidad con un material, en principio, tan minoritario. No nos engañemos: las peleas entre orcos, elfos y dragones parecen más bien destinadas a un sector menor del público y habían tenido, hasta entonces, una consideración marginal.
Todo cambió con el estreno de La comunidad del Anillo, para mí la mejor de las tres y el verdadero referente. Mira que yo me había leido los libros (con bastante sopor, debo admitir), y sin embargo cada nueva imagen me transportaba a un mundo que parecía tan nuevo y sorprendente como para todos aquellos, que fueron muchos, que poblaron las salas sin haber leído una palabra de Tolkien en sus vidas.
Todo era colosal: los paisajes de la Tierra Media, los diseños de armas, vestuario y criaturas, la inolvidable música de Howard Shore para los Hobbits y su tranquila vida en la comarca, unos actores maravillosos y un ritmo que dejaba en pañales el plomizo desarrollo de la novela (lo siento, fans de la literatura tolkiense o como se diga: un texto que dedica sus primeras 80 páginas a describir lo que fuman los Hobbits y tarda 400 más en mandar a la Comunidad a sus primeras aventuras no puede ser entretenido, se mire por donde se mire).
La película obviaba, además, dos capítulos que a mí siempre me parecieron bastante inconvenientes: el del laberíntico bosque viejo y los tumularios, que nada aportaba a la historia central, y especialmente el de Tom Bombadil, un estrafalario personaje más propio de Alicia en el País de las Maravillas que de la Tierra Media.
Estas supresiones agilizaron el ritmo de una pelicula fantástica en todos los sentidos, que no daba respiro y que acertaba en la dosificación de sus personajes, mucho mejor caracterizados que en un libro demasiado digresivo y autocomplaciente. Saruman tenían una entidad apabullante, con un Christopher Lee que se resarcía así de su fracaso para conseguir el papel de Gandalf. El mago gris, por su parte, adquiría un peso específico que yo personalmente no le había dado en las novelas, y que agradecí (enorme, Ian McKellen). Más problemas me dieron los hobbits, y especialmente Elijah Wood como Frodo, no porque no encaje en el papel (que lo hace, y mucho), sino porque su cara de pánfilo durante toda la cinta terminó por resultarme cargante.
Y si el primer tramo de la película es fantástico, con los jinetes negros dando un miedo como nunca dieron en la novela, qué decir de episodios como el de Rivendel y su magnífica arquitectura natural, o de las siniestras minas de Moria, con ese combate a brazo partido con el troll (apabullante en la película, resuelto en dos miserables páginas en la novela), el aliento del Balrog, la increíble vista de los Argonath dominando el Río Grande o el enfrentamiento final en el bosque de Amon Hen... Tantas virtudes lograron que todo el mundo se rindiera ante las bondades de una película que finalizaba con una Enya desatada, cantando el tema central con tanto sentimiento como si, más que una cantante irlandesa, fuera en realidad una elfa renacida. Y lo mejor de todo es que aquello no había hecho más que comenzar.
Cada diciembre a partir de 2001 se convirtió en una fiesta global porque tocaba una nueva entrega de El Señor de los Anillos. Las dos torres, segunda parte de la trilogía, tenía como mayor virtud la aportación del personaje “tapado” de la primera entrega, Gollum. El avance de los efectos visuales alcanzó un techo hasta entonces desconocido con la expresividad y ternura de aquel bichejo, especialmente en esa escena en que dialoga consigo mismo, de una calidad demoledora.
El resto de la película navega con cierta incomodidad en su desarrollo, quizá por saberse en medio de todo y, por tanto, sin planteamiento o desenlace reales. No obstante, introduce personajes clave, nos lleva a paisajes tan sugerentes como Rohan y, sobre todo, le da a Aragorn el peso que realmente se merece el personaje. Aquí sí creo que el libro tiene cierta ventaja, ya que todo el episodio de Ella-Laraña aportaba una intensidad que la película no tiene, al haber trasladado dicha escena a la tercera parte. La batalla del abismo de Helm, impresionante en la película, se termina por convertir en un clímax que, a pesar de su grandilocuencia, no llega a convencer del todo con ese Gandalf salvador que parece sacado de un anuncio de detergente.
Todo esto lo resolvería El Retorno del Rey de un plumazo. Es una película aún más ambiciosa que las anteriores, que tiene el gran inconveniente de que debe cerrar demasiadas tramas, y eso hace que su tramo final resulte bastante pesado (hay como tres o cuatro veces en que piensas que por fin va a terminar, y no). Sin embargo, todo lo referente a Minas Tirith y el gigantesco John Noble como senescal de Gondor compensan sobradamente cualquier problema. Su papel es tremendo, resultando una aportación esencial para el último acto de una obra con tintes trágicos, y consigue dar aún más entidad a la trama de Faramir, algo desangelada en la segunda parte. Respecto a la batalla final, sólo puedo decir que ya en su momento me pareció increíble, la mayor escala que recuerdo haber visto jamás en cine, con ese ariete monumental y la tremenda entrada de los orcos en una ciudad atenaza por el miedo. Soberbia.
Después de eso llegarían las versiones extendidas y, por último, el silencio. Peter Jackson entró en litigios con New Line Cinema por un problema de derechos y beneficios, y el proyecto de trasladar El Hobbit se retrasó hasta el infinito y más allá, con baile de directores incluido (Guillermo del Toro y sus bichitos faunianos, entre otros). Todo ello ha terminado finalmente con el propio Jackson retomando las riendas del proyecto -su proyecto, al fin y al cabo-, que ha decidido dividir en dos partes -puro marketing, nadie se engañe: el libro no daba para tanto-, que llegarán, respectivamente, en diciembre de 2012 y 2013.
Y esto nos lleva de nuevo al tráiler con el que comencé el artículo, del que destacaré solo dos aspectos: el primero, lo acertado que resulta que el mismo equipo se encargue de trasladar esta obra al cine (y no me refiero solo a los actores, que también: Ian Holm como el viejo Bilbo, Ian McKellen, Cate Blanchett, etc...). El segundo, y no menos importante: la canción que cantan los enanos, una especie de canto gregoriano en versión Hobbit que hace que se me pongan los pelos de punta (yo, que siempre he abominado de las dichosas cancioncitas de los libros de Tolkien), que culmina con el que parece que será el tema central de la película, igualmente grandioso. Bueno, todo eso y el magnífico Gollum, claro, cuyo lugar natural siempre fue El Hobbit y la escena de los acertijos en la oscuridad de su cueva tenebrosa.
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