Lo malo que tienen estas épocas invernales es que después de haber aguantado meses de sequía cinematográfica, los grandes estrenos se acumulan ahora con vistas a los premios. En apenas unas semanas han llegado a nuestras carteleras filmes tan diferentes (y buenos) como Up in the air, A single man, Shutter Island o la película que nos ocupa hoy, The road.
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Basada en la oscurísima novela de Cormac MacCarthy, autor también de No es país para viejos, esta adaptación de John Hillcoat posee grandes virtudes y, sobre todo, un enorme respeto al espíritu de la obra, algo que en este caso es muy de agradecer.
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La historia nos sitúa en un futuro apocalíptico y devastado por una plaga que ha asolado toda forma de vida animal y vegetal. La humanidad superviviente a la catástrofe se debate entre la desesperación y el canibalísmo, y en medio de semejante caos un padre y un hijo emprenden un viaje huyendo de las nieves que han comenzado a sepultar toda la tierra.
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No hay respiro en la película, como no la había en la novela. Muy pronto el viaje se convierte en una lucha por la supervivencia, que adquiere matices existencialistas conforme el padre, muy bien interpretado por Viggo Mortensen, intercala sus recuerdos de días más felices con su nueva responsabilidad de protector del futuro encarnado en su hijo. A ello se le añade una crudeza pocas veces vista antes, como la escena de la práctica de suicidio o la bajada a los infiernos de la despensa caníbal, dos momentos de máxima tensión y de una incomodidad casi insoportable para el espectador.
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Resulta una noticia estupenda en estos tiempos de crisis creativa que alguien se atreva a filmar un guión tan duro y contundente, sin ningún tipo de concesión o autocomplacencia. Hillcoat ha cuidado hasta el más mínimo detalle visual, apostando por paisajes naturales frente a la orgía digital esperable en este tipo de filmes, logrando unas imágenes impactantes. A ello contribuye un buen elenco de actores (atención al cameo del irreconocible Robert Duvall), que terminan por redondear una cinta que redefine los códigos del género en términos de rigor, seriedad y oficio.
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