domingo, 23 de mayo de 2010

Campeón de los charlatanes

Hace unos días asistí al Masters de tenis de Madrid, en la jornada de semifinales que enfrentó a Rafael Nadal contra Nicolás Almagro (victoria para Nadal por 4-6, 6-2 y 6-2). Fueron más de dos horas de tenis del más alto nivel, con unos tenistas entregados que en ningún momento perdieron la templanza y demostraron por qué se encuentran en lo más alto del tenis mundial.

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Hace tiempo que Nadal ha traspasado las barreras del deporte de elite para convertirse en un icono mundial a la altura de Messi o el tristemente célebre Tiger Woods. Y esto es así porque, al margen de su palmarés o su impresionante talento, Nadal tiene algo que a muchos les falta: carisma, personalidad, pasión y, sobre todo, las ideas muy claras y un entorno muy favorable que mantiene sus pies en el suelo. Como atleta, es un coloso: verlo en la Caja Mágica defendiéndose como podía ante un Almagro pletórico en el primer set y bravo en los siguientes era toda una gozada. Nadal corría, subía y bajaba, y devolvía los golpes de su adversario con una determinación inquebrantable. Tardó más de lo previsto en ganar pero ganó, y bien. Y al final del partido, agotado tras más de dos horas de gran tenis, atendió a no menos de seis medios de comunicación en la misma pista, regaló pelotas firmadas a los aficionados y se fue ovacionado con una mezcla de admiración, respeto y entrega por parte de un público que lo adora vaya donde vaya.

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Semejante laudatoria viene a cuento no sólo como crónica a deshora del evento deportivo (en la final Nadal arrasó a Federer por 6-4 y 7-6 (t)), sino a propósito de dos sucesos que han tenido lugar en este deporte cuya corona aspira a recuperar el de Manacor. Primero aparece Federer, el gran campeón del tenis contemporáneo, y se descuelga diciendo que “en tierra sólo se necesitan piernas, una derecha y un revés increíbles y aguantar cosas. No quiero decir que en tierra baste con mantener la bola en juego y esperar un error, pero a veces es demasiado fácil” (pero recalcando, eso sí, que no lo dice por quitarle mérito a Nadal, el mayor experto del mundo en dicha superficie). Federer viene a decir que con tener dos piernas fuertes y arrear muletazos con la raqueta, cualquier puede ganar en tierra. Ya. Eso explica por qué ha estado a punto de jubilarse sin ganar Roland Garros, después de perder hasta cuatro finales contra Rafa (la que ganó fue el año pasado, sin Nadal en el camino). Luego concluye afirmando que el manacorí es “su heredero”, para rematar el inútil desprestigio a un jugador que, recordemos, le ha ganado 12 de las 17 finales que han disputado juntos.

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Pero lo peor ha llegado hoy, cuando nuestro segundo top ten español, Fernando Verdasco, ha perdido totalmente los papeles en la final del torneo de Suiza ante el francés Gasquet, al que ha insultado de todas las formas posibles (cito sus amables palabras, tras fallar el 10º revés paralelo seguido de Gasquet: "¡Su puta madre, puto francés de mierda, puto francés de los cojones!"), para después dirigirse con igual cortesía al público, también francés, que estaba cansado de las constantes salidas de tono del español cuando perdía (“Es el peor público del mundo, los putos franceses de los cojones") y cuando ganaba algún que otro punto (Joderos, joderos. A ver quien tiene más cojones"). Luego va y dice, el bueno de “Fer”, que en realidad no se dirigía al público francés, que asegura adorar con locura, sino sólo a un par de energúmenos. Ah, y que lo siente mucho. Qué vergüenza.

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Todo esto, en suma, debería servirnos para no perder la perspectiva cuando se hable de grandes campeones de este deporte. Federer podrá ganar 2.000.000 de grand slam de aquí a que se retire, y Verdasco otros tantos (o no, seguramente), pero mucho me temo que su arrogancia, presunción y divismo les hace perder demasiados enteros. Es posible que, por su especial naturaleza, no haya deporte donde el ego saque a relucir lo peor de un profesional como el tenis, plagado de divos como el inefable letón Gulbis (otro que tal baila). Cuando uno gana, el mérito es 100% suyo. Y lo mismo debería ocurrir cuando uno pierde, pero aquí vemos que, ya sea el número 1 del mundo o el 200, el orgullo lleva a muchos tenistas a perder más fuerza por la boca que por la raqueta.

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Esto explica mi gran admiración hacia Rafael Nadal, un deportista de una honestidad, discreción y humildad hasta ahora intachables, alguien capaz de ganar un Open de Australia a un Federer envuelto en lágrimas y decir que es el más afortunado del mundo por poder disputar encuentros con el mejor tenista de todos los tiempos. Nadal no es grande por su probada calidad como tenista, sino porque a ello suma una educación exquisita, un saber estar y una conciencia clarísima de lo que es y lo que tiene entre manos.

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Y, precisamente por eso, da igual si vuelve a ser número uno o no, o si no levanta ya nunca más trofeos: Rafa es y será siempre el más grande porque con cada golpe de raqueta, cada gesto al vencer un punto o cada atención que tiene con la gente transmite toda su calidad humana. Y los demás que hablen, que así les va

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