Menuda semanita mediática nos espera tras la derrota del Fútbol Club Barcelona en semifinales de la Copa de Europa. Entre el festivo bombo de unos (la prensa nacionalista madrileña) y el no menos estruendoso, en este caso amargo y rencoroso de los otros (los nacionalistas catalanes) creo que ya me he hartado del fútbol, y lo peor es que todo obedece a causas extradeportivas.
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Porque, en lo deportivo, el asunto no merece la menor consideración. Lo único que ha sucedido es que un equipo ha sido eliminado de dos competiciones con toda justicia (copa del Rey y de Europa), que su liderato en la liga se mantiene con una ventaja de un solo punto frente a un perseguidor que parece incansable, y que hay gente en Barcelona que teme que vayan a pasar de ganar 6 títulos a ganar 0 en un solo año. Y de ahí el pánico, y el ruido.
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Porque todo se reduce, en definitiva, a ruido, que es lo que llevan haciendo la prensa catalana y madrileña desde que el mundo es mundo, con su sensacionalismo barato, sus manipuladoras informaciones y sus malintencionados artículos y viñetas, un día tras otro. Qué lamentable resulta que estos periódicos deportivos sean la prensa más vendida y consultada en este país de analfabetos funcionales, qué triste que triunfe ese espíritu de tabloide y horrenda escritura que hace palidecer de infartos gramaticales a todo aquel que osa poner sus ojos sobre ella.
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Claro que todo esto sólo se entiende si se analiza con algo de calma a sus “artífices”, unos periodistas deportivos que son, con excepciones muy honrosas (Alfredo Relaño, Santiago Segurota, Miguel Rico y para de contar) gente con escasa formación cultural, lingüística y, lo peor de todo, deportiva. Su único recurso ante semejante panorama es la apelación al tópico, a la frase hecha y a la argumentación demagógica para ganarse a un público básicamente iletrado que, casi con toda seguridad, ni siquiera entenderá lo que lee (si es que lo lee, que me temo que tampoco).
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Digo prensa deportiva cuando, en realidad, debería decir futbolística. No hay más que comprobar el espacio que en este país se dedica en prensa, radio y televisión al fútbol frente a otros deportes (una relación de 90% a 10% ya se quedaría corta), para darse cuenta de que ni siquiera la cuestión es la afición desmedida al deporte. ¿Quién sabe en este país algo de atletismo o gimnasia en sus múltiples disciplinas, esgrima, halterofilia, esquí, natación, tiro, hípica o patinaje? En todas esas disciplinas tenemos grandes deportistas que merecerían mucha más atención que la enésima repetición de los goles, o los torpes balbuceos mentales de tal o cual futbolista al que se le pregunta hasta por la caída de la hoja, y cuando hasta eso ya no basta nos saturan con imágenes de las gradas de los estadios, con octogenarios que se sacan mocos o escupen sin rubor alguno, como si ello fuera el colmo de la noticia futbolera.
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Y lo siento, pero no me vale lo del baloncesto, el tenis o la fórmula 1. No, señor. Si en este país se habla de eso es única y exclusivamente porque tenemos referentes mundiales (Gasol, Nadal, Alonso), casos aislados que, cuando se jubilen, devolverán a esas disciplinas al cajón de los olvidados donde figura, sin ir más lejos, el golf (dejado de la mano de Dios desde que Ballesteros se fue: fíjense que ahora sólo hablamos de eso por Tiger Woods y sus líos de faldas).
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No se engañen: en el país de la pandereta todo es fútbol, fútbol y más fútbol. Fútbol los sábados, los domingos y los lunes (liga), fútbol los martes y miércoles (copa de Europa), fútbol los jueves (Europa League) y hasta los viernes (segunda división). Es fútbol en el desayuno, a la hora de comer, en la cena y hasta de madrugada, (por no decir la sopa). Es fútbol en verano, otoño, invierno y primavera, y de nuevo verano, (no se olviden del mundial), y luego la pretemporada y los torneos veraniegos, y la supercopa, y la ultra copa y la megahipercopa, y el mundialito de clubes y….
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Y cuantos más partidos y más torneos innecesarios, más titulares, más rotativos, más manolos casposos entrevistando a magnates de la construcción, más programas interrumpidos en cualquier medio y a cualquier hora por los ciento y un mil partidos del siglo que hay cada semana, sin descanso, y así hasta el infinito y más allá porque lo único que importa es vender camisetas, entradas, periódicos, contratos publicitarios y cromos hasta que los casi cinco millones de parados de este país acaben con la lengua fuera y la billetera vacía, pidiendo una tregua de, al menos, un día sin el fútbol de las pelotas dando el coñazo.
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