Mayo de 2011 nos pilló a todos bastante desprevenidos con el anuncio de la muerte de Bin Laden a manos de un grupo de fuerzas especiales de los Estados Unidos. La caza del mayor terrorista de todos los tiempos, el responsable principal de la masacre del 11-S y de una auténtica ola de pánico global se produjo con rapidez y precisión de cirujano: tras descubrir su paradero en una fortaleza de Abbottabad y planificar la operación en el más absoluto secreto, un equipo de soldados se desplazó allí en helicópteros, asaltó la casa y acribilló al líder de Al Qaeda sin hacer una sola pregunta, para después trasladarlo ya sin vida y arrojarlo al mar según el rito musulmán. De todo ello no se difundió una sola imagen, ni una sola una fotografía que diera validez al relato que Obama transmitió por televisión, poniéndose así fin a una búsqueda que había tenido obsesionado no solo a la CIA, sino a su país entero y a buena parte del resto.
Cuando el anuncio de la muerte de Bin Laden se produjo, el equipo de Katherine Bigelow (galardonada solo un año antes con el Oscar a mejor directora por En tierra hostil, también vencedora como mejor película) se encontraba rodando una película precisamente sobre una operación fallida para capturar al conocido terrorista, la batalla de Tora Bora, que tuvo lugar en 2001. Hubo que cambiar buena parte del guión a toda velocidad y, lo más importante, la producción y rodaje del desenlace de una película que de pronto se veía invadida (aún más) por toda una dosis de realidad. Por suerte, buena parte del trabajo de documentación llevado a cabo por el equipo de producción del filme pudo ser reutilizado, con testimonios de primera mano de militares y expertos en terrorismo a los que tuvo acceso el productor y guionista de la película, Mark Boal. Tal ha sido el impacto de la cinta en Estados Unidos que el Congreso ha abierto una investigación a la CIA por presuntas filtraciones a los productores del filme, que por lo visto revela detalles clasificados tanto de la operación como de los preparativos.


El poderío visual y sonoro del filme es solo comparable a la fuerza de unas imágenes que rezuman realidad, verismo o como se quiera llamar por sus cuatro costados. Evidentemente habrá detalles maquillados por la ficción, eso se da por sentado, pero lo cierto es que la película funciona por méritos propios y se ve aupada a cotas aún mayores si se tiene en cuenta el cortísimo plazo de tiempo entre los sucesos y el estreno de una película que ha sabido tomar la distancia y perspectiva necesaria para contarlos ejemplarmente, como si se tratara de hechos acaecidos hace cincuenta años. El asalto a la fortaleza de Bin Laden es un bofetón de los mejores a todas esas barbaridades a las que nos acostumbran las superproducciones de explosiones y tiros a granel, con una realización impecable y una manera de afrontar los retos de la narración de semejante episodio que impacta precisamente por su ausencia de épica y su abundancia de sabor a realidad.
Ya me pareció que En tierra hostil era un compendio de aciertos de primera categoría y la disfruté como nunca, dada mi escasa afición por este género y la aversión a su temática en general; La noche más oscura es aún mejor, porque invita al espectador a contemplar una realidad mucho más compleja que la que se vende en las cavernas mediáticas de medio mundo y obliga a replantearse demasiadas preguntas incómodas acerca de esas decisiones que los señores de ahí arriba dicen que toman por nuestro mejor interés. Hacen falta más películas como esta, en definitiva, y más directoras como Bigelow con las narices (por no decir otra cosa) para llevarlas a buen puerto con un resultado tan espectacular.
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