martes, 14 de octubre de 2008

Vivir sin enchufes.



Dicen los entendidos en esto de las nuevas tecnologías que estamos a punto de vivir una revolución de proporciones estratosféricas. Nada de lo visto hasta ahora en este campo podrá igualarse con los nuevos súper ordenadores que están por llegar, acompañados de teléfonos móviles de quinta generación, televisores de plasma o de cámaras con una resolución suficiente como para captar hasta el más mínimo detalle que pase ante nuestros atónitos ojos.

Ahora mismo, una persona que no tenga Internet en casa y correo electrónico, móvil con una agenda repleta de contactos, televisor y cámara vive, literalmente, en el Mesozoico. Pobre de aquel que no pueda gozar de la revolución tecnológica porque entonces no pertenecerá al futuro, sino a una especie, cada vez más rara y minoritaria, de personas desenchufadas de la realidad que tienen los días contados.

Y, sin embargo, yo recuerdo que hubo una época en que el teléfono sólo servía para acordar el lugar y la hora de la cita, que era donde se llevaba a cabo la charla, el café o el paseo. Había parques, bares, merenderos y jardines donde la gente se reunía para despedir el día mientras hablaban de lo humano y lo divino. Nadie sabía lo que era el Messenger, el chat, las videoconferencias o los megas. Y maldita la falta que les hacía.

Es cierto que la red de comunicaciones de este siglo XXI permite logros que antes eran sólo cosa de ciencia ficción. Una persona que vive en Singapur puede mantener una conversación con alguien de California y de Bruselas a la vez, y probablemente de no existir esa tecnología dichas personas jamás llegarían a conocerse. Las tecnologías permiten el acercamiento cultural, social y económico, y con ello el avance de las sociedades modernas. Eso nadie lo duda.

Ahora bien, el problema viene cuando esas mismas tecnologías se vuelven contra nosotros y nos aíslan de nuestro entorno más cercano, desde la familia a los amigos, a quienes reemplazamos por pantallas en blanco y negro donde alguien que dice ser Laura16 nos manda un beso.com mientras nos sonríe desde una fotografía estática.

Si nos conformamos con eso, si dejamos que la tecnología se convierta en un fin, y no en el medio que es, mucho me temo que nos estemos conectando a un mundo artificial donde nada es nunca lo que parece, mientras allá afuera esperan, vacíos, esos parques y paseos donde antaño la gente encontraba cariño, amistad y, con un poco de suerte, algo de amor.

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