miércoles, 25 de febrero de 2009

De carnes, gritos y pescados.

Anoche decidí deleitarme con la siempre gratificante programación televisiva de esta España nuestra, y cuando parecía que todo se reducía a un sinfín de famosos bailando o intensos debates futboleros, hete aquí que mi mando a distancia fue a dar con el programa nacional de mayor éxito de los últimos años.

Me refiero, claro está, a Aída, que ya lleva unas cuantas temporadas deleitando al personal con sus berridos infames y sus modales de suburbio. A la visión de tan inigualable programa se ha unido hoy una tertulia que quería reflejar en esta entrada.

La postura que defiende Aída y sus sucedáneos afirma que es un producto de entretenimiento puro y duro, rebosante de gracia y sabor a realidad real. Sus actores son gente solvente que resuelve sus numerosos retos con una soltura y desparpajo envidiables, y entre ellos y los guionistas han creado un universo donde el espectador se reconoce abiertamente. Es lo que la gente quiere ver, está hecho para ser rentable y dar beneficios económicos, y en último caso uno puede negarse a verlo si no está conforme o prefiere ver cine independiente afgano.

Nada que objetar a lo anterior, pero no me parece que ninguno de esos argumentos sean suficientes para justificar la presencia o nivel de una serie de televisión (¿Desde cuándo ser realista es sinónimo de calidad?). En concreto, este que nos ocupa me parece una recolección de arquetipos maleducados y gritones, que únicamente hacen gala de su estulticia, intolerancia, homofobia y mediocridad como si encima merecieran el aplauso por ello. La supuesta carcajada y entretenimiento aquí sólo se traduce en zafiedad, humillación a minorías y una desastrosa influencia para quien quiera que tenga la desgracia de conectar su televisor al mismo tiempo que la Machi inicia su recital de vulgaridades.

Frases del tipo “Churri, en cuanto cierres la carnicería Aída abrirá su pescadería” (frase literal de la protagonista a su novio carnicero), o situaciones tan educativas como una abuela que soborna a su nieto (un delincuente en toda regla, retratado como un triunfador), o el dueño de un bar que denigra constantemente a su empleado sudamericano (que invoca a Atahualpa cuando se lamenta en silencio de los insultos de su jefe, al que por supuesto adora por explotarlo), no me parece que apele a ningún tipo de pedagogía o, si nos ponemos retorcidos, posiblemente sí lo haga.

A lo mejor subproductos culturales de este tipo, donde la prostitución, el racismo o el abuso de alcohol son tratados con una ligereza pavorosa, no sean inocentes y cándidos, después de todo. Puede que refuercen unas actitudes y mentalidades precisamente de todo aquello que hace que España sea ahora mismo un país atrasado, paleto y casposo, que desprecia la cultura y en general todo lo que no tenga que ver con satisfacer sus impulsos básicos de lujuria, alcoholismo y violencia. Que alguien diga que le encanta Aída porque refleja la sociedad española me parece lamentable, porque precisamente por eso, porque refleja la basura en que vivimos, ese programa debería desaparecer de la parrilla ahora mismo.

No se trata de falsear nada: yo no creo que la realidad se limite sólo a lo hortera y cutre. Por eso hay que esforzarse por ofrecer otra imagen, una en la que todos queramos vernos reflejados y que tratemos de imitar y de incorporar a nuestra realidad en la medida de nuestras posibilidades. Pero si la realidad fuera así, entonces con mayor motivo deberíamos hacer todos un esfuerzo por mejorarla, tanto dentro como fuera de la pantalla, y no regocijarnos alegremente en el baño de heces que estamos creando.

De lo contrario, no nos quedará más remedio que gritar cada vez más alto o insultar más y peor si es que de verdad queremos convivir en esta sociedad, que por desgracia es mucho más real (y preocupante) que lo que se ve en pantalla.

lunes, 23 de febrero de 2009

"Semos los mejores".


Sólo unas breves líneas para comentar el escándalo de anoche. Antes de nada, vaya por delante mi desconfianza absoluta en todo el circo mediático de premios, homenajes y auto alabanzas, ya vengan del cine, la literatura o el ámbito cultural que sea. No es la primera vez que una entrega de premios, y los Oscars no son ninguna excepción, se convierte en una excusa para dar publicidad a películas menores que, de otro modo, jamás llamarían la atención de nadie.

Vayamos primero con lo positivo: nada que objetar en el apartado de actores, que salvo en el caso de Sean Penn estaba cantado. El Joker del difunto Heath Ledger no podía no imponerse a sus rivales, Kate Winslet se lo merecía ya sí o sí, y en cuanto a Pe, dejémosla para el final, que es donde merece estar.

El caso de Penn me produjo especial satisfacción, porque enfrente tenía al enorme Frank Langella y su sobrecogedora interpretación de Richard Nixon. (Lo de Rourke, se ponga como se ponga la prensa, era una broma). Penn salió al estrado con su habitual compostura, y agradeció su segundo oscar al mejor actor con un discurso plagado de alusiones a los fallos de un sistema que aún permite que determinados sectores de la población estén en clara inferioridad de derechos civiles. Por lo demás, su premio es el reconocimiento a un trabajo soberbio, una nueva lección de alguien que ya no tiene nada que demostrar, igual que la inmensa Winslet, que está maravillosa en cada plano de The reader y eleva aún más la calidad de una gran película.

Precisamente fue ésta mi mayor decepción, porque creo que Slumdog millionaire y sus ocho premios (más los anteriores de otras galas) son uno de los misterios más incomprensibles de este último año. Es una película pobre, infantil, autocomplaciente y más blanda que Winnie the Poo comiendo algodón de azúcar sobre sábanas de lino, por no mencionar ese guiño tan descarado al cine indio que a mí, personalmente, me provocó vergüenza ajena mientras la veía.

Qué lástima no haber reconocido de una dichosa vez al grandísimo Stephenn Daldry, que lleva años haciendo películas asombrosas (Billy Elliot, Las horas) y que con ésta se había además apuntado un tanto enorme, con un tratamiento desoladoramente conmovedor del tan manido tema del holocausto. Que, además, Ralph Fiennes o David Cross no fueran siquiera nominados, así como sus excelentes trabajos de dirección artística, fotografía o banda sonora, es una de las injusticias más grandes de los últimos tiempos. Queda el consuelo, al menos, de que la tediosa hasta el extremo El curioso caso de Benjamín Button saliera con las manos vacías del Kodak Theatre.

Sobre Pe, qué decir. Su presencia en la deplorable Vicky Cristina Barcelona entorpece aún más una historia a todas luces fallida, con un personaje que se pasa todo el rato chillando en una pseudo jerga anglo hispánica tan incomprensible como insoportable. Penélope Cruz es una buena actriz en manos de quien sabe dirigirla (como Trueba en La niña de tus ojos o Almodóvar en Volver), pero en este caso su premio huele a operación de marketing que-te-cagas, y las pobres Amy Adams y Viola Davis (ambas fabulosas en La duda) debieron quedarse pasmadas al ver semejante despropósito.

Eso sí, en España, como siempre, resuenan ya las maracas y castañuelas, y olé olé que “semos los mejores”, viva Alcobendas y la paella valenciana, ya que estamos. Qué vergüenza de país.

domingo, 15 de febrero de 2009

De ocios y negocios.


Haciendo una pequeña investigación por motivos que ahora no vienen al caso, he dado con el origen del fin de semana, algo que desconocía y que me ha parecido muy interesante. Ciertas teorías antropológicas ligan estrechamente el concepto de tiempo libre a la complejidad de las sociedades. Así, por ejemplo, una tribu de cazadores o recolectores dispondría de más horas de descanso que la sociedad victoriana de la misma época (que dedicaba 3650 horas anuales a trabajar, frente a las 1500 de media de las sociedades desarrolladas contemporáneas).

Pues bien, fue precisamente ahí, en la Inglaterra de finales del XIX, cuando surgieron las asociaciones y revueltas obreras a través de las trade unions, que lograron ciertos derechos básicos que ahora los trabajadores damos por sentado, pero que en su momento supusieron no poca sangre, sudor y lágrimas. Entre otras concesiones, lograron precisamente que el sábado fuera reconocido como jornada de descanso, si bien esto no se produjo a una escala general o tan significativa como lo fue después, allá por 1940, cuando Estados Unidos buscaba fórmulas para salir de la depresión financiera que había hundido al país en la miseria.

Puede parecer absurdo que para generar más riqueza los patronos diesen un día más de descanso a sus trabajadores. Sin embargo, la medida tenía su sentido, como se pudo comprobar bien pronto. Entre otros motivos, se pretendía que la existencia de esos dos días animase al ciudadano medio norteamericano a buscar actividades de ocio y tiempo libre, como el cine, teatro o espectáculos, así como para iniciar lo que se denominó “viaje de fin de semana”, que sirvió para potenciar las industrias del automóvil, el turismo interior, el sector servicios, y con ello la creación de puestos de trabajo y el movimiento de capital y riqueza, etc…

Los beneficios fueron inmediatos, y contribuyeron a crear una cultura del ocio concentrada en esos dos días, dejando el resto para lo estrictamente laboral. Además, creó una verdadera avalancha mediática que incentivó al sector publicitario y saturó al respetable con anuncios, guías y consejos sobre cómo sacar provecho de todo lo que el país tenía que ofrecer a sus ciudadanos. No debió ser fácil convencerlos de que visitar Las Vegas era mucho mejor que irse a París o a Roma (igual por eso sus gobernantes decidieron llevarse sus símbolos más representativos al desierto americano, collage mediante), pero lo cierto es que lo lograron, sacando a su país de la ruina y, ya de paso, librando a los europeos de unos cuantos turistas empeñados en que la Estatua de la libertad parisina es una copia vulgar y a pequeña escala de la de Nueva York. En fin...


P.d: Para quien no se crea lo de Las Vegas, le remito a un artículo de hace tiempo: http://nacho-lostinchicago.blogspot.com/2008/05/recordaba-yo-las-palabras-de-las.html

Visual Experience.

Mira que me lo temía, que estaba convencido de que iba a ser así y, a pesar de todo, me he sentido bastante decepcionado. Me ocurrió lo mismo con Spike Jonze, un excelente director de videoclips que prometía oro puro tras la magistrales Being John Malkovich (1999) y Adaptation (2002), que ha terminado produciendo esas aberraciones donde una panda de locos se tiran en carritos de la compra desde un tejado, llamados Jackass: the movie (y secuela).

Pues bien, eso mismo me ha vuelto a ocurrir con Michel Gondry, otro director de videoclips (ver selección de links, abajo), que me entusiasmó como nunca con aquella genialidad llamada Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004). Gondry es el responsable de un esperpento llamado Rebobine, por favor, con el incomparable (es un decir) Jack Black como protagonista. La historia de dos tarados que regentan un videoclub, cuya mercancía alteran y deben reemplazar rodando cada película con medios pedestres es ya de por sí lo suficientemente cutre como para alejar a cualquiera de la sala de proyección. Pero es que, encima, el resultado es una tontería que no aporta nada visual ni temáticamente, de una simpleza humorística que se acerca a lo mejor de los Morancos y una puesta en escena aburrida y funcional. (Es decir, lo último que se esperaba de alguien que, entre otras cosas, se sacó de la manga el famoso efecto tiempo-bala que Matrix popularizó a finales de los 90.)

Para los defensores a ultranza del poder de la imagen sobre la palabra, ahí va otra diatriba a favor de esta última. ¿A que no adivinan quién estaba tras los guiones de Being John Malkovich, Adaptation y Eternal Sunshine…? Les daré una pista: Su nombre empieza por Charly, termina por Kaufman, y es capaz de hacer que dos tipos con talento visual evidente, como Jonze o Gondry, parezcan hasta buenos directores de cine. Pero que nadie se engañe: sin Kaufman a babor, toda la supuesta imaginería visual de estos dos gurús de la experiencia ocular naufraga más que el Titanic, porque a fin de cuentas una imagen por sí sola puede resultar atractiva para un spot publicitario, curiosa para un videoclip y hasta podría dar para un corto (esto último no lo aseguro, sólo lo sugiero), pero el cine de larga duración es otra cosa. Ahí hace falta un guión sólido, que haga de cimiento sobre el que se pueda levantar ese edificio de imágenes en acción sin el cual toda esa fanfarria visual queda reducida, como dijo aquel poeta, a tierra, humo, polvo, sombra y nada.



(P.D: Olvidando los patinazos de ambos personajes, aquí va una selección de algunos de sus mejores momentos tras las cámaras. Merecen la pena)

Michel Gondry:

Video Chemichal brothers: Let forever be (1999): http://www.youtube.com/watch?v=Hmpxsk3dHaA&feature=related

Anuncio Smirnoff (1997) o "El que diga que Matrix es original miente": http://www.youtube.com/watch?v=1vj4jppqwkw&feature=PlayList&p=78A70563F789DD66&playnext=1&index=28

Eternal sunshine of the spotless mind (trailer): http://www.youtube.com/watch?v=1GiLxkDK8sI&feature=related

Spike Jonze:

Cómo ser John Malkovich (escena delirante): http://www.youtube.com/watch?v=Ur3CQE8xB3c

Adaptation (trailer): http://www.youtube.com/watch?v=0HtZ2M4e_AM

martes, 10 de febrero de 2009

Noche y esperanza


Se me está haciendo noche

en la mitad de la tarde.

No quiero volverme sombra,

quiero ser luz y quedarme.

Daniel Reguera.



Termino de leer Ojalá octubre, de Juan Cruz, con el corazón encogido. Hacía tiempo que una novela no me llegaba de esta forma, como hacen esos libros que parecen estar hablándole más a tus emociones que a tus ojos.

En uno de los muchos momentos especiales de esta novela, el narrador rememora un hecho en apariencia intrascendente, una cena en familia, para después reflexionar sobre cómo en la juventud uno cree pertenecer a un universo ajeno al peligro simplemente contando “la gente que hay en la casa”, porque entonces, dice el narrador, “sientes que están alrededor y tú estás seguro, y ésa es la gran felicidad de la infancia, la seguridad de la compañía, y después viene el torbellino de la muerte, la soledad, la amargura, y la vida se muestra como una montaña sucesiva, ahora lo veo más claro, el cansancio de los años, la evidencia de las arrugas, el tiempo, la muerte del pasado…”

En una ocasión, sobrevino un apagón en mi casa. Recuerdo que todos y cada uno estábamos conectados a un aparato diferente (televisión, ordenador, consola), y al ser ya las siete de la tarde de un frío invierno, no nos quedó más remedio que combatir esa oscuridad con la compañía de una triste vela, a la espera de que pasase aquel contratiempo.

Con el transcurso de los minutos, la charla de circunstancias terminó en una conversación tranquila, familiar y extraña al mismo tiempo, pues no había comida o cena de por medio, y luego llegaron las anécdotas de mis padres y las bromas de mis hermanos, y cuando quisimos darnos cuenta la luz había llegado pero nos daba igual, porque estábamos ahí todos, a la luz de aquella vela que ya no era triste, y felices porque nos sentíamos seguros y a salvo de cualquier peligro.

Recuerdo ahora esos versos de Daniel Reguera, que hago míos como Juan Cruz en su magnífica novela, porque tampoco yo quiero volverme sombra: quiero ser luz y quedarme.

sábado, 7 de febrero de 2009

El más brillante de los Reyes Magos.


Julio Cortázar afirmó en una ocasión que jamás escribiría un libro para niños, y cuando un periodista le preguntó que por qué, el genial escritor respondió que no sería capaz de soportar la presión de que un público tan implacable fuera a juzgar una de sus obras.

Pues bien, allá por principios de los años setenta, a un tal Hans Beck le encargaron la tarea de inventar una gama de productos para niños. Su idea de base fue la de apelar al elemento humano en un tiempo en que distintas guerras y crisis económicas habían minado bastante la fe en este terreno.

Con este principio claro y tres ámbitos temáticos de partida (era contemporánea, salvaje oeste y Edad Media), los Playmobil vieron la luz con bastante recelo en un sector poco desarrollado y que aún debía conocer la época dorada del marketing. Su pequeño tamaño, su simplicidad y encanto, sumado a una calidad fuera de toda duda, les granjearon pronto el aprecio y el favor del público.

A pesar de las ofertas que llegaron en décadas posteriores para modernizar o incluir elementos fantásticos en su obra, Beck se negó a aberraciones tales como dinosaurios o ambientaciones en películas y libros infantiles, manteniendo que los Playmobil debían ser fieles a su idea inicial, puramente humana, y se limitó a ampliar con acierto, como ese ámbito pirata para el que diseñó la que fue su creación favorita, el barco de los bucaneros.

Casi cuatro décadas después, la empresa para la que trabajó Beck factura cifras astronómicas, ha ampliado sus mercados por los sietes mares y da empleo a miles de trabajadores, al tiempo que sigue alimentando los sueños y deseos de niños de todo el mundo. Sus competidores directos, como Lego, se venden al mejor postor y llevan años en un claro declive de calidad e ideas.

La noticia del fallecimiento de Beck simboliza, más allá de la pérdida personal, el final de una época dorada en el entretenimiento infantil. Resulta paradójico, en cualquier caso, que aquello que tanto miedo daba a Cortázar, ese juicio implacable de los niños ante la obra de uno, fuera precisamente lo que convirtió a Hans Beck, que en paz descanse, en el más brillante de los Reyes Magos.



(P.D: Fotos cortesía de mr. Green)

martes, 3 de febrero de 2009

El refugio de los horrores.



Acabo de conocer una escalofriante noticia que ha sacado a la luz el Defensor del Pueblo. Después de un estudio exhaustivo a nivel nacional de varios centros de acogida de niños y jóvenes con diversos problemas (trastorno de conducta, hijos de familias desestructuradas, etc…), las conclusiones a las que llega no dejan lugar a dudas: estos centros son, en el mejor de los casos, una prisión en toda regla; en el peor, un lugar donde se maltrata y humilla a los chicos a los que, supuestamente, se debería acoger, cuidar y educar.

En algunos de estos centros se obliga a los chicos a no poner jamás en cuestión las decisiones de los educadores; se les practican castigos físicos y registros continuos, en ocasiones dejándolos sin ropa alguna; de su actitud dependerá si reciben visitas o no, y las llamadas que hagan, además de carecer de privacidad, han de pagarlas los propios acogidos; viven, por último, en habitaciones lóbregas, sin ventilación suficiente y en ocasiones ni siquiera luz. Las condiciones de higiene son más que dudosas, no disponen de agua caliente ni calefacción y la comida se encuentra en ocasiones al borde de la caducidad. El colmo de esta larga lista de virtudes llega al conocer que a muchos de estos niños y adolescentes se les suministran fármacos sedantes en contra de su voluntad (Risperdal y Concerta 500, entre otros).

A partir de aquí, cualquier reflexión o debate parecen estar de más. Este informe es lo suficientemente clarificador como para que los responsables de estos centros tomen medidas con carácter inmediato y corten de raíz una situación vergonzosa e inaceptable que nos sitúa, una vez más, a la cabeza de los países incivilizados.

Estos son algunos de los centros citados por el Defensor del Pueblo:

- Picón del Jara, Sirio I, Santa Lucía, Berzosa, Tetúan (Madrid).

- Baix Maestrat (Castellón).

- Nuestra Señora de la Paz (Cuenca).

- Casa Joven Juan Carlos I (Guadalajara).

- Chavea (Pontevedra).

- Zandueta (Navarra).

- La Quintanilla (Murcia).

- L'Omet (Alicante).

- Irisasi (Guipúzcoa).

- Can Rubió (Barcelona).

P.d: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Era/sufrimiento/diario/horror/reformatorio/lado/era/gloria/elpepusoc/20090204elpepisoc_13/Tes

lunes, 2 de febrero de 2009

Cinefórum (3)


Cuando la vi en su momento, alejado por completo de la polémica que ha levantado en el entorno de la niña que inspiró el argumento de la película, ya me pareció que Camino tenía una gran factura técnica y una más que correcta dirección de actores, pero un guión tramposo hasta decir basta.

La película cuenta la historia de una niña/adolescente que enferma de cáncer y atraviesa un tortuoso periplo de médicos, pruebas y operaciones que finalmente no logran salvarla. Los conflictos familiares derivados de la influencia religiosa en todo el proceso copan buena parte del protagonismo del filme, con los padres enfrentados sobre lo que consideran mejor para su hija y una serie de curas empeñados en beatificarla por su probada devoción cristiana.

En un intento por secularizar un filme de naturaleza tan claramente religiosa, Javier Fesser, director y guionista, optó por plagar el camino de dobles señales, falsas interpretaciones y equívocos nada inocentes para convertir esta historia en una especie de cuento simbólico en defensa del laicismo. Esto, que de por sí no tiene nada de malo, se vuelve paradójico cuando el propio Fesser opta por la vía hagiográfica para hacerlo (es decir, convertir a los personajes laicos en santos y hacer lo contrario con los religiosos).

Ejemplos de la doble señal: la niña se pasa toda la película diciendo que ama a Jesús con todo su corazón, hecho interpretado por la madre (gran Carme Elías) y el ámbito religioso como una clara señal de su pasión religiosa. Alude también de forma reiterada a “la obra”, nombre con que se conoce a la organización Opus Dei (la obra de Dios), a la que pertenece la familia. La pequeña habla también del “mensaje”, del “encuentro futuro” y de muchos otros símbolos de evidente raigambre católica.

Pues bien, ahora cojan todo eso y por arte de birlibirloque denle la vuelta: resulta que Jesús no es sino un niño de su clase, del que anda profundamente enamorada. La obra es una obra de teatro en la que, (oh, sorpresa), Jesús y la niña eran príncipe y princesa, respectivamente. El mensaje es una carta que el propio Jesús-niño envió a la niña, y que la devota madre interceptó (como había hecho previamente con la hija mayor, a la que salvó de las garras de un hippy italiano al ocultar sus misivas amorosas). Y así sucesivamente…

En realidad, Fesser no propone beatificar a la niña, sino a Mariano Venancio, que interpreta al padre (ateo, para más señas). Su personaje es todo amor, piedad, compasión y altruismo hacia sus hijas; ha de enfrentarse con resignación cristiana ante la intolerancia (cristiana, curiosamente), y en un desesperado intento por lograr la felicidad de su hija, muere de forma injusta. Si después de todo esto no resucita al tercer día es algo que el guionista debió haber aclarado.

En suma, entiendo que Camino haya enfadado a unos y molestado a otros. No tiene sentido hacer campaña secular ondeando la bandera de la beatería y el maniqueísmo, y eso no lo salva un grupo de actores solventes o unos llamativos efectos visuales, se ponga como se ponga la casposa Academia del cine español, que la ha considerado mejor película de 2008 (lo cual dice muy poco a favor de nuestro cine, aunque ése es otro tema) y, en el colmo de los colmos, le ha dado a Fesser el premio al mejor guión. Delirante.

domingo, 1 de febrero de 2009

Top 20: ICO


Hay pocos videojuegos que hayan trascendido su categoría de tales para ir más allá de sus propias limitaciones técnicas. Incluso aquellos más afamados no dejan de ser, en el fondo, un puro y duro entretenimiento para niños/jóvenes, (aunque la edad del público, conforme avanza la de la industria, se acerque cada día más a los adultos.) ICO, creado por Sony en 2001 para su Playstation 2, es una de las escasas excepciones que trascienden el videojuego y se acercan a una experiencia visual cercana, y lo digo sin exageraciones, al arte.

La historia del juego transcurre en un espacio atemporal e inconcreto, donde un niño que ha nacido con cuernos es encerrado para morir sepultado. Tras escapar de su prisión, se descubre en un castillo donde una muchacha va a ser sacrificada para garantizar el poder de una reina hechicera. Ico, que así se llama el joven héroe, decide liberarla y buscar el modo de escapar de la fortaleza al tiempo que evita los ataques de unas sombras malignas que los acechan por doquier.

En cuanto a la mecánica, se nos permite una total libertad de movimientos por el castillo, lo que incluye las acciones más acrobáticas que se puedan imaginar: saltos, escalada, ataques, etc… Mención especial merecen las animaciones de los personajes, de una fluidez que raya en el hiperrealismo. Por otra parte, las sensaciones que transmiten sus gráficos, intencionadamente envueltos en una ligera niebla, unidas a la impagable belleza visual de los escenarios y a la emotiva relación entre sus personajes, hacen de este juego una experiencia diferente. La ausencia de diálogos y el magnífico trabajo del departamento de sonido logran, finalmente, una sensación de inmersión como pocos juegos han logrado.

Como tal rareza, ICO tuvo muchos detractores en su momento. Quizá se debió a lo simple de su argumento (un joven que salva a una princesa en un castillo no parece el colmo de la originalidad, precisamente), o al extraño control y concepto de juego (la princesa llegaba a resultar molesta en muchos momentos, por su lentitud y torpeza). El caso es que el gran público dio la espalda a este juego, que no obstante ha sido considerado como uno de los mejores de su época y ha conocido dos secuelas (una de ellas soberbia, Shadow of the Colossus, nuestra otra gran alternativa para este Top 20; la otra aún está en fase de desarrollo, aunque ha sido confirmada).

Este juego es especialmente recomendable para aquéllos que consideran que el videojuego es un artefacto de consumo menor e infantil, pero también para jugadores veteranos que creen haberlo visto ya todo en este sector. Es incomparable a nada de lo visto con anterioridad, proporciona una experiencia visual única y ha ejercido una poderosa influencia en numerosos títulos posteriores, con mayor tirón entre el público pero sin la magia, el encanto y la originalidad de éste.

ICO, en suma, justifica la compra de una consola y tal como ocurre en la ficción de su trama, es simple y llanamente atemporal. Una obra maestra.



P.D: http://www.youtube.com/watch?v=8FQ-0vqHAro No hagan caso de la calidad de la imagen de youtube. No hace justicia, ni de lejos, al aspecto audiovisual y al elemento emotivo que se disfrutan en el juego.

Altius, citius, fortius (made in Spain)


Sin duda, en estos momentos la prensa deportiva estará frotándose las manos, o más bien, poniéndolas a la obra para desplegar toda su maquinaria épico-propagandística, a mayor gloria de España y, en menor medida, de ese talento cósmico llamado Rafael Nadal.

Que Nadal es un fenómeno no debería sorprender a nadie, porque desde que debutó pronto comenzó a recolectar títulos, récords y premios en metálico. Tampoco lo es que la prensa saque tajada del asunto, tan interesada siempre en ponerse al servicio de los grandes y olvidarse de aquellos otros que también merecerían algo de atención (y aquí me refiero a deportes enteros, no sólo a deportistas concretos).

Llama la atención, sin embargo, que se remarque tanto el hecho de que este triunfo (el Open de Australia, recientemente ganado por Nadal) lo sea de España antes que del propio Nadal. “Gran victoria para el tenis español”, dicen algunos rotativos; “España sigue con su fiesta del deporte”, titulan otros; “Juego, set, y partido para España”, he llegado a leer, en el colmo de mi asombro. Y seguro que Lissavetzky ya está en todas las televisiones y radios del país sacando pecho por algo de lo que, en definitiva, no le corresponde ni una migaja.

El mérito, señores de la prensa y demás politicastros, es de ese muchacho cuyo único y gran apoyo ha sido siempre el de su familia, que es la que lo ha criado y orientado para que aprovechara su potencial y llegase a ser lo que es ahora, (probablemente uno de los mejores deportistas de todos los tiempos). Y debería dar igual la bandera que defendiera, como da igual la que defiende Federer, al que da gusto ver porque juega como los ángeles, o las que en su momento defendieron Becker, Bjorg, Agassi o Sampras.

El deporte tiene, como la música, la ventaja de cifrarse en códigos universales que todos podemos sentir, apreciar y, por qué no, practicar. Michael Jordan ha inspirado a generaciones enteras, no sólo de americanos, como lo hicieron también en su momento Muhammad Ali, Babe Ruth, Sebastián Coe, Carl Lewis, Diego Armando Maradona o Michael Phelps, (y me estoy dejando a cientos en el tintero).

Si ya me parece casposo hasta la médula que el respetable se enerve porque “la roja” (sic) gane una Eurocopa, que se pongan igual de cerriles por algo tan individual, apátrida y peculiar como el tenis, es como para echarse a temblar. Yo me alegro por Nadal por su pasión contagiosa y porque se lo merece, pero no me siento partícipe de esa victoria en absoluto, y dudo mucho que todos aquellos que anden ahora dando resbalones en la nieve y cantando aquello del “semos los mejores”, tengan motivos fundados para ello.


P.D: Algún día se escribirán libros sobre los duelos Nadal-Federer, y se dirá, con razón, que fueron uno de los espectáculos deportivos más apasionantes de la era moderna. Qué privilegio vivir para verlo, sin importar quién gane o pierda, y emocionarse tanto con la euforia de uno como con las lágrimas del otro.