lunes, 12 de abril de 2010

Carta abierta

Estimado señor Rector:


Tengo el gusto de comunicarle que estoy pasando una semana absolutamente deliciosa en el prestigioso campus de su no menos prestigiosa universidad. No sé si está enterado de que el centro educativo que usted regenta acaba de ofrecer una serie de becas que jóvenes entusiastas y con ganas de comernos el mundo como el que esto escribe agradecemos como agua de mayo, entre otras cosas porque de ello depende nuestro futuro.


Con vistas a obtener una carta de aceptación en la universidad de usted, señor Rector, me desplacé el viernes pasado a su alborotado campus, personándome en los mismos despachos donde los días anteriores nadie tuvo a bien cogerme teléfono alguno (imagino que porque la actividad que allí desarrollan es frenética, sin duda). Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que la profesora a la que iba buscando, (a la que de ahora en adelante llamaré Meryl Streep por aquello del anonimato) se encontraba fuera, como así tuvo a bien indicarme su menesterosa secretaria (A, para los amigos), que prometió llamarme en cuanto tuviera nuevas sobre la susodicha.

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Como aquí no terminaba mi ronda de visitas me dirigí al siguiente emplazamiento docente, donde otra nueva profesora, a la sazón directora del departamento (y que llamaré Glenn Close, por aludir a otra gran dama), no sólo no se encontraba en su despacho preceptivo sino que, oh, sorpresa, tampoco allí se hallaba la secretaria que se supone trabaja para ella y que a partir de ahora llamaré B. Otra secretaria que sí estaba allí me indicó que justo en ese momento (oh, casualidad) B acababa de salir, pero que no tardaría más de veinte minutos en regresar.


Cuarenta y cinco minutos después, la menesterosa B regresó de sus ídem para espetarme que, dado que era viernes, no era probable que la directora del departamento para la que no trabajaba tuviera en mente acudir a su puesto de trabajo, como es lógico y normal. No pude menos que asentir y convenir con ella en que, efectivamente, no era de recibo dar el callo en semejantes condiciones y con un sol espléndido blandiendo sus ignífugos rayos en el horizonte mañanero.


Con la promesa de nuevas llamadas que se producirían al mismo ritmo e igual intensidad que los de la secretaria A, B me despidió gentilmente y me garantizó que mi correo electrónico rebosaría de novedades a lo largo del fin de semana.


El lunes por la mañana, y sin haber tenido noticia alguna de sus afanados subordinados, me dirigí de nuevo al campus de su excelencia de usted, donde no encontré rastro alguno ni de la profesora Streep, que se encontraba desayunando en Madrid (a las 11:45 de la mañana, como es natural) ni de la secretaria B ni por supuesto de la profesora Close, que seguramente tendrían cosas más importantes que hacer que perder el tiempo en sus respectivas oficinas.


Preocupado porque la noche anterior, término del plazo para solicitar la beca de su prestigiosa universidad, el sistema informático de solicitud había fallecido sin novedad alguna, decidí ocupar mi ociosa mañana de esperas en averiguar si se ampliaría el plazo de solicitud de la beca de ustedes. Así, me personé en la sede que gestiona las becas, donde una encantadora secretaria C me envió a una cuarta D, que a su vez me remitió a una E y luego a una F, (todo ello sin salir del edificio, pero dando encantadores rodeos por su clara, lógica y accesible arquitectura), para llegar finalmente al secretario G, que me dio el teléfono de una persona que ya no sé si era secretaria, profesora o barrendera, H, cuyo teléfono por supuesto no cogió absolutamente nadie, como es lógico y normal.


Tras esperar durante otros cuarenta y cinco minutos en el despacho de la profesora Close, que no parecía regresar nunca de su clase matinal (seguramente porque estaría ampliando información a sus afortunados pupilos), y en pleno delirio y éxtasis ante tamaña acumulación de casualidades, dirigí mis pasos a la secretaria A, la primigenia, que me informó que la profesora Streep daba clase en un edificio lejano y que seguramente, dado que no servían desayunos en las proximidades, quizás podría encontrarla en su lugar de trabajo.


Me personé en el edificio a las 13:05 horas, abandonando el lugar a las 13:06 dado que la conserje I acababa de salir en ese momento porque se encontraba desayunando (luego por tanto sí servían desayunos, vive Cristo). Por curiosidad, pasé por una de las veinte cafeterías del campus para comprobar el grado de adicción del personal docente universitario y administrativo, pero lo único que observé fueron palmeras de chocolate en dudoso estado de conservación y café aguado, lo cual me llevó a pensar si el personal docente universitario y administrativo no se encontraría en las cafeterías sino en las letrinas contiguas vaciando sus espíritus de semejantes productos inorgánicos.


Retorné al escenario del crimen a las 13:45, donde para mi sorpresa I se encontraba limándose las uñas en su puesto de trabajo. Al pedirle información sobre la profesora me indicó que no podía darme esa información a no ser que le diera el título y código de la asignatura. Fui a visitar a mi amiga del alma A, que al no conocer tampoco dicha información me remitió de nuevo a I. La conserje, bloqueada cual windows vista cualesquiera ante mis complejas inquisiciones, y en un alarde de profesionalidad sin límites, me invitó a visitar aula por aula las 125 aulas del edificio de cinco plantas en el que nos encontrábamos a ver si, por un casual, pillaba a la profesora Streep al salir de su clase.


Ligeramente hasta las pelotas de A, B, C, D, E, F, G, H, la conserje I y mis desconocidas pero amadas profesoras Streep y Close decidí poner punto y final a mi gloriosa búsqueda en pos de mi futuro a eso de las 14:15 horas, tras más de cuatro horas de esperas, paseos y palmeras de chocolate, por no mencionar las decenas de llamadas infructuosas y correos sin responder, y con tanta esperanza de comerme el mundo como de encontrar a una sola persona que, en el prestigioso campus de la no menos prestigiosa universidad de usted, se encuentre donde debe, cuando debe y haciendo lo que debe, es decir: su trabajo.


Atentamente,

K.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Quiero pensar que esta carta ha llegado a su destino por vía de Registro y con los nombres auténticos de esas personas (¡vaya ganado!).
Imagino que además, esta carta debería llegar a medios de comunicación, con los nombres auténticos desde luego, para que sea publicada y que surta los efectos oportunos.
Que digo yo.
Paco Page

Yékov dijo...

No sabía yo de tus largos paseos en busca de El Dorado. Al menos gracias a esto mantendrás tu forma física intachable.

Yékov dijo...

No sabía yo de tus largos paseos en busca de El Dorado. Al menos mantendrás tu forma física intachable.