sábado, 31 de mayo de 2014

Maléfica o la traición de Disney



Ayer tuve el infortunio de asistir al estreno de Maléfica, el enésimo intento de Disney por sacar rentabilidad de uno de sus cuentos clásicos, esta vez con la excusa de la imagen real y de una impresionante Angelina Jolie en el papel de la villana más emblemática en la larga historia de personajes malvados de la compañía. Y, en honor a la verdad, hay que decir que Jolie borda su papel y transmite toda la fuerza, la rabia y la villanía de la reina de la oscuridad en muchos momentos, si bien luego se deja arrastrar por las torpezas de una producción que hace que hasta su personaje roce el ridículo más vergonzoso en lo que, sin ningún género de dudas, considero una traición en toda regla de Disney a sus propias raíces.

El problema no es la necesidad, absurda ya de por sí, de convertir a Maléfica en la protagonista del relato. Es evidente que Jolie es la productora de la cinta y quiere tener más minutos en pantalla que el CGI, que ya es decir; en realidad, el asunto se tuerce toda vez que tanto Jolie como los guionistas han decidido convertir a Maléfica en la heroína, en la "buena", para entendernos, de la historia. Y eso no tiene ningún sentido, se mire por donde se mire.

En el imaginario de la narrativa clásica infantil y popular, el maniqueísmo es una de sus bases esenciales. El mundo de los cuentos se divide en héroes y villanos, en buenos y malos, sin espacio para las escalas de grises ni para matices de ninguna clase. Se trata de presentar a los niños una realidad polarizada que les ayude a formar estructuras morales, que les anime a orientarse todo lo posible a una de esas dos posturas, el bien, y alejarse lo más posible de conductas y acciones tan execrables como las que protagonizan los antagonistas de los relatos.

Dentro de dicho imaginario, Maléfica constituye en sí misma un capítulo digno de estudio. De todos los villanos de los cuentos clásicos, ella es por encima de cualquier otro la encarnación del mal. Sus atributos, como esa cornamenta caprina, el cuervo negro aliado o sus asombrosas metamorfosis en dragón la convierten en la perfecta versión femenina de Satán, el enemigo por excelencia de todo bien que se precie de serlo. Hay algo irreal, mágico y demoníaco en esta bruja que, precisamente por todo ello, lo hace tan atractivo como antagonista, tan fascinante y enigmático, pero sobre todo, tan lleno de pura maldad.

Sabio homenaje a este perfil era La bella durmiente, el clásico inmortal de Disney de 1959. En la cinta, Maléfica cumplía a la perfección su papel secundario, robando planos a todo aquel que osara cruzarse con ella y convirtiendo su entrada en la fiesta del nacimiento de Aurora en una de las escenas más terroríficas, crueles y desoladoras de cuantas ha ofrecido la compañía en sus más cien años largos de historia. Pero es que, además, la cinta tenía unos personajes secundarios sencillamente antológicos, como esas tres hadas (Flora, Fauna y Primavera) que eran la herramienta indispensable para que el príncipe de turno salvara la situación, dragón muerto mediante, o unos entrañables reyes Stefan y Hubert que protagonizaban junto con un simpático sirviente una de las escenas más divertidas de todo el filme. Todo ello venía coronado, además, por la extraordinaria dirección artística y por la soberbia adaptación que se hizo de la música que Tchaikovsky había compuesto para el ballet del mismo cuento, un siglo antes, y que lanzó al olimpo de la memoria colectiva ese Once upon a dream, el magnífico tema principal.


Pues bien, esta Maléfica que ayer tuve el horror de contemplar coge todas las virtudes de la película original, las envuelve para regalo y las manda bien lejos, sustituyéndolas por un totum revolutum sin sentido del orden o la proporción donde cabe hasta el menor y más absurdo de los delirios: el personaje de Maléfica es un hada la mar de rebuena (¿?) que vive en un lugar mal llamado ciénaga, ya que es algo así como una versión campy de la Pandora de Avatar plagada de bichos en desastroso CGI que nunca, jamás, dan la menor impresión de estar integrados en escena con sus compañeros de reparto reales. A ese lugar llega un campesino llamado Stefan, que inicia el inevitable y torpísimo romance con el hada, hasta que sus ambiciones malvadas le llevan a cortarle las alas (¿¿??) para así convertirse en el sucesor al trono y hacerse con el reino. Como lo oyen.

Claro, tanto sufrimiento y tanto dolor inefable llevan a la estupenda hada a convertirse en el mal absoluto. Así, de repente. Luego llega la escena del maleficio de la rueca, la única en la que el filme parece tener algo de respeto por el original, para después entrar en un declive imparable cuando presenta a unas desastrosas hadas Flora, Fauna y Primavera, unas imbéciles insoportables sin remedio que a punto están de matar a Aurora en cuanto tienen ocasión de no ser por la intervención, no se sabe por qué caprichoso misterio del desayuno del guionista, de una Maléfica que se convierte en su hada madrina (¿¿¿???); un hada madrina que, en el colmo de los colmos, rompe su propio maleficio dándole ella misma el beso de amor a la princesa (¿¿¿¿¿????). Por las propias bases que la propia historia había sentido, es del todo imposible comprender el amor materno-filial que se establece entre Maléfica y Aurora, algo a lo que evidentemente los guionistas no destinan un solo segundo a explicar, no faltaba más. 

Que después de semejante aberración aparezca entre medias de tanto desatino un Jonas Brother en forma de pseudo-príncipe, todo un títere impostado, es casi lo de menos. La trama ya se encargará luego de descarrilar ella sola en el último acto, con ese rey Stefan que más parece un demonio lleno de ira y rencor, equipado con una armadura de acero que le hace parecer el malo final de un mal videojuego y con una inevitable batalla final que destruye, dragón desastroso mediante, cualquier posibilidad de la cinta por recuperarse. Y cuando parecía que todo terminaba con el horrendo final feliz (en el que mueren cientos de hombres, por cierto), resulta que llega Lana del Rey y en los títulos de crédito destroza Once upon a dream con una versión que aniquiló, con esa voz de consumidora de setas o de alcohólica en lento proceso de recuperación, cualquier asomo que quedara de mi recuerdo de la infancia.

Y que nadie se lleve a engaño, a pesar de lo que parece anunciar el engañoso trailer: aquí de oscuridad y madurez, nada de nada; es todo más infantil que un tebeo para niños de un año, lleno de bromas absurdas y escatológicas donde únicamente algún que otro guiño de la ironía de Maléfica salva de la quema. A su lado, aquel otro intento de modernizar cuentos populares, Blancanieves y la leyenda del cazador, parece una película del mejor Kubrick.

En definitiva, mucho me temo que no hay nada, absolutamente nada por lo que merezca la pena ver esta cosa, más allá de lo bien que le sienta el maquillaje a Jolie. A nivel visual es del montón, a nivel sonoro es intrascendente y a nivel narrativo es un completo despropósito, una vuelta de tuerca del todo innecesaria que echa por tierra las muchas y buenas virtudes de ese clásico al que ya podían haber dejado dormir el sueño de los justos, porque maldita la falta que le hace a los cuentos clásicos que vengan los listillos de turno a ponerlos oscuros, tenebrosos y adultos, a jugar a ser dioses en una narrativa que ni entienden ni saben después cómo manejar. Lo peor de Maléfica no es que sea, con diferencia, la peor versión de La bella durmiente que he visto nunca, pervirtiendo y destrozando todos y cada uno de sus personajes y tramas, sino que encima me la quieran hacer pasar por un gran acierto para los niños de hoy. Más les valdría a los pobres correr y refugiarse tras algún libro de Perrault que acudir a los cines donde espera la intensa mirada (y nada más) de la siempre enigmática y maternal Angelina.


jueves, 29 de mayo de 2014

1914-2014




Que no se repita. Háganme el favor.

sábado, 24 de mayo de 2014

La serie del mes (15): Hannibal


Para todos los seguidores de Haníbal Lecter, alias "el Caníbal", la noticia de que sus habituales productores estaban a punto de hacer una serie que reelaboraría el material de las novelas originales de Thomas Harris nos resultó sin duda sorprendente, más que nada por lo inesperado del momento. Tras más de veinte años de explotación (o sobreexplotación, más bien) de la saga, muchos teníamos la sensación de que ya no quedaba absolutamente nada que contar acerca del que quizá sea el asesino más famoso en el mundo de la ficción, ya sea literaria o cinematográfica. Pero lo cierto es que estábamos equivocados. 

La idea de la familia De Laurentiis no era contar de nuevo los acontecimientos de El Dragón Rojo, El silencio de los corderos o Hannibal tal y como los conocemos, sino más bien adaptarlos a un nuevo universo, más contemporáneo, con un filtro particular sorprendente, original y fresco que su principal responsable, Bryan Fuller, pensaba que podía darse a este macabro universo. Nuevos actores, nuevos guionistas y nuevos directores serían los encargados de insuflar aires nuevos a un espacio que, francamente, olía a cerrado.

Y es que quizá con la excepción de la magnífica adaptación de El silencio de los corderos (1991), que con tanta brillantez dirigió Jonathan Demme y con tanto acierto protagonizaron Anthony Hopkins y Jodie Foster, hay que admitir que al resto de la producción cinematográfica (y literaria, si se me permite) le ha sido imposible alcanzar ese nivel de excelencia. Ni las dos películas siguientes de la supuesta trilogía, también con Hopkins en el papel principal pero mucho menos acierto en todo lo demás, como ese bodrio llamado Hannibal Rising (2007) estuvieron a la altura de lo esperado. Es cierto que tanto Hannibal (Ridley Scott, 2001) como, en menor medida, El Dragón Rojo (Bret Rattner, 2003) tenían buenos momentos, pero en ningún momento alcanzaron el poderío visual, el torrente interpretativo o la tensión del filme de Demme, lo que rebajó el entusiasmo de los fans hasta casi hacerlo desaparecer. 

Tanto los productores de la serie como Bryan Fuller sabían que lo primero de todo era encontrar a alguien capaz de hacer olvidar, aunque fuera mínimamente, a Anthony Hopkins como el calculador, metódico e inmisericorde doctor Lecter. La elección de Mads Mikkelsen fue bienvenida por la contrastada calidad del intérprete, así como por su camaleónica capacidad para enfrentarse a todo tipo de papeles. Lo que nadie esperaba es que el resultado final fuera tan espectacular: Mikkelsen se transforma en Hannibal desde su primera aparición, lo hace suyo y le aporta un toque de elegancia y frialdad aún mayor, aupado por un físico más apropiado para las escenas de acción que el de Hopkins, de quien no obstante es imposible olvidar su inmenso talento como actor. Por mucho que se esfuerza, Mikkelsen no supera la absoluta maldad que irradian los ojos del actor británico en cada escena de la celda de cristal de su primera e inolvidable película, y la extraordinaria dicción al decir las abominaciones más inimaginables. Aun así, es suficiente como para sostener la serie, aportar una gran intensidad a cada una de sus magníficas escenas y dar alas a la creatividad de los guionistas para ir siempre un paso por delante del espectador. 

Más dudas despertó Hug Dancy como Will Graham, el detective que logró capturar al asesino en las novelas de Harris. Se le conocía únicamente por apariciones esporádicas en pequeños papeles, pero hay que reconocer que su trabajo ha sido tan sobresaliente como el de su compañero de reparto: frágil y atormentado, psicológicamente inestable, brillante como nadie a la hora de colocarse en la mente de los asesinos, Dancy ha sabido crear un agente Graham muy distinto al de las novelas de Harris pero con el que el espectador es capaz de empatizar ante la inmensa amenaza del caníbal. Tan soberbio es su papel que resulta complicado establecer cuál de los dos tiene más protagonismo o importancia en una trama que ha pivotado constantemente sobre ambos a lo largo de sus dos magníficas temporadas (la cadena NBC la ha renovado por una tercera). Laurence Fishburne completa el casting principal como el agente del FBI Jack Crawford, aportando toda su solidez de primer espada, así como la habitual solvencia y calidad a la que nos tiene acostumbrados tras tantos años en el candelero.

En cualquier caso, y al margen de su excepcional reparto, Hannibal está lleno de aciertos. El diseño de producción de la serie es soberbio, así como su banda sonora, su fotografía y, muy especialmente, un apartado de montaje y efectos visuales que elevan la serie muy por encima de la media. Cada capítulo, titulado según los más exquisitos menús de la gastronomía francesa o japonesa, está plagado de secuencias memorables, de una carga poética y onírica como nunca antes se había visto en este tipo de producciones. A pesar de lo que puede parecer dado su alto contenido en sangre y vísceras, que la hacen poco apta para todo tipo de públicos, la serie cuenta con un buen gusto incuestionable a la hora de mostrar toda la carnicería. Las secuencias en que el doctor Lecter cocina tranquilamente a sus víctimas están resueltas de forma exquisita, si se me permite el juego de palabras, y la presentación de los platos, la explicación y los dobles sentidos resultan tan adecuados como ingeniosos. Todo un golpe de humor negro para una serie que se beneficia de ello enormemente, así como de una estructura que en la primera temporada tiende a lo procedimental (más o menos un caso por capítulo), donde tanto Graham como Lecter asisten al FBI en calidad de consultores, mientras que la segunda se centra plenamente en el duelo entre ambos, toda vez que el agente descubre la verdadera identidad de su enemigo.

La serie basa su fuerza en el poder de sus imágenes. El sadismo de las mutilaciones en cada asesinato parece no conocer límites y siempre consigue superar nuestras expectativas, pero todo se muestra sin regodeo, sin una atención excesiva a lo macabro. Lo interesante de los crímenes es la psicología del asesino, el estudio del "diseño" que le ha llevado a crear cada escena del crimen del mismo modo que un artista crea una obra de arte. En este sentido la fidelidad a las novelas de Harris es total, donde se hacía especial hincapié en este concepto del asesino como creador de patrones. Las secuencias en que Will se introduce en los recovecos de su mente para dar con el método empleado en cada asesinato son sencillamente antológicas, con una reconstrucción que combina la voz, la imagen y el sonido de un modo asombroso, hasta el punto de que se han convertido, junto con las visiones del propio Will, en una de las señas de identidad de la serie.

Intriga, suspense, thriller psicológico y, en menor medida, acción, son los principales ingredientes de un menú que también contempla el canibalismo, el gore o el núcleo básico de las historias de detectives como salsa y aderezo. Todo ello, claro, cocinado por la sabia mano de un chef capaz de sacar lo mejor de cada actor, de cada director y de cada secuencia. 

Y es que Bryan Fuller merece completo crédito por la creación y recreación de un universo que creíamos conocer y al que ha sabido dar nuevos aires, al mismo tiempo que ha recreado personajes como el doctor Chilton (impagable, Raúl Esparza) o ha introducido otros nuevos, como la psicóloga que interpreta Gillian Anderson con esa mezcla de misterio y contundencia, y de la que tanto esperamos en temporadas venideras. Es evidente que los desarrolladores de Hannibal tienen un plan meticuloso en mente, y de ahí la sensación que transmite la serie de que todo funciona como el mejor reloj suizo. Así, las tres primeras temporadas están destinadas a contenidos totalmente originales, por más que haya ecos ya conocidos, como Mason Verger y toda su trama de cerditos de por medio (fenomenal, por cierto, Michael Pitt como el sádico millonario). La idea de Fuller es destinar las siguientes tres temporadas a los libros de Harris, dejando una séptima y última para la resolución de toda la trama, que lógicamente no tiene correspondencia con material original alguno, ya que tanto la novela como la película Hannibal dejaba todo en el aire.

Hannibal, la serie, se ha convertido con derecho propio en una de las mejores opciones dentro del panorama de la intriga para adultos. Es inteligente, con un desarrollo sin concesiones y en absoluto movida por tendencias, audiencias o modas (la serie está totalmente financiada por sus productores, que luego la venden a NBC para que solo obtenga beneficios y no dependa del beneplácito del público), y está protagonizada por unos actores en estado de gracia. Y si hasta ahora las dos temporadas existentes han demostrado un nivel soberbio, lo cierto es que lo mejor está todavía por llegar, con la entrada en escena de personajes memorables como el Dragón Rojo o Clarice Starling. Así pues, y parafraseando al bueno del doctor Lecter, pasen al salón: la cena está servida y el vino respira en la copa. Bon appetit.


lunes, 19 de mayo de 2014

sábado, 10 de mayo de 2014

La promesa del guardián





Estoy aquí sin saber el motivo,
aguardando tu llegada cierta.
Siento la puerta del destino abierta,
y el eco de los tiempos, fugitivo.

Hay algo dentro de mí que me impele
a cuidarte y protegerte, a velar
que nada ni nadie pueda dañar
ese corazón puro que te enciele.

Ánimo en llamas por trueno y tormenta,
valor forjado en el fuego del alma,
brazo y espada que a todo amedrenta,

no me falléis en la senda sin calma,
dadme la luz en la noche violenta,
sed la victoria que todo lo ensalma.



(Créditos de imagen: www.walconvert.com)

lunes, 5 de mayo de 2014

El canon galáctico


Del mismo modo que hoy día todo y todos tienen su momento especial del año, los frikis del mundo tienen el 4 de mayo como una de sus más queridas efemérides. Todo ello se debe a que en este mes es cuando suelen congregarse todo tipo de eventos relacionados con Star Wars, a lo que contribuye un excepcional juego de palabras para reforzar tan señalada ocasión: May the 4th, en inglés, remedando el May the force be with you (que la fuerza te acompañe). Y como no podía ser menos en el cortijo del tío Lucas, las novedades de este año en el universo galáctico han sido para troncharse.

Y es que resulta que, metidos en faena con la producción del futuro Episodio VII, sus responsables, con la nueva jefa de todo Kathlen Kennedy a la cabeza, han salido a la palestra para hacer una revelación de enormes consecuencias (dentro del limitado mundo friki, entiéndase): "A partir de ahora, todo lo que no aparezca directamente en las películas oficiales de la saga no es canon dentro de Star Wars". Y se han quedado tan anchos.

Es decir, que tras décadas de soportar un bombardeo cósmico de novelas, cómics, series de televisión, especiales de Navidad, videojuegos y todo tipo de explotación comercial imaginable en torno a las películas, desentrañando con todo tipo de argucias, a cual más forzada y lamentable, los entresijos que a nadie le importaban acerca del pasado, presente y futuro de los personajes clásicos, el mal llamado universo expandido resulta que ya no vale absolutamente nada. ¿Que Han y Leia tuvieron hijos? Ya no. ¿Que Luke se casó y también tuvo su retoño correspondiente? Para nada. ¿Que el imperio tardó aún años en caer y sirvió de excusa perfecta para cien millones de lucrativas aventuras más? Ni de broma. Todo lo que no coincida exactamente con lo que las próximas películas van a contar, no es historia oficial, no cuenta, no vale, no sirve. Y punto.

Cuando yo era bastante más seguidor de Star Wars que ahora, es decir, antes de las precuelas infames, tuve la desgracia de que cayera en mis manos la primera novela de una trilogía con Han Solo como protagonista. Aquella cosa tenía como objetivo relatar las aventuras del contrabandista desde su infancia en Corellia, su paso por el ejército imperial y, finalmente, su encuentro con Chewbacca y su conversión en la figura que luego conoceríamos en las películas. Lógicamente, ni a nivel literario ni narrativo valía nada, pero al menos me entretuvo un rato. Más prudencia tuve a la hora de abstenerme de la saturación constante, y generalmente de muy dudosa calidad, que siguió después de aquello, quizá con la excepción de unos videojuegos que, muy en la línea del resto, han tocado fondos insospechados que harían sonrojar de vergüenza a más de uno y que, precisamente, tienen a Han Solo bailando una danza nada viril a lo John Travolta en plena sala de congelación en Bespin. De traca.


Digo esto porque, ciertamente, que el universo expandido haya sido borrado de la faz del canon galáctico me importa bastante poco. Más interesante me parece el modo en que toda la gente que ha ido gestionando los derechos de la franquicia se las han apañado para sacarle al personal hasta el último dólar o euro para colmar sus ansias de Star Wars, en la forma física o digital que fuera. Cuando George Lucas decidió vender los derechos de la saga para su posterior explotación comercial parecía lógico pensar que no tenía intención seria de hacer más películas en esa franja temporal, motivo por el cual no debió importarle demasiado la confusa, atropellada y llena de errores línea genética que se inicia a partir de los héroes, con hijos, nietos y tataranietos de Han, Luke y Leia, o que se inventaran desastres como clonar a un emperador que se podía reencarnar en otros cuerpos (como lo oyen), resucitar a personajes que claramente habían muerto, como Boba Fett, o cargarse a otros de las maneras más pedestres, como hacían con el pobre Chewbacca, al que sepultaba un planeta entero en no sé qué triste novela.


Kennedy justifica su decisión para no "limitar" la "creatividad" de los guionistas de los nuevos episodios. Ya. Después de conocer el reparto del Episodio VII, donde a los clásicos Harrison Ford, Carrie Fisher y Mark Hamill se unen gente tan insospechada como Andy Serkis, Max von Sydow, Oscar Isaac o Domhnall Gleeson, comienzo a tener la sospecha de que esto es una máquina que va cuesta abajo y sin frenos. J.J.Abrams ya hizo un auténtico estropicio con el canon de Star Trek, con aquel embolado de universos paralelos donde un octogenario Spock aparece cuando más conviene para darnos la charla exculpatoria de turno, de modo que no me quiero ni imaginar lo que podría haber hecho de haberse mantenido el canon del universo expandido. Quizá, con buen criterio, los gerentes de Lucasfilm han decidido dar carpetazo a aquel totum revolutum y, al menos, liberar a Lawrence Kasdan para hacer un guión que no esté constreñido por clones, falsas muertes y una sucesión de personajes sin ningún tipo de interés o de carisma.

A la espera de en qué se convierte todo esto, el 4 de mayo ha traído para los aún acérrimos fans de la galaxia una de cal y otra de arena. Saber que vuelven actores tan queridos es una alegría, con la velada cautela de ver qué hacen las nuevas incorporaciones o cómo van encajando en un casting del que, sinceramente, sabemos todavía muy poco en cuanto a qué tipo de personajes nos vamos a encontrar. Por otro lado, la destrucción del universo expandido ha sido recibida con críticas en todas partes, salvo por aquellos que, como el que esto escribe, nunca le dieron valor alguno a aquel torrente de descarado comercio galáctico. Todo sea por el canon.