Hace ahora mismo un año dediqué una entrada a la situación del empleo en España, con bastantes dudas por mi parte dado que acababa de entrar el mes anterior un nuevo gobierno y era pronto, por tanto, para sacar conclusiones sobre las medidas que tomaba viernes sí y viernes también. Pues bien, doce meses después, las cifras son cada vez más desoladoras y, lo peor de todo, no tienen visos de ir a mejor durante este 2013 que acabamos de empezar.
Por lo pronto, la cifra del paro ha aumentado en casi un millón de personas respecto a enero de 2012, alcanzando la abrumadora cantidad de seis millones de parados. Un repaso somero a los datos arroja porcentajes y previsiones verdaderamente demoledoras. Así, por ejemplo, el paro juvenil ha aumentado un 7%, quedando en un 56-57% dependiendo de las comunidades autónomas. Eso quiere decir que prácticamente 6 de cada 10 jóvenes menores de 30 años están sin trabajo. Este paro juvenil se suma al adulto, conformando un inaudito 26% de paro general, lo nunca visto en toda nuestra historia democrática.
Lo peor de todo es que esta cifra sería aún mayor si no fuera porque a lo largo del último año la emigración de jóvenes valores (y no tan jóvenes) ha sido escandalosa, y con esto no me refiero únicamente a la fuga de talentos, de la que también hemos tenido ocasión de hablar en La Trastienda, sino de inmigrantes que han decidido volver a sus países de origen por la sencilla razón de que no les compensa quedarse en un país que va a la deriva. La semana pasada tuve la ocasión de escuchar el testimonio de un ecuatoriano de 53 años que relataba, con lágrimas en los ojos, que el único beneficiario de los 15 años que lleva trabajando aquí ha sido Iberia, sumando todos los billetes que tuvo que pagar para que su familia pudiera venir aquí y que ahora, dada la situación económica actual, debe pagar para convertirlos en billetes de vuelta, mientras que tanto él como los suyos vuelven a estar donde estaban, igual de pobres que hace 15 años.
Sumando fuga de cerebros e inmigrantes, tendríamos más de 200.000 personas que añadir a los seis millones de parados. Ante esta situación, buena parte de la población activa en edad de prejubilación se ha acogido a este derecho, mientras que la población juvenil en paro ha vuelto a las aulas, algunos con más convencimiento que otros acerca de si servirá realmente para encontrar un trabajo o más bien para hacer algo productivo mientras dura esta tormenta que ya va para seis largos años.
Es evidente que todo esto tiene que tener una repercusión directa a nivel social: el desánimo y el pesimismo se han instalado por todo el país. Cerca de dos millones de parados arrastran paros de larga duración (más de dos años de inactividad laboral); muchas de estas personas son integrantes de los dos millones de familias cuyos miembros no ingresan absolutamente nada, y los ahorros se están acabando. Los comedores sociales, los servicios de caridad y las ONG's no dan abasto ante una demanda que crece día a día.
¿Y el gobierno? Bien, gracias. Sin entrar en demasiados detalles, hay (algunas) buenas y otras (muy) malas noticias. La buena noticia es que, después de haberla criticado con fiereza durante su etapa de oposición, la tasa de los 400 euros para los parados de larga duración se mantendrá, en palabras juramentadas del presidente, "hasta que la tasa de paro baje del 20%". Algo es algo. Las malas noticias son que absolutamente nadie del ejecutivo ha sido capaz de admitir que esto no está saliendo como se esperaba. Cuando el gobierno ganó las elecciones, se repitió hasta la saciedad, como se había hecho durante la campaña, que nada más llegar ellos los inversores recuperarían la confianza en España y el paro se desplomaría. Sin embargo, los hechos demuestran que ha sido exactamente al revés.

Podría terminar este artículo de crisis y desolaciones como veo que se hace ahora en la prensa y la televisión, haciendo alusión al coraje de esas pobres gentes que luchan contra la adversidad y superan el día a día mostrando tenacidad y aplomo, pero es que sinceramente tampoco me creo esa heroica versión popular. Ahora mismo lo único que veo a mi alrededor son amigos, familiares y conocidos con multitud de problemas laborales y económicos, muchos de ellos verdaderamente hundidos, y unos alumnos que, conforme van adquiriendo un poco de conciencia de lo que les espera, se me vienen abajo y me preguntan si todo ese esfuerzo que invierten les va a servir de verdad para algo ante ese futuro que pinta tan, tan negro. Yo quiero creer que sí, de verdad, pero me temo que esto empieza a convertirse ya en una cuestión más de fe que de realidad, y bien que lo lamento.
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