domingo, 4 de marzo de 2012

La serie del mes (4): The Walking Dead


Quizá por mi escasa (o más bien nula) afición al subgénero de los zombies, cuando unos amigos me hablaron con entusiasmo de la serie The Walking Dead, inspirada en el cómic homónimo de Robert Kirkmann, reconozco que puse el capítulo piloto con intención de abandonarlo a los cinco minutos, que es más o menos cuando calculé que me habría aburrido de ver vísceras y cerebros malolientes.


Para mi sorpresa, no solo no fue así, sino todo lo contrario, hasta el punto de que considero que Los días pasados es el mejor piloto de una serie de televisión que he visto en mi vida. Hora y media de una tensión increíble y unos efectos visuales y de maquillaje sencillamente asombrosos, bajo la batuta del maestro Frank Darabont (Cadena perpetua, La milla verde) que hace desfilar a una galería de personajes realmente interesantes y sólidos. Obviamente, el mayor de los méritos recae en unos muertos vivientes que me hicieron olvidar, de golpe y porrazo, todas las chorradas que había visto previamente sobre el tema, pero esto no es, ni de lejos, su única virtud.


Considero que es un acierto convertir la historia en un drama de personajes en lugar de un mero correcalles, y tanto el triángulo Rick-Lori-Shane como las diferentes tramas secundarias me parecieron más que correctas, en cuanto a planteamiento y desarrollo. Todo ello sin olvidar una trama de viajes que iba desde la localidad inicial a la desolada Atlanta, para terminar en un centro de investigación que, quizá, sea lo único discutible de una primera temporada magistral.


Desde el descubrimiento de Perdidos no seguía una serie con tanto interés, devorando los siguientes capítulos casi con idéntica fruición, y si bien es cierto que los capítulos restantes de la primera temporada no terminaron de estar a la altura del piloto, me pareció que en cualquier caso aquella serie tenía un mérito enorme sobresalir con un asunto tan propenso al exceso y a la carnicería gratuita. Una gozada.


Por todo ello, la llegada de la segunda temporada tenía todos los visos de convertirse, de nuevo, en un éxito rotundo. Y a pesar de que aún quedan un par de capítulos para su resolución, me atrevería a decir que, tristemente, no ha sido así. Esta segunda entrega se ha convertido en un compendio de desaciertos y desbarajustes, algunos de ellos explicables desde un punto de vista ajeno a la propia serie, pero otros no tanto. Vamos por partes.


Para empezar, la crisis, claro. La primera temporada tenía 6 capítulos y estaba previsto que la segunda tuviera bastantes más (acercándolo a los 20-23 de otras series de larga duración), pero los recortes en la cadena AMC obligaron a sentar a la mesa a sus directivos con Darabont, productor de la serie. El enfrentamiento fue tan fuerte que Darabont terminó fuera del proyecto y Glenn Mazzara y el propio Robert Kirmann acabaron asumiendo labores de producción y escritura para las que, sinceramente, han demostrado no estar a la misma altura. A efectos prácticos, los cambios fueron básicamente dos: se redujo el número de episodios a 13 y la dotación económica de cada uno descendió considerablemente, lo que afectó al desarrollo de la temporada. Quizá esto explicaría que en los diez capítulos que llevamos hayan aparecido menos zombies que en el piloto, o que la acción se haya visto limitada por la falta de presupuesto para localizaciones y decorados.


Ahora bien, para mí el mayor problema de The Walking Dead (2) es que, en realidad, no ocurre ABSOLUTAMENTE nada. Ya no es que la acción se ralentice, es que se detiene por completo. Muchos de los flecos que quedaban de la anterior temporada se resuelven aquí de forma apresurada y chapucera (el engaño de Lori, su embarazo, etc.), y el espectador termina aburrido de ver una y otra vez a los personajes hablar de tonterías en la granja del anciano Hershel. No puede ser que una trama que se caracterizaba por la deriva de los personajes, que tenía en su viaje errático su gran gancho se haya convertido, ya desde el segundo capítulo, en una versión putrefacta de La casa de la pradera.


Y esto, por mucho que sus productores así lo afirmen, no tiene nada que ver con el presupuesto o con la caída de la hoja, sino con la torpeza de sus guionistas y su ejemplar incapacidad para resolver el lío en que andan metidos. Series como The Killing o Breaking Bad han demostrado que se puede hacer un capítulo magistral con dos personajes y un decorado si realmente hay algo que contar y, sobre todo, habilidad para hacerlo. Aquí, sin embargo, hay situaciones absurdas, búsquedas y diálogos que no van a ninguna parte y un lamentable correveidile de personajes que es aún más improductivo que todo lo anterior, lo que termina provocando una sensación de fatiga y aburrimiento que es aún más letal que los zombies.


Es una pena que, justo cuando la serie se acerca a su tramo final de temporada, el interés general haya decaído tanto. La verdad es que ya me importa bien poco cómo termina, porque a pesar de que siga conservando algunas virtudes de la temporada anterior y que los actores se dejen la piel, no es suficiente. Si lo único que pueden ofrecer los guionistas es una trama tan plana como en la que está ahora mismo encallada, mucho me temo que no soy el único que va a abandonar el barco: hasta los zombies saldrán corriendo, hartos de estar inmersos en una narración donde, en realidad, no hay nada que narrar. Una pena.


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