Si hace algunos años me hubieran contado que una cadena de televisión americana produciría una serie de televisión sobre dos agentes secretos rusos infiltrados en la sociedad de EEUU en plena guerra fría, hubiera pensado que se estaba riendo de mí o que me tomaba por loco. Y sin embargo, ésa es precisamente la premisa de partida de The Americans, que FX lanzó a la fama el año pasado con su primera (y excelente) temporada.
Los protagonistas de este asunto son el para mí desconocido Matthhew Rhys y la siempre inquietante y hermosa Keri Russell (Felicity). Ambos hacen del casi-perfecto matrimonio Jennings, padres de dos hijos que se creen tan americanos como la Whopper y vecinos ejemplares donde los haya, pero que en sus ratos libres se dedican a hacer y deshacer entuertos propios de los espías de élite para la madre Rusia. Como no podía ser de otro modo, la serie se construye sobre las excelentes interpretaciones tanto de sus dos protagonistas como de un elenco de secundarios de lo más acoplado, con acentos americanos (Noah Emmerich, Richard Thomas) y rusos (Annet Mahendru, Lev Gorn), cuyo gran trabajo hace creíble el conjunto de tramas, juegos de ratón y gato que dan forma y estructura a sus dos temporadas estrenadas hasta la fecha.
Como no podía ser de otro modo, el conflicto entre la tensión creada por la propia inercia de una historia de espionaje a escala internacional, con asesinatos, secuestros y persecuciones, sumado al propio de una familia con hijos adolescentes que empiezan a hacerse (demasiadas) preguntas sobre sus padres es el pivote central de la serie. Y es un equilibrio difícil, del que los guionistas no siempre salen bien parados, como demuestran las algo forzadas tramas de aventuras amorosas, pero que en cualquier caso logran mantener el interés y, especialmente en la segunda temporada, acaban por todo lo alto y anuncian grandes empresas para temporadas venideras.
Uno de los aspectos más satisfactorios de The Americans es su cuidada producción, que nos envía treinta años atrás en el tiempo no solo a través de los buenos diálogos y la mentalidad que irradian sus personajes, sino de un apartado de diseño que nos devuelve literalmente a los años 80, con todos sus atrasos y sus por entonces avances tecnológicos (ver al hijo de los Jennings colarse en la casa de unos amigos para jugar como un poseso a la Atari 2600 no tiene precio). Esto también se traslada al apartado de maquillaje, donde tanto Rhys como Russell deben convertirse en decenas de personajes alternativos falsos, y donde habría sido realmente sencillo entrar en la caricatura y el chiste fácil (¿se acuerdan de Val Kilmer en aquella cosa llamada El Santo?), pero que aquí está bien resuelto, con solvencia y un muy buen hacer por parte de los intérpretes, que están sencillamente fantásticos en su papel.
La primera temporada de la serie terminaba de una manera un tanto caótica, más que nada por el deseo expreso de los guionistas de hacer un desenlace por todo lo alto. El problema es que llevaron las tramas de varios personajes, entre ellos la del genial agente Beeman (que para más inri es vecino de los Jennings, ahí tienen ustedes una conveniencia de las buenas), a quemar más cartuchos de los deseables, algo que ha afectado a buen número de tramas en esta segunda temporada. La solución, sin embargo, ha sido extraordinaria: hacer oscilar todo alrededor de un crimen de otra pareja de agentes infiltrados y amigos de los Jennings, cuyo desenlace ha ocupado toda la tanda de 13 capítulos y que ha tenido una resolución de infarto. Así se hacen las cosas a nivel narrativo, sí señor.
Uno de los mayores enemigos de la serie, que me temo que terminará afectando al producto final al cabo de varias temporadas, es que la propia esencia de la guerra fría fue la de un conflicto soterrado, de mucha conversación y mucho mensaje cifrado, pero de menor trascendencia bélica de la que a muchos les hubiera, por desgracia, hecho más felices. The Americans tiene que basar su fuerza no tanto en las explosiones como en las emociones contenidas de unos personajes llevados al límite por el amor a su patria, tanto dentro como fuera de unas fronteras reales y morales que nunca están del todo definidas, y me pregunto por cuánto tiempo podrá aguantar un público más acostumbrado al gatillo y la explosión.
No obstante, lo mejor de esta serie es la propuesta sin maniqueísmos fáciles, que retrata a auténticos salvajes en ambos bandos y también a gente que cree en aquello por lo que lucha. No es fácil hablar de buenos y malos en una historia donde la pareja protagonista estrangula, dispara al corazón, abate a golpes o deja amordazado hasta la muerte al personal que tiene la "suerte" de cruzarse en su camino. Hacer que ambos resulten empáticos, que nos importen como personajes y nos lleguen sus conflictos, sus dudas y sus temores, me parece que nadie desde las ya difuntas Dexter o Breaking Bad era capaz de provocarme sin que me planteara otras cotas filosóficas o morales. Es posible que no supere a ninguna de las anteriores en ritmo, en intensidad o en carisma de personajes, ya que aquí todo se mueve en terrenos mucho más ambiguos y con mayor escala de grises, pero qué duda cabe que en ausencia de auténticos pesos pesados de la televisión en esta época estival The Americans es un producto de lo más recomendable.
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