





Hace unos días asistí al Masters de tenis de Madrid, en la jornada de semifinales que enfrentó a Rafael Nadal contra Nicolás Almagro (victoria para Nadal por 4-6, 6-2 y 6-2). Fueron más de dos horas de tenis del más alto nivel, con unos tenistas entregados que en ningún momento perdieron la templanza y demostraron por qué se encuentran en lo más alto del tenis mundial.
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Hace tiempo que Nadal ha traspasado las barreras del deporte de elite para convertirse en un icono mundial a la altura de Messi o el tristemente célebre Tiger Woods. Y esto es así porque, al margen de su palmarés o su impresionante talento, Nadal tiene algo que a muchos les falta: carisma, personalidad, pasión y, sobre todo, las ideas muy claras y un entorno muy favorable que mantiene sus pies en el suelo. Como atleta, es un coloso: verlo en la Caja Mágica defendiéndose como podía ante un Almagro pletórico en el primer set y bravo en los siguientes era toda una gozada. Nadal corría, subía y bajaba, y devolvía los golpes de su adversario con una determinación inquebrantable. Tardó más de lo previsto en ganar pero ganó, y bien. Y al final del partido, agotado tras más de dos horas de gran tenis, atendió a no menos de seis medios de comunicación en la misma pista, regaló pelotas firmadas a los aficionados y se fue ovacionado con una mezcla de admiración, respeto y entrega por parte de un público que lo adora vaya donde vaya.
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Semejante laudatoria viene a cuento no sólo como crónica a deshora del evento deportivo (en la final Nadal arrasó a Federer por 6-4 y 7-6 (t)), sino a propósito de dos sucesos que han tenido lugar en este deporte cuya corona aspira a recuperar el de Manacor. Primero aparece Federer, el gran campeón del tenis contemporáneo, y se descuelga diciendo que “en tierra sólo se necesitan piernas, una derecha y un revés increíbles y aguantar cosas. No quiero decir que en tierra baste con mantener la bola en juego y esperar un error, pero a veces es demasiado fácil” (pero recalcando, eso sí, que no lo dice por quitarle mérito a Nadal, el mayor experto del mundo en dicha superficie). Federer viene a decir que con tener dos piernas fuertes y arrear muletazos con la raqueta, cualquier puede ganar en tierra. Ya. Eso explica por qué ha estado a punto de jubilarse sin ganar Roland Garros, después de perder hasta cuatro finales contra Rafa (la que ganó fue el año pasado, sin Nadal en el camino). Luego concluye afirmando que el manacorí es “su heredero”, para rematar el inútil desprestigio a un jugador que, recordemos, le ha ganado 12 de las 17 finales que han disputado juntos.
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Pero lo peor ha llegado hoy, cuando nuestro segundo top ten español, Fernando Verdasco, ha perdido totalmente los papeles en la final del torneo de Suiza ante el francés Gasquet, al que ha insultado de todas las formas posibles (cito sus amables palabras, tras fallar el 10º revés paralelo seguido de Gasquet: "¡Su puta madre, puto francés de mierda, puto francés de los cojones!"), para después dirigirse con igual cortesía al público, también francés, que estaba cansado de las constantes salidas de tono del español cuando perdía (“Es el peor público del mundo, los putos franceses de los cojones") y cuando ganaba algún que otro punto (Joderos, joderos. A ver quien tiene más cojones"). Luego va y dice, el bueno de “Fer”, que en realidad no se dirigía al público francés, que asegura adorar con locura, sino sólo a un par de energúmenos. Ah, y que lo siente mucho. Qué vergüenza.
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Todo esto, en suma, debería servirnos para no perder la perspectiva cuando se hable de grandes campeones de este deporte. Federer podrá ganar 2.000.000 de grand slam de aquí a que se retire, y Verdasco otros tantos (o no, seguramente), pero mucho me temo que su arrogancia, presunción y divismo les hace perder demasiados enteros. Es posible que, por su especial naturaleza, no haya deporte donde el ego saque a relucir lo peor de un profesional como el tenis, plagado de divos como el inefable letón Gulbis (otro que tal baila). Cuando uno gana, el mérito es 100% suyo. Y lo mismo debería ocurrir cuando uno pierde, pero aquí vemos que, ya sea el número 1 del mundo o el 200, el orgullo lleva a muchos tenistas a perder más fuerza por la boca que por la raqueta.
.Esto explica mi gran admiración hacia Rafael Nadal, un deportista de una honestidad, discreción y humildad hasta ahora intachables, alguien capaz de ganar un Open de Australia a un Federer envuelto en lágrimas y decir que es el más afortunado del mundo por poder disputar encuentros con el mejor tenista de todos los tiempos. Nadal no es grande por su probada calidad como tenista, sino porque a ello suma una educación exquisita, un saber estar y una conciencia clarísima de lo que es y lo que tiene entre manos.
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Y, precisamente por eso, da igual si vuelve a ser número uno o no, o si no levanta ya nunca más trofeos: Rafa es y será siempre el más grande porque con cada golpe de raqueta, cada gesto al vencer un punto o cada atención que tiene con la gente transmite toda su calidad humana. Y los demás que hablen, que así les va
Más o menos dentro de un mes saldrá a la venta Time flies… 1994-2009, una recopilación de todos los singles de la banda británica Oasis, que allá a mediados de los noventa se autodenominó la “más grande del mundo” empujada por no pocos fans y críticos entusiasmados ante el innegable talento de los hermanos Gallagher y compañía para hacer pop/rock del bueno.
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Oasis surgió en 1994 prácticamente de la nada con el disco Definitely Maybe, una confusa amalgama de sonidos que recogían herencias que iban de T-Rex a Los Beatles, pasando por (no se lo pierdan) ecos de Nirvana. Era un álbum furioso e irregular, incluso en su brillantez, y contenía canciones de indudable calidad, como Live forever o Supersonic, que parecían realmente impropias de una banda tan joven.
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La locura se extendió por toda Inglaterra y buena parte de Europa, acompañada de ventas millonarias. Después de décadas a la caza y captura de unos nuevos Beatles, los mass media británicos se lanzaron a ensalzar las andanzas de una banda inmadura para asimilar tanto halago y, especialmente, tanto éxito. Hasta 50 semanas estuvo en lista el discreto single Whatever (1994), que sirvió de enlace con el siguiente álbum de la banda, What’s the story (morning glory)? (1995).
.Recientemente, los británicos eligieron ambos discos entre los 10 mejores de toda la historia, compitiendo codo a codo con el inmortal cuarteto de Liverpool (Oasis es de Manchester). Puede que sea algo exagerado, pero lo cierto es que …Morning glory? parece, más que un disco, una colección de grandes éxitos. Hasta 6 sencillos fueron extraídos del álbum, entre ellos su canción más representativa y una de las mejores de la historia de la música contemporánea, Wonderwall. Puede que con el tiempo se olvide buena parte de la música de Oasis (por no decir casi toda), pero estoy convencido de que esta canción permanecerá durante décadas en el panteón de las mejores porque es, sencillamente, una obra maestra.
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A pesar de que Liam, el menor de los Gallagher, era el cabeza de portada de todas las revistas, el cantante de casi todas las canciones y el más fotogénico del grupo, realmente el alma del grupo era Noel Gallagher, ya que componía, arreglaba y perfeccionaba cada detalle de cada canción. Su torrente compositivo parecía no tener límites, y por ello acompañaba cada sencillo de una o dos caras-B de una calidad asombrosa, que el grupo recogió en el maravilloso The Masterplan (1998), una marcianada con canciones tan buenas como Acquiesce, Half the world away o la que daba título al disco y que demostró, una vez más, la supremacía creativa del período 1993-96 por parte de Oasis. De las 18 canciones que incluyeron en su recopilación de grandes éxitos de 2006 (Stop the clocks), no por casualidad 13 pertenecen precisamente a estos tres años.
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Después del boom inicial, Oasis entró en barrena. A los continuos problemas de drogadicción de Noel se unieron los de alcohol de Liam, lo que, sumado a su carácter furioso y temperamental, fruto todo ello de una infancia traumática de abusos y palizas, llevó a la banda al borde de la quiebra. Dos de sus miembros fundadores (el batería y el bajo) abandonaron el grupo en 1999, después de la debacle que supuso el fallido Be here now (1997), que se suponía iba a devolver a Oasis a lo más alto.
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No fue así. De hecho, ya nunca fue así. La banda se rehizo algo del golpe contratando nuevos músicos, y ha seguido vendiendo discos (Be here now fue el más rápidamente vendido en sus primeros días en toda la historia del Reino Unido, de hecho), y todos sus discos desde entonces entraron como número 1 de ventas, pero ni estos ni sus canciones han tenido el mismo impacto mediático, comercial, crítico y hasta cultural que la banda cosechó a mediados de los noventa.
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Y mira que lo intentaron. Tanto Noel como Liam aparcaron sus diferencias, dejaron las drogas y dieron lo mejor (que quedaba) de sí mismos, especialmente en The Hindu Times (2002) y Don’t believe the truth (2005), álbumes donde por momentos recordaron sus mejores tiempos (canciones como Little by little, Songbird, The importante of being Idle o Lyla suenan fenomenal), pero al final fue todo inútil. Lejos quedaban ya los tiempos de la guerra del britpop (más que nada porque sus archienemigos de Blur habían desaparecido de la faz de la tierra), bandas más jóvenes y talentosas como Coldplay o los Artic Monkeys llevaban ahora la voz cantante y a nadie, le importaba ya, francamente, lo que los Gallagher tuvieran que decir acerca del mundo.
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Dig out your soul (2008), último intento de Oasis por recuperar el cetro de la música británica, europea y mundial por ese orden, fue la confirmación de que la banda estaba pasada de moda. Ninguno de sus singles llegó al número uno (apenas lograron entrar en el top 5), las ventas fueron un desastre y sus conciertos tuvieron un impacto, por decirlo de un modo suave, menor (qué duro debió ser para los Gallagher, especialmente recordando el multitudinario concierto de 1996, el de mayor asistencia de público de toda la historia de Inglaterra). Quizá por todo ello, Noel y Liam anunciaron la disolución de la banda y confirmaron que estaban ya trabajando en proyectos diferentes. Era el fin de Oasis.
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Puede que la recopilación de Time flies… 1994-2009 sirva para refrescar la memoria de unos años en que, le pese a quien le pese, el trono de los Beatles estuvo tambaleándose. Puede que Oasis no sea la mejor banda de rock del mundo, y que nunca lo fuera. Qué más da. Escuchar sus primeros discos es, aún hoy, un soplo de aire fresco entre tanta rubia de bote enseñando las cachazas mientras balbucea palabras ininteligibles y vende singles a porrillo por i-Tunes. Ay, si John Lennon levantara la cabeza…