Ayer tuve el infortunio de asistir al estreno de Maléfica, el enésimo intento de Disney por sacar rentabilidad de uno de sus cuentos clásicos, esta vez con la excusa de la imagen real y de una impresionante Angelina Jolie en el papel de la villana más emblemática en la larga historia de personajes malvados de la compañía. Y, en honor a la verdad, hay que decir que Jolie borda su papel y transmite toda la fuerza, la rabia y la villanía de la reina de la oscuridad en muchos momentos, si bien luego se deja arrastrar por las torpezas de una producción que hace que hasta su personaje roce el ridículo más vergonzoso en lo que, sin ningún género de dudas, considero una traición en toda regla de Disney a sus propias raíces.
El problema no es la necesidad, absurda ya de por sí, de convertir a Maléfica en la protagonista del relato. Es evidente que Jolie es la productora de la cinta y quiere tener más minutos en pantalla que el CGI, que ya es decir; en realidad, el asunto se tuerce toda vez que tanto Jolie como los guionistas han decidido convertir a Maléfica en la heroína, en la "buena", para entendernos, de la historia. Y eso no tiene ningún sentido, se mire por donde se mire.
En el imaginario de la narrativa clásica infantil y popular, el maniqueísmo es una de sus bases esenciales. El mundo de los cuentos se divide en héroes y villanos, en buenos y malos, sin espacio para las escalas de grises ni para matices de ninguna clase. Se trata de presentar a los niños una realidad polarizada que les ayude a formar estructuras morales, que les anime a orientarse todo lo posible a una de esas dos posturas, el bien, y alejarse lo más posible de conductas y acciones tan execrables como las que protagonizan los antagonistas de los relatos.
Dentro de dicho imaginario, Maléfica constituye en sí misma un capítulo digno de estudio. De todos los villanos de los cuentos clásicos, ella es por encima de cualquier otro la encarnación del mal. Sus atributos, como esa cornamenta caprina, el cuervo negro aliado o sus asombrosas metamorfosis en dragón la convierten en la perfecta versión femenina de Satán, el enemigo por excelencia de todo bien que se precie de serlo. Hay algo irreal, mágico y demoníaco en esta bruja que, precisamente por todo ello, lo hace tan atractivo como antagonista, tan fascinante y enigmático, pero sobre todo, tan lleno de pura maldad.
Sabio homenaje a este perfil era La bella durmiente, el clásico inmortal de Disney de 1959. En la cinta, Maléfica cumplía a la perfección su papel secundario, robando planos a todo aquel que osara cruzarse con ella y convirtiendo su entrada en la fiesta del nacimiento de Aurora en una de las escenas más terroríficas, crueles y desoladoras de cuantas ha ofrecido la compañía en sus más cien años largos de historia. Pero es que, además, la cinta tenía unos personajes secundarios sencillamente antológicos, como esas tres hadas (Flora, Fauna y Primavera) que eran la herramienta indispensable para que el príncipe de turno salvara la situación, dragón muerto mediante, o unos entrañables reyes Stefan y Hubert que protagonizaban junto con un simpático sirviente una de las escenas más divertidas de todo el filme. Todo ello venía coronado, además, por la extraordinaria dirección artística y por la soberbia adaptación que se hizo de la música que Tchaikovsky había compuesto para el ballet del mismo cuento, un siglo antes, y que lanzó al olimpo de la memoria colectiva ese Once upon a dream, el magnífico tema principal.
Pues bien, esta Maléfica que ayer tuve el horror de contemplar coge todas las virtudes de la película original, las envuelve para regalo y las manda bien lejos, sustituyéndolas por un totum revolutum sin sentido del orden o la proporción donde cabe hasta el menor y más absurdo de los delirios: el personaje de Maléfica es un hada la mar de rebuena (¿?) que vive en un lugar mal llamado ciénaga, ya que es algo así como una versión campy de la Pandora de Avatar plagada de bichos en desastroso CGI que nunca, jamás, dan la menor impresión de estar integrados en escena con sus compañeros de reparto reales. A ese lugar llega un campesino llamado Stefan, que inicia el inevitable y torpísimo romance con el hada, hasta que sus ambiciones malvadas le llevan a cortarle las alas (¿¿??) para así convertirse en el sucesor al trono y hacerse con el reino. Como lo oyen.
Claro, tanto sufrimiento y tanto dolor inefable llevan a la estupenda hada a convertirse en el mal absoluto. Así, de repente. Luego llega la escena del maleficio de la rueca, la única en la que el filme parece tener algo de respeto por el original, para después entrar en un declive imparable cuando presenta a unas desastrosas hadas Flora, Fauna y Primavera, unas imbéciles insoportables sin remedio que a punto están de matar a Aurora en cuanto tienen ocasión de no ser por la intervención, no se sabe por qué caprichoso misterio del desayuno del guionista, de una Maléfica que se convierte en su hada madrina (¿¿¿???); un hada madrina que, en el colmo de los colmos, rompe su propio maleficio dándole ella misma el beso de amor a la princesa (¿¿¿¿¿????). Por las propias bases que la propia historia había sentido, es del todo imposible comprender el amor materno-filial que se establece entre Maléfica y Aurora, algo a lo que evidentemente los guionistas no destinan un solo segundo a explicar, no faltaba más.
Que después de semejante aberración aparezca entre medias de tanto desatino un Jonas Brother en forma de pseudo-príncipe, todo un títere impostado, es casi lo de menos. La trama ya se encargará luego de descarrilar ella sola en el último acto, con ese rey Stefan que más parece un demonio lleno de ira y rencor, equipado con una armadura de acero que le hace parecer el malo final de un mal videojuego y con una inevitable batalla final que destruye, dragón desastroso mediante, cualquier posibilidad de la cinta por recuperarse. Y cuando parecía que todo terminaba con el horrendo final feliz (en el que mueren cientos de hombres, por cierto), resulta que llega Lana del Rey y en los títulos de crédito destroza Once upon a dream con una versión que aniquiló, con esa voz de consumidora de setas o de alcohólica en lento proceso de recuperación, cualquier asomo que quedara de mi recuerdo de la infancia.
Y que nadie se lleve a engaño, a pesar de lo que parece anunciar el engañoso trailer: aquí de oscuridad y madurez, nada de nada; es todo más infantil que un tebeo para niños de un año, lleno de bromas absurdas y escatológicas donde únicamente algún que otro guiño de la ironía de Maléfica salva de la quema. A su lado, aquel otro intento de modernizar cuentos populares, Blancanieves y la leyenda del cazador, parece una película del mejor Kubrick.
Y que nadie se lleve a engaño, a pesar de lo que parece anunciar el engañoso trailer: aquí de oscuridad y madurez, nada de nada; es todo más infantil que un tebeo para niños de un año, lleno de bromas absurdas y escatológicas donde únicamente algún que otro guiño de la ironía de Maléfica salva de la quema. A su lado, aquel otro intento de modernizar cuentos populares, Blancanieves y la leyenda del cazador, parece una película del mejor Kubrick.
En definitiva, mucho me temo que no hay nada, absolutamente nada por lo que merezca la pena ver esta cosa, más allá de lo bien que le sienta el maquillaje a Jolie. A nivel visual es del montón, a nivel sonoro es intrascendente y a nivel narrativo es un completo despropósito, una vuelta de tuerca del todo innecesaria que echa por tierra las muchas y buenas virtudes de ese clásico al que ya podían haber dejado dormir el sueño de los justos, porque maldita la falta que le hace a los cuentos clásicos que vengan los listillos de turno a ponerlos oscuros, tenebrosos y adultos, a jugar a ser dioses en una narrativa que ni entienden ni saben después cómo manejar. Lo peor de Maléfica no es que sea, con diferencia, la peor versión de La bella durmiente que he visto nunca, pervirtiendo y destrozando todos y cada uno de sus personajes y tramas, sino que encima me la quieran hacer pasar por un gran acierto para los niños de hoy. Más les valdría a los pobres correr y refugiarse tras algún libro de Perrault que acudir a los cines donde espera la intensa mirada (y nada más) de la siempre enigmática y maternal Angelina.