La primera película que tuve el gusto de ver de David O. Russell fue Tres Reyes (1999), una extraña mezcla de humor y acción protagonizada por George Clooney y Mark Walhberg, un par de buscavidas en un improbable Irak en guerra. No sé bien qué es lo que habrá hecho en estos últimos quince años porque le he perdido la pista por completo, al margen de The Fighter (2010) y El lado bueno de las cosas (2012), que me negué a ver en su momento por pereza total y que, sin embargo, recibieron unas magníficas críticas y le valieron sendos oscar a Christian Bale y Jennifer Lawrence, la actriz de moda en Hollywood ahora mismo.

La película tiene un arranque excelente, con una estructura de prólogo, flash-back y remonte que no da tregua y permite hacerse una idea estupenda de los personajes, su trasfondo y sus posibilidades, y a partir de ahí se lanza a una sucesión de estafas fenomenalmente narradas. Prácticamente todo el casting está intachable y ayuda, y mucho, a que esta historia de miserias humanas avance con rumbo firme hasta un tramo final que, eso sí, me pareció algo más flojo de lo que creo que merecía la historia. Por el medio quedan algunas secuencias memorables, algún que otro cameo que mejor es no destripar y una ambientación sencillamente maravillosa, tanto a nivel de diseño de vestuario y escenario como de música, donde Russell ha acertado plenamente al dar más papel a una selección de éxitos de finales de aquella década tan especial que a la partitura del siempre controvertido Danny Elfman. Así, se suceden Tom Jones, Elton John, los Bee Gees, Donna Summer y hasta la Electric Light Orchestra para darle un sabor realmente acertado a cada secuencia.
Quizá el mayor "pero" que le pondría sería que, aunque lo intenta, esta cinta se queda realmente lejos de los méritos de otras cintas sobre estafadores y engaños de guión, como las magistrales El golpe (1972) o, en otro orden, Nueve reinas (2000). Es algo que noté especialmente en un tramo final que debería haber recogido los muchos méritos y virtudes de una cinta que se desinfla de manera bastante incomprensible en un final algo anodino, que carece de la fuerza, ritmo y energía con la que había arrancado. No entiendo, por tanto, el aplauso y reverencia con que está siendo recibido su trama, y tampoco me parece que se merezca diez nominaciones a los Oscar, incluyendo mejor película, director y guión. Más merecidos, eso sí, me parecen los muchos premios que se están llevando Bale, Adams y Lawrence por su interpretación de unos personajes entrañables y carismáticos, que son en definitiva los que sostienen la función y que hacen pasar un rato más que agradable, algo que en estos tiempos de reboots que nadie ha pedido y producciones llenas de clichés y sopor parece casi un milagro. Que de ahí pasemos a laureles olímpicos me parece exagerado, pero ya se sabe lo que dicen del tuerto en el país de los ciegos.
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