Ayer tuve el privilegio de asistir al concierto de una gira que está llevando a George Michael de una punta a otra del globo, el Orchestral Symphonica Tour. El Palacio de los Deportes estaba abarrotado, y aunque comenzó con retraso, el cantante supo compensar desde el primer minuto la espera con un repertorio fantástico. Fue una mezcla de sensaciones y recuerdos que hacían que, al tiempo que escuchaba cada canción, estuviera yendo y viniendo constantemente de la memoria al concierto.
Debía tener más o menos catorce años cuando compré mi primer disco. Se supone que a esa edad uno debería ir buscando ritmos y géneros que lo hagan bailar, o que estén de moda porque le gustan al resto de amigos o porque lo ha escuchado en una discoteca, qué se yo. Sin embargo, mi primera elección fue Older, el primer disco con material nuevo que George Michael lanzaba tras más de cinco años de silencio musical.
Mi primera reacción al escucharlo fue una cierta decepción, porque a excepción de Fastlove, el single más accesible para un oído adolescente como el mío, el resto era una colección de medios tiempos que iban mucho más allá del pop que lo lanzó a la fama mundial en los años 80, donde competía de tú a tú con Michael Jackson, Madonna o U2 cuando estos se encontraban en el punto álgido de sus respectivas carreras. En sus diferentes aproximaciones a cada uno de los géneros, Older se adentraba en los terrenos del R&B, jazz, soul, funk, new age y, por si no quedara claro, jugaba a reírse del pop melódico en clave de parodia en la ya citada Fastlove.
Sólo con el tiempo, y con lo que fui aprendiendo de la vida y milagros del artista, pude comprender y apreciar este disco en toda su magnitud, y así cada canción fue cobrando una dimensión cada vez mayor. Supe que el germen de muchas de estas composiciones fue el profundo dolor por la pérdida de su amante, que inspiró, entre otras, la magnífica balada Jesus to a child. La angustia por la enfermedad de su madre, que finalmente terminaría con ella solo un año después de publicado el disco, deja también su huella en las letras, que confirmaron que George Michael ya no era el compositor de estribillos pop de consumo rápido. Con más de cien millones de discos vendidos a sus espaldas sentía, con razón, que ya no tenía que demostrarle nada a nadie, y por eso retó a sus fans a adentrarse en otros terrenos musicalmente mucho más apetecibles.
Older completaba su colección de singles con la canción que daba título al álbum, un desarrollo explícito de su sentimiento de madurez asociado a la edad y al dolor de las experiencias vitales que lo acompañaban, así como Spinning the wheel, donde hacía un guiño a los crooners clásicos. Star People, una corrosiva visión sobre la celebridad y You have been loved, que reincidía en el concepto de la pérdida emocional y la superación, fueron los últimos bocados de un disco que vendió más de 12 millones de copias en todo el mundo.
A partir de ahí fui siguiendo una carrera marcada, como todo el mundo sabe, por los desencuentros con la prensa, una tendencia irritante a hacer de su vida un circo mediático y, finalmente, a sus escarceos con la droga, la cárcel y el escándalo. A nivel musical fue lanzando, con cuentagotas, discos que confirmaban su nuevo giro hacia una madurez más ambiciosa, como su excelente colección de versiones en clave clásica, Songs from the last century, o Patience, donde volvía a componer tras otros seis años de silencio. Muy poco alimento, a mi juicio, para tanta leyenda.
El declive del artista parecía imparable por su desgaste físico y emocional, que lo llevó en estos últimos años a parecer una sombra de aquel gigante que en los ochenta se convirtió con discos como Faith en una estrella mundial. Quizá por todo ello, y a pesar de mis buenos recuerdos, tampoco albergaba muchas esperanzas cuando anoche se apagaron las luces del Palacio de los Deportes y comenzaron a sonar los primeros acordes.
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