“Enseñar es repetir”, nos decía incansable aquel hombre tranquilo y paciente, que se desenvolvía en clase con la misma naturalidad con la que compartía un café para hablar de la lengua, su gran pasión: “Os podéis pasar años y años investigando y avanzando en vuestro conocimiento, pero al final entráis en el aula y os tocará repetir lo más básico una y otra vez para que otros puedan aprender. No hay otra forma, o al menos a nadie se le ha ocurrido una mejor.”
Juan Ramón Lodares (Madrid, 1959-2005) falleció a una edad demasiado temprana como para valorar en su justa medida su obra, que quedó reducida a una serie de ensayos sobre la difusión del español y el futuro de las lenguas (entre las que destaca El paraíso políglota, finalista del premio Nacional de Ensayo 2000). Podía dedicar horas enteras a plantear hipótesis acerca del potencial del español, y lo hacía además en una época en que muchos consideraban ese tema una simple quimera. Pues bien, hace poco salió un estudio que anunciaba que en unos años el español sería la lengua más hablada de EEUU, y con ello su alcance aumentaría de forma considerable.
Discípulo de Gregorio Salvador, que lo definió como el más inteligente alumno que había tenido, Lodares impartía clases en la Universidad Autónoma de Madrid. La noticia de su fallecimiento dejó conmocionados a todos los que seguíamos atentamente sus clases y escritos. Javier Elvira, profesor también de la Universidad Autónoma, destacó en un artículo publicado a su muerte la que seguramente fuese una de sus mayores virtudes: hacer del discurso académico un lenguaje accesible para cualquier tipo de lector: “Es precisamente esa función desmitificadora de su trabajo la que justifica el tono divulgativo y ensayístico de la mayoría de sus escritos, muy diferente del estilo cerebral y denso de los trabajos universitarios. Una de las claves de la eficacia argumentativa del discurso de Lodares radica precisamente en ese estilo ameno, relajado y algo distante, combinado con una cierta ironía burlona, que constituye a veces el mejor antídoto contra el tono vehemente y acalorado que adquiere a menudo la discusión sobre naciones, lenguas y culturas.”[1]
Se publica ahora una compilación de artículos sobre lenguas e identidades, con motivo de un homenaje a Lodares.[2] Es señal de que el discurso de este excelente ensayista y buen profesor no ha caído en el olvido, pero quizá también se deba a que, tanto dentro como fuera del aula, él insistió siempre en esa máxima de enseñar repitiendo, de hacer hincapié una y otra vez en unas ideas en las que creyó siempre.
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