jueves, 8 de abril de 2010

Réquiem por el díscolo.



José María Gutiérrez, más conocido por el sobrenombre de “Guti”, ha anunciado que no seguirá más en el Real Madrid, club donde ha militado desde que era un benjamín y en cuya primera plantilla lleva la friolera de 15 años. Aunque ha reconocido que aún tiene la ilusión por seguir jugando uno o dos años más, su destino parece encaminarlo más bien a clubes de Inglaterra, Italia o los países árabes. Ofertas no le van a faltar, desde luego.


A nivel de clubes, Guti lo ha ganado absolutamente todo, como así lo atestigua su impresionante palmarés: 3 Copas de Europa, 5 títulos de la Liga española, 4 Supercopas de España, 2 Intercontinentales y 1 Supercopa de Europa. Semejante currículum sólo está a la altura de los más grandes.

Sin embargo, a nivel individual existen numerosos matices que han empañado la carrera de Guti desde sus inicios hasta estos últimos partidos que está disputando con su equipo de toda la vida. Ni la crítica especializada ni el público han soportado jamás las muchas y variadas excentricidades de un futbolista al que han reprochado su carácter díscolo, altanero, arrogante y presuntuoso, adornado todo ello con una fijación por la estética que, en este país donde el deporte debe ser de machos sudorosos y velludos, alguien como él, tan fino y estilizado, sencillamente no se entiende. Semejante carácter (que, por cierto, suscribe hasta el mismo Guti) le ha llevado a ser uno de los jugadores más detestados por las hinchadas propias y rivales, que siempre lo reciben con un cántico de lo más afectivo (a saber, ¡Guti (x3) maricón!) y lo acompañan durante los 90 minutos de silbidos e imprecaciones a cada balón que toca.

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Lo que muy pocos reconocen, y los que lo hacen es a regañadientes, es que este muchacho es posiblemente el futbolista mejor dotado técnicamente que ha conocido el fútbol español en toda su historia. No ha habido nadie que haya gozado de su visión de juego, de su capacidad para desarmar las defensas rivales, de sus saques de falta, sus antológicos pases al hueco o genialidades en forma de gol o asistencia. Por calidad y aportación a ese aspecto estético siempre tan denostado por los puristas, Guti debería formar parte del panteón del fútbol sin discusión alguna y al lado de los mejores especialistas brasileños, holandeses, franceses e italianos de la historia.

Tampoco hay que perder de vista que su probada falta de constancia y regularidad se ha visto acompañada por una mala suerte que yo he visto pocas veces: prácticamente todas las temporadas los fichajes eran precisamente en el puesto que ocupaba Guti, ya fuera la mediapunta, el centro del campo o la delantera (donde llegó a jugar, de la mano de Vicente del Bosque en la temporada 2000-2001, llegando a la nada despreciable cifra de 15 goles). La presión de saberse constantemente en el punto de mira de técnicos, periodistas y espectadores no ha debido ser fácil de llevar para un chaval de clase humilde y formación escasa, y de ahí sus frecuentes explosiones de carácter.

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Así, toda esa mezcla de rebeldía e incomprensión por parte de todos los entrenadores que han tenido la suerte de dirigirlo, ha llevado a Guti a ocupar un lugar menor en estos quince años de indiscutibles éxitos madridistas. Él ha sido partícipe de una generación que ha devuelto al club más importante de España a la primera plana internacional tras 32 años de sequía en las competiciones europeas (que parece que ya nadie lo recuerda, pero era todo un trauma en su momento). También ha sido, junto a Raúl, el máximo exponente de la cantera madridista durante más de una década, y al igual que el delantero centro, tampoco ha conocido un relevo semejante como sí ha ocurrido en otros grandes clubes, como el Barça con esa magnífica línea sucesoria que une a Guardiola, Xavi, Iniesta y compañía.

Que nadie se lleve a engaño: no hay otro jugador como Guti en el panorama actual, a lo sumo distinto: él mismo ha señalado posibles recambios como Cesc Fábregas o David Silva, pero todo el mundo es consciente de que con él se pierde un talento irrepetible. Por eso, me consta que el Bernabéu lo va a echar de menos como al agua de mayo la temporada que viene y eso es algo que, se pongan los raulistas como se pongan, no sucederá con Raúl, mucho más desgastado, viejo y achacoso que el “14” blanco.


Siempre he sentido una enorme admiración por Guti, lo que me ha llevado a sufrir las burlas de media humanidad: no me importa. Cuando una vez le preguntaron al brasileño Ronaldo quién era el mejor de aquel Madrid galáctico que dio la vuelta al mundo, dijo sin dudar: Guti (y mira que entonces estaban en el vestuario estrellas de la talla de Figo, Zidane o Roberto Carlos). El jugador justificó una respuesta tan inesperada con el argumento más sencillo posible: “es el que mejor juega al fútbol”.


De no haber sido por su irregularidad y un entorno que, me temo, nunca le ha aconsejado del todo bien, estaríamos ante un ocaso mucho más apacible y plagado de reconocimientos. Por desgracia, no es así: Guti se retirará la próxima temporada dejando actuaciones tan lamentables como el día en que se rebeló cuando su equipo fue eliminado de la Copa del Rey por un Segunda B y, en el otro lado, tan gloriosas como el taconazo ante el Deportivo, que dejó maravillado al mundo entero, o el otro día ante el Racing, cuando salió en la segunda parte para desatascar el embarullado, confuso y yermo juego de su equipo con una asistencia prodigiosa y un disparo que, por milímetros, no se coló por toda la escuadra.


Así es Guti, así ha sido siempre y así seguirá siéndolo: tan genial como desaprovechado. Qué lástima.

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