sábado, 13 de octubre de 2012

Solo un muerto más



Sancho Bondaberri es un librero humilde y bienintencionado que vive en el Getxo de la primera posguerra. Es amante de las novelas negras, de los detectives de gabardina y sombrero y ansía, por encima de todo, que sus propias obras que homenajean a Chandler y Hammet vean algún día una luz editorial que se antoja tan complicada como la que le esperaba a la España de aquellos años. Sin embargo, todo cambia cuando el librero decide investigar él mismo un crimen cometido en su propia localidad diez años atrás, antes incluso de los horrores de la guerra.

Con esta curiosa premisa de partida, la del lector que al mismo tiempo es escritor y personaje principal de su propia novela negra imbuida de realidad, Ramiro Pinilla pone en marcha un texto que, si bien mantiene todas las conexiones que cabía esperar de su magna obra Verdes valles, Colinas rojas, posee al mismo tiempo una entidad propia y supone un simpático y entrañable acercamiento a los mecanismos de la novela negra. Solo un muerto más funciona, así pues, desde una doble perspectiva autorreferencial. El narrador, interno y testigo de los hechos, es al mismo tiempo impulsor decisivo de los mismos, y todo su proceso investigador va construyendo la novela en los encuentros con todos los personajes implicados en la narración, tanto los sospechosos como los que no lo son, que dan forma a un universo sólido y coherente que se beneficia de décadas de trabajo previo y cuidadoso. Todo ello hace que la lectura de la novela pronto se convierta en un proceso fascinante, en parte por la facilidad de Pinilla para sumergir al lector en un universo cercano y reconocible, pero también por las constantes alusiones a cómo las escenas que uno acaba de leer ya forman parte de la novela que está escribiendo Sancho, bautizado a sí mismo como Samuel Esparta en otro guiño más a los aficionados a la literatura criminal. 

Pero por encima de todo, los puntos de gira de la intriga son manejados por Ramiro Pinilla con su habitual pausa y maestría, con esa forma tan admirable de tejer una trama casi sin que uno se dé cuenta. Los ecos de Faulkner, presentes ya en su primera y galardonada novela Las ciegas hormigas, han ido adquiriendo con el paso de las décadas un tono más amable y humano, más propio de la filosofía vital de Pinilla. Esto se aprecia en cada diálogo y en cada planteamiento que se hace del caso por parte de unos personajes entre los que destacan la secretaria de Sancho, Koldobike, que llena de humanidad cada fragmento en el que aparece, y también en ese estupendo y surreal falangista que envidia a Sancho por ser capaz de novelar una realidad en tiempos de lírica épica y nacional.

Para alguien familiarizado con el universo narrativo de Pinilla, resulta muy reconfortante reencontrarse con personajes como el maestro de Getxo, don Manuel, que hace gala de su habitual discurso cercano y plagado de afecto, o con Roque Altube y su vasquismo universal, campechano y bien entendido. No hay nada, ni en la forma ni en el fondo, que desentone en esta novela, que recoge uno de los pocos cabos sueltos que dejaba la trilogía por la que Pinilla accedió al olimpo literario. Ese misterioso intento de asesinato de unos gemelos, atados a una cadena en una roca con la marea a punto de devorarlos, y que es evocado en no pocas obras del autor, encuentra aquí por fin un sitio natural donde desenredar sus múltiples nudos argumentales. Y qué gusto da encontrarse con un estilo tan accesible, tan carente de artificio pero al mismo tiempo tan eficaz, tan bien elaborado, que conduce al lector capítulo a capítulo por una senda que proporciona momentos notables. Es cierto que el carácter de Bondaberri recuerda demasiado al de Altube, el protagonista de la enorme trilogía anterior, y que después de haber transitado por la historia de Getxo en obras anteriores esta pueda resultar una travesía ciertamente menor tanto por su alcance como por su carencia de pretensiones, pero en cualquier caso Solo un muerto más proporciona una lectura realmente entretenida, escrita en un castellano pulcro e impecable que demuestra que Pinilla es uno de los mejores narradores actuales de este país.

Sin alardes, sin concesiones, sin aspavientos, tomándose la misma calma que sus propios personajes, la obra literaria de este autor va poco a poco conquistando un espacio más que merecido, al que obras como la que nos ocupa no hacen sino aumentar el respeto de una crítica y unos lectores, por suerte, cada vez más entregados y numerosos.

No hay comentarios: